Keatlyn.
7 años atrás.
Solo soy capaz de verla a ella, con su largo cabello azabache lleno de ondulaciones, con esos ojos azulados penetrantes que destacan gracias a las sombras oscuras y el delineado en la línea de agua, con ese labial rojizo que le brinda ese toque tan magnético que la caracteriza. Intento concentrarme en su rostro, aquel que anoche admiraba y que me admiraba con un brillo de amor, pero que ahora está teñido por la resignación y por el deber.
Mis ojos viajan hasta el largo vestido que abraza sus curvas. Es rojo, como el color que se tiñe sobre sus labios, como su color favorito; rojo escarlata. La falda es ostentosa, de variadas capas de tela: seda, tul, satén. El corsé es de encaje con detalles negros, los hombros se encuentran descubiertos, dejando a la vista algunos de sus tatuajes que no deberían ser mostrados por "respeto" a los Dioses.
Está usando un vestido. Ella odia los vestidos, pero lo hace por él. Por él.
¿Cómo he podido ser tan estúpida en pensar que ella renunciaría a sus deberes como emperatriz? Todo el pueblo asteniense la considera una gran ambiciosa y una dictadora. Nunca renunciará a su trono, ni siquiera por la persona que más ama.
En otra ocasión, esta sería la perfecta ceremonia de un matrimonio feliz. Sin embargo, ninguno de los presentes refleja ese sentimiento, salvo los padres del futuro tercer emperador consorte de Astenont.
Un impulso de huir de este lugar me recorre, pienso en hacerlo. Muevo un pie para alejarme de Einar, el mellizo de la mujer que amo y que amaré durante toda mi vida. Él me detiene al captar mis intenciones, sus dedos se ciernen sobre mi antebrazo con delicadeza. Giro con lentitud mi cabeza para dedicarle una mirada cargada de dolor y de cansancio. No podré estar otro minuto más aquí, no cuando siento que mi corazón se quiebra en mil pedazos al ver a la mujer de mi vida traicionarme como si yo no significara nada para ella.
—No, Lyn —susurra preocupado. Sus ojos azules reflejan la angustia y el temor de que me suceda algo. Esta unión es un peligro para mí, para el trono de Astenont y para el imperio—. Si te vas, sospecharán de ti. El pueblo detesta tu presencia, odia tu linaje y creen que todas nuestras desgracias son por tu culpa. Por favor, quédate.
Inspiro profundo, me acerco más a él para disimular. Asiento con lentitud mientras él rodea mis hombros para besar mi cabeza con ese cariño de hermano mayor que lo describe al estar cerca de mí. He oído muchas historias sobre él, sobre Distrov y en todas lo describen como un ser sin alma, como un emperador cruel y sanguinario. A mí me ha demostrado todo lo contrario, parecemos tener una especie de conexión de amistad o algo por el estilo.
La calidez de Einar me transmite cierta tranquilidad, nunca he sido bienvenida en la sociedad asteniense y las más importantes familias de ella me lo han dejado claro en todo momento. Detestan a Abdrion, aún más desde lo ocurrido con la Guerra de Arino. Creen que la muerte de los emperadores Meriliah Zartev y Martev Ditnov se debe a ellos, a qué han ayudado a Dríhseida y Vorkiov Meire en esa Guerra, y a qué los Dioses se han enojado con los difuntos emperadores por ello.
Nadie es capaz de aceptar que sus muertes se deben a otra fuerza mucho más peligrosa que la de nuestros dioses. Alguien ha burlado nuestros portales y los ha asesinado como si no fuesen parte de la Corte de Dioses.
Einer se detiene frente al trono, acomoda su cabello con delicadeza hacia su lado derecho. Sus ojos se hincan sobre la imagen de su madre en el gran ventanal sobre los tronos de los emperadores. El bello vitral en tonos rojizos, grises, blancos y negros esboza las siluetas de los difuntos emperadores de Astenont y de quiénes hubieran sido mis suegros si estuviesen vivos.
ESTÁS LEYENDO
Corona Roja [3. Saga Divina Inmortalidad]
FantastikLa época de auge glorioso en Astenont ha terminado, tras la guerra solo quedan cenizas y los recuerdos de las miles de vidas que han sido arrebatadas. Incluso si no han ocurrido muertes físicas. La relación entre los hermanos emperadores, Einer y E...