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La sala estaba cargada de un aire reverencial, el único sonido provenía del murmullo bajo de las oraciones, palabras que se deslizaban entre las sombras al ritmo de los rosarios que se deslizaban entre dedos temblorosos. Las velas, dispuestas alrededor del salón, lanzaban destellos que iluminaban apenas los rostros rígidos de las ancianas, las miradas devotas de las madres, y los ojos tensos de los jóvenes, algunos tan jóvenes como Jimin. La escena era una repetición cotidiana, un rito de protección, una ofrenda a un Dios que parecía no escuchar

—Dios te salve... —entonó el sacerdote, su voz grave y solemne iniciando el rosario. Pronto, las palabras de los demás se unieron, llenando el salón en un himno de súplica y devoción

Sin embargo, Jimin no podía enfocarse en esas oraciones. No cuando en el umbral de la puerta, en las sombras, se encontraba la verdadera encarnación del pecado. Jeongguk, con sus ojos oscuros y su porte altivo, lo observaba con una sonrisa ladeada, como si la escena frente a él fuera un espectáculo hecho para su disfrute. Sus ojos, oscuros y profundos como la noche misma, lo hipnotizaban, sosteniéndolo cautivo en ese hechizo prohibido que nadie más parecía notar. "Debemos proteger la casa de espíritus y demonios...", recordó Jimin, casi riéndose para sí. ¿No veían ellos que el demonio estaba justo frente a ellos, observando cada palabra de fe como si no fueran más que cenizas en sus labios?

Jeongguk lo miraba como si disfrutara de cada segundo. Jimin podía sentir su piel arder bajo ese escrutinio, como si el lo desnudara con solo mirarlo. Se hablaba de que los vampiros podían hipnotizar con la mirada, y Jimin estaba empezando a creer que era cierto. En esos ojos, encontraba una atracción oscura que iba más allá de cualquier razón

"Perdona nuestros pecados y líbranos del fuego del infierno..."

Las palabras salían como un eco lejano, pues su concentración estaba enteramente en Jeongguk, que seguía observándolo con una sonrisa, la encarnación misma de la tentación

—No nos dejes caer en tentación y líbranos de todo mal... —recitaban las voces en un coro, resonando en el aire como un mantra lejano para Jimin, que se sentía atrapado en la oscura mirada del pelinegro, como si una fuerza invisible le susurrara que todo en él pertenecía a Jeongguk

—Jimin, cariño, es tu turno —le murmuró su madre, su voz suave y llena de esperanza, tocándolo en el brazo para despertarlo de ese trance. La dulzura de su tono contrastaba con el gélido deseo que quemaba bajo su piel, y por un momento Jimin volvió a la realidad, bajando la vista para recuperar el control. Pero, cuando volvió a alzar la cabeza, Jeongguk ya no estaba

—Oh, sí... lo siento —respondió Jimin, aclarando su voz y comenzando a recitar su parte, cada palabra aprendida a fuego desde la infancia

—Padre nuestro, perdona nuestros pecados... no nos dejes caer en la tentación...

Y como si esas palabras fueran un llamado, la presencia del vampiro se materializó a su lado, tan cerca que Jimin pudo sentir su aliento helado acariciando su cuello. La familiaridad de su proximidad le robó el aire, y antes de que pudiera reaccionar, sintió la presión de sus labios en su lóbulo, un mordisco suave que lo dejó completamente paralizado

El rubio miró a su alrededor, tratando de encontrar un atisbo de reacción en los rostros de los demás, pero todos parecían inmersos en el rezo.

El silencio llenó el ambiente mientras Jeongguk le susurraba, su voz un veneno dulce y tentador en su oído

—Continúa, ángel... —le susurró, dejando un rastro húmedo sobre su cuello, tan posesivo como si estuviera marcando territorio

—...y líbranos de todo... —intentó continuar Jimin, pero las palabras se rompieron en sus labios. Ahí, justo frente a él, Jeongguk lo miraba de nuevo, y en su expresión no había piedad. Era el mismo pecado encarnado, cada línea de su rostro y cada centímetro de su cuerpo emanaban una promesa de placer que desafiaba cualquier dogma

—¿Mal? —murmuró Jeongguk en tono burlón, con una expresión sarcástica en sus labios que lo hacía ver más letal, como un demonio hecho carne

Jeongguk desvió la mirada hacia el crucifijo que colgaba sobre el pecho de Jimin, una sonrisa burlona asomando en sus labios. Sin esperar más, se inclinó hacia él y reclamó su boca en un beso, lento y profundo, devorándolo como si supiera que ese contacto prohibido era lo que ambos ansiaban.

Sus bocas se movieron en un juego de entrega y posesión, y Jimin sintió cómo La lengua de Jeongguk rozaba la suya, deslizándose en un ritmo tentador, explorando cada rincón, y Jimin sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies

Cuando finalmente se separaron, ambos jadeaban. Jimin, con la respiración entrecortada y la mente nublada, lo miró con los ojos brillantes de confusión y deseo

—¿Qué... les hiciste? —preguntó, su voz apenas un susurro, incapaz de entender por qué nadie más había notado la presencia de Jeongguk

El azabache sonrió, fingiendo inocencia, antes de responder con ese tono dulce y pecaminoso que le resultaba tan familiar

—¿Yo? Nada, mi ángel —dijo, encogiéndose de hombros—, nada grave. Solo están, digamos... hipnotizados. No te preocupes, mi amor, sabes que esto nunca funciona sobre ti —murmuró, acercándose para rozar su boca en otro beso lento, sus lenguas encontrándose en un movimiento perezoso, explorando cada rincón, como si pudiera convertir la devoción de Jimin en lujuria

Cuando se separaron, Jeongguk le sonrió, susurrando de nuevo en su oído con voz baja y profunda, como la misma tentación hecha carne

—Vendré más tarde, mi bonito ángel

Y entonces, se dio la vuelta, deslizándose hacia la puerta en un movimiento fluido. Antes de cruzar el umbral, chasqueó los dedos, y el mundo pareció volver a la normalidad. Las voces retomaron sus oraciones y el ambiente siguió, como si nada hubiera pasado, como si el diablo mismo no hubiese tocado a uno de los suyos

sinners; km auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora