Capítulo 30: Mentiroso

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Calix.

Podía sentir la mirada de Raksa taladrarme la nuca. La situación era en extremo incómoda pero la cena fue planeada por mi madre, yo solo la estaba obedeciendo al permanecer estoicamente sentado en la mesa sin levantar la vista de mi plato. Probablemente iba a recibir una reprimenda de la Reina por no cooperar en sus intentos de conseguirme a una prometida con un don poderoso pero la promesa que le hice al General Raksa Solace tenía aún más peso para mí.

— Calix, ¿no crees que el vestido de Aeris es precioso?

La voz de mi madre se oyó en medio del silencio, creo que era su decimo intento por meterme a una conversación que de ninguna manera estaba fluyendo, sin embargo, elevé mi vista para detallar a Aeris. Sus ojos azules se encontraron con los míos pero apenas le sostuve la mirada porque desplacé la vista por su delicado cuello adornado de cuarzos hasta el corpiño de su vestido rosáceo al que tejieron flores doradas y mariposas de seda. Aunque el vestido lucía maravilloso, era ella misma por su cuenta la que dejaba sin aliento.

Pero, no podía decir eso.

— Supongo que lo es —mentí

Aunque mi madre estaba en el otro extremo de la mesa, pude sentir cómo su furia crecía ante mi maleducada respuesta. A pesar de eso, lo que más me preocupó fue ver a la pelirroja encogerse en su asiento y apartar sus ojos acuosos. Me había pasado y ella estaba a punto de echarse a llorar por mí culpa. Solté los cubiertos y me levanté con brusquedad de la mesa, no podía seguir en el mismo espacio con ella y lastimándola de esa manera.

Era momento de darle fin a esa farsa.

— Calix, ¿a dónde crees que vas? —expresó la Reina con indignación
— Recordé que tengo cosas que hacer, permiso

El revuelo que causó mi salida quedó amortiguado tras las puertas del comedor. Mi madre estaría enfadada por varios días pero era mejor eso a seguir haciéndole pasar un mal rato a Aeris. Me llevé las manos al rostro y estrujé mis ojos cansados mientras avanzaba con pesadez por el largo pasillo. Aunque esconderse era un acto bastante cobarde, era justo lo que pensaba hacer hasta que las cosas se calmaran un poco.

O fueran más llevaderas.

— ¿Acaso te parezco repulsiva? —oí la voz de ella como se quebraba a mis espaldas
— ¿Qué? —exclamé sorprendido de encontrarme a la chica a escasos metros de distancia, sus ojos parecían querer desbordar un río sobre sus mejillas que lucían un rojo furioso
— Dime —pidió— ¿Soy tan mala y horrible que por eso no has parado de herirme una y otra vez?

Sus sandalias de tacón repiquetearon sobre el mármol cuando acortó la distancia entre nosotros. Daba la impresión de estar derrotada con sus ojos conteniendo el llanto y los labios carnosos temblorosos pero para mí no dejaba de ser increíblemente fuerte y valiente, y verla tan vulnerable por mi culpa me quemaba el pecho.

— Jamás podrías parecerme repulsiva —contesté

Mi mano derecha encontró el camino hasta su cuello y subió hasta su rostro, la sentí estremecerse cuando mi pulgar rozó sus labios y me permití por primera vez mirarla abiertamente con deseo.

— Eres un mentiroso —susurró ella y yo aproveché para tomar la palma de su mano para apretarla sobre mi pecho, justo sobre mi corazón desbocado por ella
— ¿Crees que así se sienten los latidos de un mentiroso?
— Deja de jugar conmigo... —suplicó y una lágrima se deslizó sobre su delicado rubor, verla tan rota era insoportable
— Escúchame bien, porque no lo podré repetir, cariño. Tu sola presencia es capaz de hacerme olvidar cómo respirar, te admiro y te deseo sobre todas las cosas, de lo único que estoy seguro ahora es que no hay ninguna otra cosa que quiero hacer a parte de besarte y venerarte por el resto de mí vida...

Aeris tembló contra mí, deslizó las puntas de sus dedos por mi pecho y dibujaron la linea de mi mandíbula, sus labios entreabiertos eran una invitación a besarlos y lo hubiera hecho, me hubiera perdido en ella de no ser por el carraspeo que emitió una persona a nuestras espaldas y que nos obligó a separarnos con brusquedad.

Aeris —llamó
— Mamá... —contestó la pelirroja dirigiéndose a la mujer que nos observaba con una pícara sonrisa en el rostro
— Tu padre nos está esperando, es hora de irnos —anunció
— Bien —asintió ella con obediencia y se apartó de mí para ponerse a su lado
— Y, su alteza —agregó Evangeline antes de irse, su voz cargada de significado y advertencia:— Le sugiero que no se olvide de los principios que se le inculcaron...

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Holis, regresé ✨

Crónicas de una ElementalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora