dodici

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Jeongguk cayó de rodillas. Su cuerpo temblando mientras sostenía a Jimin con una mezcla de desesperación y terror en sus ojos oscuros. Nunca había conocido el miedo de esa manera; nunca había sentido que algo pudiera desgarrarlo desde el interior. Pero ahí estaba, aferrado al cuerpo débil del rubio, sintiendo la vida desvanecerse de su ángel en cada segundo que pasaba. La sangre de Jimin manchaba su ropa, esa misma sangre que él alguna vez había saboreado en un acto de posesión, pero que ahora representaba su mayor tormento

—Papá... por favor —rogó Jeongguk, su voz quebrada, rota. No había rastro de la altanería y la fuerza que solían acompañarlo; en su lugar, solo quedaba un ser desnudo y vulnerable, dispuesto a humillarse para salvar lo único que daba sentido a su inmortalidad

Su padre observó la escena en silencio, su mirada fría e inmutable. Bajó la vista al rostro pálido de Jimin, el rubio todavía aferrado con sus últimas fuerzas al cuerpo de Jeongguk, como si se aferrara a una fe que en ese momento parecía haberlo abandonado. Instintivamente, Jimin cerró los ojos, escondiéndose en el pecho de Jeongguk al sentir la presencia intimidante del vampiro mayor

El patriarca de los Jeon, con su semblante imperturbable, observó al chico humano en brazos de su hijo y exhaló un suspiro cargado de desprecio. —Es un Park, Jeongguk —dijo, dejando que cada palabra cayera como un puñal—. Su linaje no merece compasión

Esa declaración fue un golpe mortal para Jeongguk, que sintió cómo las escasas esperanzas que le quedaban se desmoronaban. Era como si cada palabra de su padre estuviera arrancando pedazos de su corazón, triturándolos sin piedad. No era solo el rechazo a salvar a Jimin; era una condena, una sentencia cruel que no podía soportar escuchar. Pero aun así, con su orgullo hecho trizas, Jeongguk suplicó, aferrándose más fuerte al cuerpo frágil del rubio

—Por favor, papá... te lo ruego —su voz temblaba, y por primera vez en siglos, lágrimas genuinas rodaron por su rostro, marcando surcos que nunca antes habían existido—. No lo castigues por lo que hicieron sus ancestros. Yo... yo cargaré con cualquier castigo, cualquier sufrimiento que quieras infligir, pero no a él. No a mi ángel.

Para Jeongguk, ni siquiera la muerte sería tan dolorosa como la posibilidad de perder a Jimin

Sentía que el universo entero se burlaba de él, un castigo divino por su arrogancia y su sed de poder. Como si los mismos cielos se estuvieran riendo, recordándole que incluso él, un ser inmortal, podía conocer el verdadero dolor.

El padre de Jeongguk lo miró, su expresión tan inmutable como un bloque de hielo, aunque en su mirada se reflejaba una vaga sombra de sorpresa. Ver a su hijo, un vampiro que había nacido en un manto de orgullo y sangre, doblegado, con los ojos húmedos y la voz rota, era un espectáculo que jamás habría imaginado. Pero al final, su expresión no cambió. Recordaba perfectamente lo que el linaje de los Park había hecho a su familia, cómo su madre le había rogado que escapara mientras el fuego devoraba su hogar. Los recuerdos eran una llaga que aún dolía, una herida que nunca había cerrado.

—Jeongguk... —susurró Jimin, su voz débil, apenas un hilo de aire que se escapaba de sus labios

—Mi amor... no te duermas, por favor. No va a pasarte nada, te lo prometo —murmuró Jeongguk, acariciando con delicadeza su mejilla ensangrentada. En su desesperación, incluso dirigió una plegaria silenciosa a un dios en el que jamás había creído, un dios al que Jimin había sido devoto toda su vida. Imploró que, si existía alguna justicia, permitiera que aquel rubio siguiera viviendo, como un pago por todos sus años de fe y devoción

Pero su padre interrumpió la oración silenciosa de Jeongguk, su voz gélida como una sentencia—. No prometas cosas que no puedes cumplir, Jeongguk.

Esa afirmación destruyó a Jeongguk. Sintió cómo sus piernas se debilitaban, el peso de la desesperanza aplastándolo. Miró a su padre con una expresión que mezclaba súplica y rabia, queriendo desafiarlo y, al mismo tiempo, rogándole que entendiera el dolor que lo consumía. Pero el vampiro mayor no mostró compasión.

—Papá... —susurró la hermana de Jeongguk, tratando de intervenir, sus ojos reflejando la conmoción ante el sufrimiento de su hermano.

El mayor soltó un suspiro contenido, su rostro aún estoico, pero sus pensamientos titubeaban, desgarrados entre la lealtad a su familia y el odio ancestral que cargaba en sus venas. El rostro pálido de Jimin, manchado de sangre, trajo un eco lejano de compasión, aunque apenas perceptible. La ironía era amarga: salvar a un Park, después de que los suyos fueran masacrados, iba en contra de cada fibra de su ser. Pero su hijo, aquel ser que nunca había mostrado debilidad, estaba destrozado frente a él.

Finalmente, sus ojos se entrecerraron, y con un tono que apenas ocultaba su reticencia, dijo —Súbelo, Jeongguk. Haré lo que pueda, pero no te prometo nada

La chispa de esperanza en los ojos de Jeongguk fue casi dolorosa de ver. Sin perder un segundo, se levantó, apretando a Jimin contra su pecho mientras subía hacia las habitaciones superiores, por que el haría cualquier cosa para mantenerlo con vida

sinners; km auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora