El Juego de las Almas

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A quien no le ha llamado la atención una invocación o juego paranormal o ritual para invocar a algo o a alguien. A muchos ¿no es así?.

Mi nombre es Camila y les contaré sobre un juego no muy conocido pero igual de arriesgado.

Antes de empezar quiero pedirles perdón en realidad no es mi intención hacer esto pero ya no soporto más esta tortura.

Hace meses atrás me encontré con un compañero de la escuela primaria y nos pusimos a hablar como en los viejos tiempos, pero a él se le notaba bastante decaído y alterado, como si hubiera tenido miles de noches en vela, como si algo o alguien no le dejara dormir. El nombre de mi amigo es Leonardo, pero le digo Leo de cariño. A él desde muy joven le han llamado la atención las cosas paranormales y las cosas relacionadas con el tema.

—Leo, ¿estás bien? —le pregunté algo preocupada, pues jamás le había visto en tal estado.

—Cami, yo... Tranquila.

—Leo, algo te pasa, te conozco desde que somos unos críos y tengo la completa seguridad de que algo malo te pasa.

Él solo me sonrió y tomó mis manos.

—No pasa nada, amiga, estoy bien —dijo ya un poco más calmado, pero aun así tenía mis sospechas de que algo no andaba bien con él.

Leo y yo somos amigos desde el jardín de niños, pero cuando estuvimos por empezar la secundaria él se mudó de estado. Aún vivíamos en el mismo país, pero estábamos en distintas partes, pues yo soy de La Habana y él se fue a vivir a Matanzas.

Algo le pasa a Leo, pero ¿por qué no quiere decirme?

Estaba tan metida en mis pensamientos que cuando estaba caminando no vi al pequeño niño que caminaba frente mío.

—Ay, perdón, pequeñín, ¿te hice algo?

Él solo me miraba con una mirada que daba hasta escalofríos, pero eso no era lo más raro. Lo más raro fue ver su piel completamente pálida, sus ojos con grandes ojeras, ojos rojos como la sangre y cabello igual de blanco que su piel.

El niño solo me sonrió con una sonrisa que en vez de ternura transmitía miedo. No era por la forma de sonreír, sino por sus dientes con forma puntiaguda como los de un animal salvaje. De la nada siento que alguien me jala de la ropa y me saca de ahí donde se encontraba el niño.

—¡Leo! ¿Pero qué estás haciendo?

—Escúchame bien, Camila, no te quiero volver a ver cerca de ese niño, ¿entendido?

—Pero si es solo un niño.

—¡Que no te quiero volver a ver cerca de Stean y punto!

Me quedé sorprendida y a la vez algo temerosa.

¿Quién es ese niño, Leo, y qué es lo que tiene que ver él contigo?

—Cami, cariño, solo escúchame, mantente alejada de ese niño por lo que más quieras.

Esa noche me quedé pensativa: ¿quién era ese niño y por qué Leo me dijo que me alejara de él? ¿Qué está pasando con mi amigo?

Al día siguiente fui a casa de su madre, pues él viviría con ella un par de meses ya que sus padres se separaron, por eso había regresado.

—Hola, ¿señora, se encuentra Leo?

—Ah, Cami, querida, sí, pasa, está en su habitación, sube.

Subí a la habitación de Leo y lo que encontré me heló la sangre. Leo estaba recostado en su cama cubierto por las mantas como buscando un poco de refugio.

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