~ Prólogo ~

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Hoy en Día

La macabra oscuridad reina soberana en esta podrida habitación y el silencio cruel rodea el ambiente como si fuera un compañero fiel desde hace la eternidad, el tiempo pasa lento recalcando monótono el ritmo de una vida miserable.

Una delgada figura apoya la cabeza en la pared y suspira resignada, se deja resbalar al suelo haciendo tintinear las cadenas en sus muñecas, afortunadamente son bastantes largas de concederles cierta libertad de movimiento en ese pequeño espacio y bien sabe porque en este momento las lleva puestas.

Se cubre el rostro con las manos aunque no llorará, no tiene más lágrimas que verter, en su alma parece reinar solamente aséptica desolación, ¿Qué ha sido de su vida?¿Dónde se fue la sonrísa despreocupada de aquella muchachita que creía en un futuro mejor?¿Dónde? Se pregunta repetidamente.

"Leya... mi amor, los monstruos existen... cuida de tu vida cueste lo que cueste" las palabras de su padre repican en su cabeza obsesivamente hace años, pero ahora más que nunca esa eco no quiere abandonarla.

"Los monstruos existen... los monstruos existen"

El ruido metálico de la cerradura de la enorme puerta de acero la asusta, las luces claras de los neón se encienden sostituyendo las verdes anunciando así que otra noche ha terminado y que otro inútil día ha llegado, perezosamente se abre y un fuerte aroma de sándalo llena el aire haciéndole esbozar una sonrísa amargada.

De repente la chica asustada brinca de pie como si pudiera huir y si no tuviera tan miedo reiría por su estupidez, los ojos verdes manchados de oro se abren como platos frente la alta y ágil figura de su carcelero, sus ojos son dos abismos sin piedad, el pelo azabache despeinado le da un aire más salvaje de lo habitual, sólo viste un par de vaqueros rasgados, sus trabajados pectorales están desnudos y cubiertos por una ligera capa de sudor, los pies descalzos se mueven hacia ella con estudiada lentitud, sus labios se abren en una sonrísa irónica cuándo la ve moverse a lo largo de la pared tratando de alejarse de él.

La pelicastaña empieza a temblar, su aroma está aturdiéndola y si no logra resistirse a sus mismos impulsos sabe lo que la espera, enfurecida trata de rebelarse una vez más, tironea las cadenas como si quisiera romperlas.

Leya cierra los ojos frustrada cuándo prácticamente si lo halla encima, él tiende las manos a los lados de su cabeza empotrandola a la pared con su cuerpo, entonces abre de nuevo los ojos y siente un duro bulto contra su pubis cubierto por un ligero camisón de lino blanco, siente su respiración entrecortada, con la derecha le agarra el pelo sobre la nuca y la inmoviliza acercando la cara a la suya, entonces aprieta los labios, no lo suplicará... en todo caso el corazón de piedra de ese patan no se apiadará, demasiadas veces le ha dado la satisfacción de verla rogar por tener un poco de compasión, para ser escuchada, tampoco le dirige la palabra, no hay ninguna entre ellos hace mucho tiempo, él había sido claro al respecto.... no quiere escuchar el sonido de su voz, además no sirven palabras por lo que se consume entre estas malditas paredes.

En la habitación hay sólo un colchón echado en un rincón con mantas, los espartanos servicios higiénicos son escondidos detrás de una pequeña puerta en un espacio relativamente estrecho y pocas otras cosas coleccionadas en los años son custodiadas en un mueble con algunos cajones.

De repente su nemesis le muerde la barbilla, despiadado baja a rozar la garganta y el cuello dejando rastros húmedos reteniendose sobre el hombro izquierdo de su linda presa, muchas veces la lengua roza esa zona y enloquecido esnifa su aroma, gruñe a regañadientes como si odiara la sensación que su olor le proporciona, su frenesí aumenta de manera exponencial mientras lucha reprimiendo los temblores que están adueñándose de él, la joven siente sus manos grandes y fuertes bajar sobre sus caderas y con impaciencia le levanta el camisón, en el trayecto sus uñas se clavàn a fuego dejando huellas, nunca aparta la mirada de la suya... sabe que está luchando para resistir a su instinto, siempre lo hace, en fin gritando golpea muchas veces la pared cerca de su cabeza hiriéndose los nudillos, por instantes se fijan intensamente temblando, con miradas brillantes de emociones escondidas, de palabras asfixiadas, como si revivieran todas sus vidas, recordando.

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