XII - Nuevos Comienzos

1 0 0
                                    

El paso de los días ya no se sentía como una espera. Había llegado a un punto en mi vida en el que cada amanecer era una oportunidad, cada experiencia un nuevo capítulo en una historia que ahora me pertenecía solo a mí. El dolor que alguna vez sentí al pensar en Jung-Kook ya no me pesaba; en cambio, lo recordaba con una suave nostalgia, como un libro que había leído muchas veces, con personajes que ahora conocía de memoria y que ocupaban un lugar especial en mi corazón.

Mis días estaban llenos de nuevas actividades, nuevos amigos, y proyectos que me inspiraban. Empecé a involucrarme en causas que me apasionaban, asistí a talleres, retomé el hábito de escribir y hasta me atreví a tomar clases de música, algo que había postergado por años. Era como si, al soltar el pasado, hubiera abierto un espacio en mí para vivir plenamente.

Una tarde, mientras estaba en una cafetería revisando unos apuntes, un desconocido se sentó en la mesa de al lado. Noté su sonrisa al verme concentrada en mis notas, y, después de intercambiar un par de palabras, comenzamos una conversación sobre literatura y música. Era alguien sencillo, alguien sin las luces de los escenarios ni el peso de la fama, y sin embargo, sentí una chispa, algo genuino y cálido.

No era que estuviera buscando un reemplazo para Jung-Kook, ni que quisiera revivir una historia pasada. Pero, en ese momento, entendí que estaba lista para abrirme de nuevo, para darme la oportunidad de conocer a alguien más. Había aprendido a no apresurarme, a no construir expectativas basadas en el ideal de alguien más, sino a disfrutar cada momento y dejar que las cosas fluyeran.

Los días se convirtieron en semanas, y mi vida comenzó a llenarse de nuevos recuerdos, de nuevas historias. Él y yo éramos dos personas descubriéndonos mutuamente, sin prisas, con la naturalidad que viene de aceptar el pasado y abrirse al presente. Me enseñó a reír sin miedo y a ser vulnerable de nuevo, pero esta vez desde un lugar más seguro, donde ya no temía perderme a mí misma en el proceso.

Un día, mientras caminábamos por el parque, noté una guitarra en el escenario improvisado de un pequeño festival local. Sin pensarlo, me acerqué y le pedí a uno de los músicos si podía tocar una canción. Tomé la guitarra, sentí el peso en mis manos y recordé las veces en las que había compartido momentos así con Jung-Kook. Pero esta vez, el recuerdo no me dolió; en cambio, me sentí agradecida, como si él estuviera ahí en espíritu, alentándome a seguir adelante.

Empecé a tocar y a cantar, perdiéndome en la música, sintiendo la libertad de ser yo misma sin miedo. La gente se detuvo a escuchar, y al terminar la canción, recibí aplausos y sonrisas. Entre el público, vi la mirada de aquel nuevo compañero que ahora formaba parte de mi vida, y su expresión de orgullo y admiración me llenó de una calidez inesperada.

Al bajar del escenario, él me abrazó y me susurró:

—Tienes un talento increíble. Eres una persona increíble.

En ese momento, comprendí que había cerrado el capítulo con Jung-Kook de la mejor manera posible: honrando lo que habíamos compartido, pero permitiéndome avanzar. Había aprendido a encontrar mi propia voz, a construir una vida donde no necesitaba de alguien más para sentirme completa. Y, sin embargo, también había espacio para alguien que me acompañara en este nuevo camino, sin pretender ser un reemplazo, sino simplemente una persona que me aceptaba tal como era.

Esa noche, cuando volví a casa, me senté a escribir en mi diario. No era una carta para alguien más, sino para mí misma. Una promesa de seguir adelante, de amarme lo suficiente como para nunca volver a perderme por nadie. Al terminar de escribir, me di cuenta de que estaba lista para cualquier cosa que la vida me trajera. Porque, aunque el amor había comenzado como un sueño, ahora era un amor propio, un amor que me permitía avanzar con fuerza y gratitud.

Era el final de una era y el comienzo de otra. Un nuevo capítulo lleno de posibilidades, sin cargas ni miedos, donde la única constante era mi propia felicidad. Y así, con una sonrisa, cerré el diario y me preparé para lo que vendría.

Por siempre, Jung-KookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora