La fría noche los había envuelto con sus sombras mientras cruzaban el umbral hacia la habitación de Jimin, envueltos en un silencio cargado de electricidad y deseo. La luna llena iluminaba tenuemente el espacio, proyectando un aura sobrenatural sobre ambos, como si estuvieran atrapados en un pecado tan oscuro que ni las estrellas se atrevían a presenciarlo
El cuerpo de Jimin quedó bajo el de Jeongguk, sus labios devorando los suyos con una ferocidad casi bestial, sus manos explorando cada centímetro de su piel. Jeongguk lo sostuvo firmemente del mentón, alzando su rostro para que lo mirara directo a los ojos, con esa chispa burlona y pecaminosa que era tan propia de él
—Mírate, pequeño ángel —susurró Jeongguk, con una sonrisa cargada de burla mientras apretaba suavemente el mentón de Jimin entre sus dedos—. ¿Qué pensaría tu santa madre si te viera así, tan... entregado a un demonio?
El rostro de Jeongguk estaba a milímetros del suyo, sus alientos entrelazándose en el aire, cargados de lujuria contenida. La cercanía era una tortura deliciosa para ambos, y Jimin apenas logró reprimir un jadeo cuando Jeongguk continuó, en tono mordaz
—¿Qué pensaría ella, si supiera que esa boca que usas para rezar ahora viene a pecar con la mía?
No esperó respuesta. Unió sus labios a los de Jimin en un beso voraz, uno que no admitía dudas ni resistencia. Su lengua se adentró en la boca de Jimin, explorándolo como si fuera la primera vez, pero con la familiaridad de quien se ha rendido ya a la perdición una y otra vez. Cada movimiento de sus labios y manos reclamaba su cuerpo, mientras Jimin solo podía jadear y responder a su toque, completamente perdido en la marea de sensaciones que lo abrumaban.
Jeongguk comenzó a despojarlo de su ropa, pieza por pieza, dejando un rastro de besos y mordidas sobre su piel nívea, como una promesa de que no quedaría un solo lugar en él sin la marca de su posesión. Jeongguk se detuvo un momento, observándolo desnudo bajo la luz de la luna, la inocencia aparente en el rostro de Jimin contrastando con la lujuria que había en sus ojos. Para él, Jimin era como un ángel arrancado del cielo y arrojado al infierno, donde él, se encargaría de mostrarle cada rincón de la perdición
Se inclinó hacia él de nuevo, sus ojos fijos en el pequeño crucifijo que colgaba del cuello de Jimin.
La luz de la luna lo hacía brillar con un fulgor casi irónico, y Jeongguk sintió un placer oscuro al ver ese símbolo de pureza contrastando con el acto de lujuria en el que se encontraban. Enredó su dedo en la cadena, notando cómo un leve calor, casi una quemazón, lo rozaba, y aun así tiró de ella, acercando el rostro de Jimin al suyo—¿Qué pensará Dios, Jimin, al verte así? —murmuró, su voz goteando burla y tentación—. Al verte caer en la tentación de la que tanto rezaste para escapar. ¿Qué pensará al ver que su querido hijo se ha rendido ante un vil y cruel demonio?
Antes de que Jimin pudiera replicar, lo calló con otro beso, más intenso y profundo. Sus lenguas se encontraron en una batalla ardiente, una mezcla de deseo y desafío. Jimin, sin detenerse, se deslizó sobre él, intercambiando las posiciones, y Jeongguk dejó escapar una sonrisa de aprobación al verlo tomar el control. El calor de Jimin lo envolvió por completo mientras se movía sobre él, cada roce de sus cuerpos una danza de provocación y placer
Jeongguk lo miró con devoción oscura, observando el brillo de lujuria en los ojos del rubio y el resplandor tenue de sudor que cubría su piel, dándole un aspecto casi etéreo, como un ángel atrapado en la tentación.
Para él, Jimin era una tentación divina, una ironía del destino que lo había puesto frente a alguien tan puro y, al mismo tiempo, tan dispuesto a caer junto a élJimin jadeó, sus manos aferrándose a Jeongguk mientras el ritmo entre ellos se intensificaba, cada movimiento un latido que resonaba en ambos. —Dios, Jeongguk... —susurró entrecortadamente, atrapado entre el placer y el pecado
Jeongguk rió bajo, una risa cargada de burla y provocación. —Yo no soy el tipo de dios al que estás acostumbrado, ángel —replicó con sorna, acariciando su cuello antes de inclinarse y comenzar a lamerlo con intensidad, dejando una serie de besos y mordidas que parecían prometerle más allá del cielo y el infierno
El ritmo de sus cuerpos se convirtió en un baile de deseo irrefrenable, una fusión de necesidad que ninguno de los dos parecía capaz de contener. La habitación se llenó de sus jadeos, de susurros cargados de pasión, del sonido de sus pieles encontrándose.
Sin poder resistirse, Jeongguk se inclinó y comenzó a besar el cuello de Jimin, sus labios bajando hasta su clavícula, donde su lengua rozaba la piel sensible, arrancándole pequeños gemidos. Cada mordida era cuidadosa, lo suficiente para dejar una marca sin herirlo, pero luego, incapaz de contenerse, dejó que sus colmillos rozaran suavemente la piel, probando las gotas de sangre que escapaban. El sabor era exquisito, y Jeongguk se permitió perderse en la dulzura de ese elixir prohibido, uniendo sus cuerpos en una danza de deseo y entrega
Ambos alcanzaron el clímax al unísono, envueltos en una sensación que parecía eterna, un momento suspendido entre el cielo y el infierno. Jimin, agotado, se dejó caer sobre el pecho frío de Jeongguk, su aliento entrecortado calmándose mientras buscaba refugio en sus brazos. Jeongguk lo rodeó con ternura, acariciando su espalda con suavidad, dejando que el latido acelerado de su amante se mezclara con el silencio de su propio pecho
—Te amo, Jimin. No lo olvides —susurró Jeongguk, dejando un suave beso en la frente de su amante, permitiendo que Jimin se relajara en sus brazos mientras el sueño comenzaba a vencerlo
Observó cómo Jimin cerraba los ojos, rindiéndose al sueño, con una paz que parecía desafiar la tragedia latente entre ellos. Con el mayor cuidado, Jeongguk lo vistió, colocándole su ropa interior y una de sus camisas, en caso de que alguien irrumpiera y descubriera lo que había ocurrido bajo ese techo santo. Se levantó, deteniéndose un instante para contemplar al rubio dormido, sus facciones relajadas y serenas como si fuera, una vez más, el ángel que tanto intentaba ser
Se inclinó para dejar un último beso en su frente, una despedida muda, y salió de la habitación. Pero con cada paso que daba, sentía un peso que se aferraba a él, una agonía que lo arrastraba como una estaca clavada en su pecho, recordándole que amar a Jimin era una condena que él mismo había escogido. Una parte de él deseaba que su corazón estuviera tan muerto como el resto de su cuerpo, que los mitos fueran ciertos y el amor no fuera más que una ilusión imposible para un demonio como él
Pero no lo era. Joder, no lo era, y mientras dejaba atrás esa habitación y al ser que amaba, el dolor en su pecho le confirmaba que la eternidad jamás le ofrecería consuelo para lo que acababa de sacrificar
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sinners; km au
Fantasy¿Qué era el amor, si no un pecado sublime? Jimin nunca había conocido aquella devoción, que decían se sentía como un veneno dulce en las venas, un vínculo eterno que superaba la vida y la muerte, no, hasta que lo conoció a él... ¡ ACLARACIONES ! ☆}...