Feroz

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Kathia

El frío del suelo, el ruido de las ramas rompiéndose, el viento gélido y el olor a tierra mojada azotan mis sentidos antes de que pueda abrir los ojos.

No recuerdo muy bien como llegué aquí. Solo sé que no es el mismo lugar donde me dormí.

Me apoyo en las palmas de mis manos para poder levantarme, el dolor punza en mi cabeza y me obliga a quedarme quieta. Los largos troncos de los árboles dan vueltas a mí alrededor cuando me giro y me recuesto sobre mi espalda.

¿Dónde estoy?

Mi visión está nublada en los bordes y noto mi garganta seca al tragar. Una nueva punzada aguda de dolor me parte la cabeza y los flashes bailan en mi mente.

¡No papi, por favor! ¡Prometo ya no hacerlo, prometo portarme bien!— lloro mientras soy arrastrada al auto.

El flash del recuerdo me da náuseas y me pongo de lado para evitar vomitarme encima. Una nueva oleada de llanto amenaza con ahogarme, oprime mi pecho y jadeo cuando el aire se queda atrapado en mis pulmones.

¿Por qué me dejaría aquí?

Mis manos se cierran entorno a las hojas y la tierra mojada; y no puedo detener las lagrimas que se derraman por mis mejillas.

¿Por qué? ¿Qué he hecho mal? No pudo dejarme simplemente aquí e irse...

Las ramas siendo quebradas bajo el peso de algo grande cortan mi línea de pensamiento. Y no es hasta entonces que me obligo a mirar hacia a los lados. La claridad del día de a poco se va oscureciendo, los árboles gruesos, lo denso del ambiente y el olor a pasto esta en el aire; dejando una perfecta evidencia del bosque en pleno verano.

El aroma de clorofila incluso satura el aire, y en otro momento hubiera amado llenar mi cuerpo con este aire tan puro, pero ahora... el miedo comienza a alojarse en mi mente, y en mi cuerpo. Evitando que me mueva.

La consciencia de saber que estoy aquí sola con Dios sabe que animales alrededor, me petrifica del susto y la ansiedad . La luz del sol casi es inexistente y le temo a la oscuridad. Una razón más que refuerza el agua que ha comenzado alojarse y derramarse de mis ojos.

El sonido de mi propia sangre retumba en mis oídos y el jadeo que me abandona se vuelve más errático a medida que las sombras de los arboles se vuelven más grandes.

No, no oscuridad. Por favor. No.

Mis ojos divagan hasta que ese ruido aparece otra vez, y esta vez es acompañado por uno más. El calor del temor se expande por mi cuerpo mientras abrazo mis piernas y las llevo contra mi pecho. No puedo detener el temblor que me asalta y mucho menos detener la presión con la que me clavo las uñas en mis brazos para comprobar que esto es real.

El dolor estalla en mi piel, pero lo ignoro.

Crack...crack...

Más ramas se rompen y me yergo sobre mi lugar.

—¿Q-Quién está ahí? —murmuro antes de poder contenerme. Rápidamente me reprendo, porque no es como si el asesino, animal o lo que sea que este al acecho fuera a responderme. Y ciertamente, así es como mueren las protagonistas de las películas bochornosas que miro cada vez que me dejan.

Sin embargo, parece que la incompetencia me ha pegado, incluso cuando solo la he visto a través de una pantalla.

Pero una vez más, no puedo detener la irrefrenable necesidad de gritar y preguntar.

Y no es sino, hasta que un frío acompañado de temor se desliza por mi columna que cierro la boca de forma instantánea. Me congelo en mi lugar cuando el sentimiento de híper consciencia me golpea y siento que alguien me observa.

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