primeros en llegar

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Harry, Ron y Hermione salieron a toda prisa hacia la torre de Gryffindor, dejaron allí las mochilas y los libros tal como les habían indicado, se pusieron las capas y volvieron al vestíbulo.

Los jefes de las casas colocaban a sus alumnos en filas.

Weasley, ponte bien el sombrero, le ordenó la profesora McGonagall a Ron.

Patil, quítate esa cosa ridícula del pelo.
Parvati frunció el entrecejo y se quitó una enorme mariposa de adorno del extremo de la trenza.

Seguidme, por favor,dijo la profesora McGonagall. Los de primero delante. Sin empujar...

Bajaron en fila por la escalinata de la entrada y se alinearon delante del castillo.

Era una noche fría y clara. Oscurecía, y una luna pálida brillaba ya sobre el bosque prohibido. Harry, de pie entre Ron y Hermione en la cuarta fila, vio a Dennis Creevey temblando de emoción entre otros alumnos de primer curso.

Son casi las seis, anunció Ron, consultando el reloj y mirando el camino que iba a la verja de entrada. ¿Cómo pensáis que llegarán? ¿En el tren?

No creo, contestó Hermione.

¿Entonces cómo? ¿En escoba?,dijo Harry, levantando la vista al cielo estrellado.

No creo tampoco... no desde tan lejos...

¿En traslador?, sugirió Ron. ¿Pueden aparecerse? A lo mejor en sus países está permitido aparecerse antes de los diecisiete años.

Nadie puede aparecerse dentro de los terrenos de Hogwarts. ¿Cuántas veces os lo tengo que decir?, exclamó Hermione perdiendo la paciencia.

Escudriñaron nerviosos los terrenos del colegio, que se oscurecían cada vez más. No se movía nada por allí. Todo estaba en calma, silencioso y exactamente igual que siempre. Harry empezaba a tener un poco de frío, y confió en que se dieran prisa.

Quizá los extranjeros preparaban una llegada espectacular... Recordó lo que había dicho el señor Weasley en el cámping, antes de los Mundiales: Siempre es igual. No podemos resistirnos a la ostentación cada vez que nos juntamos...
Y entonces, desde la última fila, en la que estaban todos los profesores, Dumbledore gritó.

¡Ajá! ¡Si no me equivoco, se acercan los representantes de Beauxbatons!

¿Por dónde?, preguntaron muchos con impaciencia, mirando en diferentes direcciones.

¡Por allí!, gritó uno de sexto, señalando hacia el bosque.

Una cosa larga, mucho más larga que una escoba (y, de hecho, que cien escobas), se acercaba al castillo por el cielo azul oscuro, haciéndose cada vez más grande.

¡Es un dragón!, gritó uno de los de primero, perdiendo los estribos por completo.

No seas idiota... ¡es una casa volante!, le dijo Dennis Creevey.

La suposición de Dennis estaba más cerca de la realidad.

Cuando la gigantesca forma negra pasó por encima de las copas de los árboles del bosque prohibido casi rozándolas, y la luz que provenía del castillo la iluminó, vieron que se trataba de un carruaje colosal, de color azul pálido y del tamaño de una casa grande, que volaba hacia ellos tirado por una docena de caballos alados de color tostado pero con la crin y la cola blancas, cada uno del tamaño de un elefante.

Las tres filas delanteras de alumnos se echaron para atrás cuando el carruaje descendió precipitadamente y aterrizó a tremenda velocidad. Entonces golpearon el suelo los cascos de los caballos, que eran más grandes que platos, metiendo tal ruido que Neville dio un salto y pisó a un alumno de Slytherin de quinto curso. Un segundo más tarde el carruaje se posó en tierra, rebotando sobre las enormes ruedas, mientras los caballos sacudían su enorme cabeza y movían unos grandes ojos rojos.
Antes de que la puerta del carruaje se abriera, Harry vio que llevaba un escudo, dos varitas mágicas doradas cruzadas, con tres estrellas que surgían de cada una.

Un muchacho vestido con túnica de color azul pálido saltó del carruaje al suelo, hizo una inclinación, buscó con las manos durante un momento algo en el suelo del carruaje y desplegó una escalerilla dorada.

Respetuosamente, retrocedió un paso.

Entonces Harry vio un zapato negro brillante, con tacón alto, que salía del interior del carruaje. Era un zapato del mismo tamaño que un trineo infantil. Al zapato le siguió, casi inmediatamente, la mujer más grande que Harry había visto nunca.

Las dimensiones del carruaje y de los caballos quedaron inmediatamente explicadas. Algunos ahogaron un grito.

En toda su vida, Harry sólo había visto una persona tan gigantesca como aquella mujer, y ése era Hagrid. Le parecía que eran exactamente igual de altos, pero aun así (y tal vez porque estaba habituado a Hagrid) aquella mujer,que ahora observaba desde el pie de la escalerilla a la multitud, que a su vez la miraba atónita a ella parecía aún más grande.

Al dar unos pasos entró de lleno en la zona iluminada por la luz del vestíbulo, y ésta reveló un hermoso rostro de piel morena, unos ojos cristalinos grandes y negros, y una nariz afilada.

Llevaba el pelo recogido por detrás, en la base del cuello, en un moño reluciente. Sus ropas eran de satén negro, y una multitud de cuentas de ópalo brillaban alrededor de la garganta y en sus gruesos dedos.

Dumbledore comenzó a aplaudir. Los estudiantes, imitando a su director, aplaudieron también, muchos de ellos de puntillas para ver mejor a la mujer.
Sonriendo graciosamente, ella avanzó hacia Dumbledore y extendió una mano reluciente. Aunque Dumbledore era alto, apenas tuvo que inclinarse para besársela.

Mi querida Madame Maxime, dijo, bienvenida a Hogwarts.

Dumbledog, repuso Madame Maxime, con una voz profunda, espego que esté bien.

En excelente forma, gracias, respondió Dumbledore.

Mis alumnos, dijo Madame Maxime, señalando tras ella con gesto lánguido.

Harry, que no se había fijado en otra cosa que en Madame Maxime, notó que unos doce alumnos, chicos y chicas, todos los cuales parecían hallarse cerca de los veinte años, habían salido del carruaje y se encontraban detrás de ella.

Estaban tiritando, lo que no era nada extraño dado que las túnicas que llevaban parecían de seda fina, y ninguno de ellos tenía capa.

Algunos se habían puesto bufandas o chales por la cabeza. Por lo que alcanzaba a distinguir Harry (ya que los tapaba la enorme sombra proyectada por Madame Maxime), todos miraban el castillo de Hogwarts con aprensión.

¿Ha llegado ya Kagkagov?, preguntó Madame Maxime.

Se presentará de un momento a otro aseguró Dumbledore.

¿Prefieren esperar aquí para saludarlo o pasar a calentarse un poco?

Lo segundo, me paguece, respondió Madame Maxime. Pego, los caballos...

Nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas se encargará de ellos encantado declaró Dumbledore, en cuanto vuelva de solucionar una pequeña dificultad que le ha surgido con alguna de sus otras... obligaciones.

Con los escregutos, le susurró Ron a Harry.

Mis cogceles guequieguen... eh... una mano podegosa, dijo Madame Maxime, como si dudara que un simple profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas fuera capaz de hacer el trabajo.

Son muy fuegtes...

Le aseguro que Hagrid podrá hacerlo, dijo Dumbledore, sonriendo.

Muy bien, asintió Madame Maxime, haciendo una leve inclinación. Y, pog favog, dígale a ese pgofesog Haggid que estos caballos solamente beben whisky de malta pugo.

Descuide, dijo Dumbledore, inclinándose a su vez.

Allons-y! les dijo imperiosamente Madame Maxime a sus estudiantes, y los alumnos de Hogwarts se apartaron para dejarlos pasar y subir la escalinata de piedra.

¿Qué tamaño calculáis que tendrán los caballos de Durmstrang?,dijo Seamus Finnigan, inclinándose para dirigirse a Harry y Ron entre Lavender y Parvati.

Si son más grandes que éstos, ni siquiera Hagrid podrá manejarlos, contestó Harry. Y eso si no lo han atacado los escregutos. Me pregunto qué le habrá ocurrido.

A lo mejor han escapado, dijo Ron, esperanzado.

¡Ah, no digas eso!, repuso Seamus, con un escalofrío. Me imagino a todos esos sueltos por ahí...

Para entonces ya tiritaban de frío esperando la llegada de la representación de Durmstrang. La mayoría miraba al cielo esperando ver algo. Durante unos minutos, el silencio sólo fue roto por los bufidos y el piafar de los enormes caballos de Madame Maxime. Pero entonces...

¿No oyes algo?, preguntó Ron repentinamente.

Harry escuchó. Un ruido misterioso, fuerte y extraño llegaba a ellos desde las tinieblas. Era un rumor amortiguado y un sonido de succión, como si una inmensa aspiradora pasara por el lecho de un río...

surgiendo del agua, brillando a la luz de la luna. Producía una extraña impresión de cadáver, como si fuera un barco

Los Nuevos LordsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora