tredici

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La habitación estaba lejos de ser lúgubre, pero tenía un aire inquietante en su simplicidad. La luz de la luna se filtraba a través de las pesadas cortinas, proyectando sombras suaves en las paredes decoradas con detalles antiguos. Todo era elegante y meticulosamente organizado, pero con ese toque oscuro, como si cada mueble y cada objeto escondiera secretos inconfesables. La cama en el centro, de madera oscura, sostenía el frágil cuerpo de Jimin, tan quieto y pálido que cualquiera lo hubiera confundido con un ángel caído, un mártir a merced de las manos equivocadas

Jeongguk permanecía de pie al borde de la cama, con la ropa ensangrentada y los ojos llenos de una mezcla de terror y esperanza. Sus puños estaban cerrados, los nudillos blancos por la fuerza con la que se aferraba a la poca fe que le quedaba. Observaba cada uno de los movimientos de su padre, una figura de autoridad y frialdad inquebrantable. En su rostro, no había ni el más mínimo atisbo de compasión mientras examinaba el cuerpo inerte de Jimin, limpiando meticulosamente las heridas, como si simplemente se tratara de una tarea rutinaria

El olor a sangre humana impregnaba el ambiente, intensificándose con cada segundo que pasaba, una tentación mortal que solo los vampiros más disciplinados podían soportar sin sucumbir.

Jeon Jihyun, imperturbable, mantenía sus colmillos retraídos mientras escuchaba el ritmo débil y errático del corazón de Jimin. Al cabo de unos momentos, se irguió, mirando a Jeongguk con una frialdad que congeló cualquier esperanza en el joven vampiro. Por primera vez, Jeongguk sintió verdadero miedo; no del dolor, ni de la muerte, sino de lo que estaba a punto de escuchar

—Morirá —sentenció, seco y directo, sin un ápice de compasión en su tono. La palabra resonó en el cuarto como un eco cruel, y la declaración hizo que la habitación pareciera aún más oscura, más fría, como si la misma muerte ya rondara cerca, esperando reclamar a Jimin

Ambos hermanos,, se quedaron en silencio, sorprendidos por la implacable frialdad en la voz de su padre. Su hermana, que había seguido todo desde un rincón, contuvo el aliento, viendo cómo Jeongguk, quien momentos antes había implorado ayuda, ahora enfrentaba el abismo de una decisión imposible

Jihyun lanzó una última mirada a su hijo, su expresión tan impasible como siempre, antes de añadir con un tono que rozaba la indiferencia—. Si no quieres que muera, sabes lo que debes hacer

Con eso, abandonó la habitación, sin mirar atrás, como si acabara de dictar una orden menor en lugar de condenar a su hijo a una decisión. A fin de cuentas, todos tienen su justicia divina, pensó Jihyun al salir, dejando tras de sí un silencio sepulcral

En su interior, Jeongguk sintió un vacío abismal abrirse paso. Sabía lo que implicaba la advertencia de su padre; debía condenar a Jimin a la misma oscuridad que él habitaba, a una eternidad en las sombras. Convertir al último descendiente de los Park en aquello que su familia había odiado, que su propio linaje había combatido durante generaciones. La justicia divina estaba ahí, implacable, riéndose de su miseria

¿O qué pensaría Park Jungsoo, el abuelo de Jimin, al ver a su último nieto a punto de ser condenado a la eternidad? ¿Qué pensaría al saber que su propia devoción había sido la que finalmente lo llevó a este destino?

En el denso silencio que quedó, Jeongguk se quedó mirando a Jimin, su cuerpo tendido en la cama, tan vulnerable y tan cerca de la muerte

—Jeongguk... —murmuró su hermana, rompiendo el silencio mientras observaba el rostro destrozado de su hermano

El pelinegro no respondió de inmediato. Su mirada seguía fija en el rostro de Jimin, en aquella belleza angelical que no parecía de este mundo. Finalmente, su voz se rompió en un susurro, tan débil que apenas fue audible

—No puedo hacerlo...

—¿Qué? —Su hermana frunció el ceño, perpleja. ¿Cómo podía decir aquello? Había implorado, se había humillado ante su padre para que salvase a Jimin, ¿y ahora dudaba?—. ¿Qué quieres decir con que no puedes? Es tu única oportunidad para salvarlo

Jeongguk bajó la cabeza, incapaz de mirarla a los ojos. —No puedo condenarlo a vivir eternamente... no puedo obligarlo a soportar el vacío, a ver cómo todo lo que ama desaparece. Sería egoísta

Su hermana soltó un suspiro frustrado, dando un paso hacia él, sus ojos llenos de furia. —¿Egoísta? ¿Y qué harás cuando él muera? ¿Qué le dirás a su familia, a sus amigos? ¿Qué harás cuando te consuma el arrepentimiento de haber dejado que se fuera cuando pudiste salvarlo?

Jeongguk apretó los labios, sus ojos oscuros reflejando un dolor que no podía expresar con palabras. —No quiero verlo sufrir... no quiero obligarlo a existir en un mundo que podría destruirlo, donde no le quedará nadie más...

—Y qué harás tú, Jeongguk, cuando seas tú quien ya no pueda volver a verlo, cuando el sonido de su voz se desvanezca de tu memoria —lo desafió su hermana, acercándose aún más—. Vas a lamentarlo para siempre, ¿es eso lo que quieres? Todos somos egoístas en algún momento. Acepta que debes serlo ahora, por él. Es tu única opción. Joder, solo hazlo

Jeongguk permaneció en silencio, luchando contra la batalla interna que lo estaba desgarrando por dentro. Finalmente, sin decir una palabra más, asintió con una leve inclinación de cabeza. —Déjame solo con él

Su hermana asintió y salió de la habitación en silencio, dejando a Jeongguk sumido en la penumbra, con el cuerpo inerte de Jimin frente a él. Se acercó a la cama, sus pasos ligeros como si temiera despertar a un alma en pena. Allí, tendido en la cama, Jimin aún conservaba esa pureza angelical, la inocencia de alguien que había confiado en él a pesar de todos los peligros. Su rostro estaba relajado, aunque el aliento que exhalaba era apenas perceptible, y su piel, tan pálida, empezaba a parecerse a la misma muerte

Jeongguk se arrodilló junto a él, su mano temblando mientras acariciaba la mejilla del rubio, rozando la piel fría que una vez había estado llena de vida. Observó su respiración menguante, los latidos de su corazón apagándose lentamente, y en ese momento supo que no podía dejarlo ir. No cuando su amor era lo único que le daba sentido a su eternidad

Se inclinó, depositando un suave beso en la frente de Jimin, sus labios apenas rozando la piel, como una despedida y una promesa a la vez. —Lo hago porque te amo... vuelve a mí, ángel

Y con una última respiración profunda, dejando que el dolor y la resignación lo inundaran, Jeongguk dejó que sus colmillos se extendieran, acercándose al cuello de Jimin. Sintió su pulso débil, apenas un latido, y clavó sus colmillos en la curva entre el cuello y el hombro, sellando el pacto

La sangre de Jimin fluyó despacio, como un néctar prohibido, cálido y lleno de vida, mientras Jeongguk bebía con reverencia, justo lo necesario para que el proceso se completara. Cada sorbo era una mezcla de dolor y éxtasis, de amor y sacrificio. Cuando finalmente se apartó, sus labios manchados con el último rastro de la humanidad de Jimin, observó el cuerpo ahora inerte de su ángel, sabiendo que el proceso había comenzado

El corazón de Jimin se detuvo, y Jeongguk sintió el peso de su decisión como una losa sobre su pecho. Lo había matado... para salvarlo.

sinners; km auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora