El Clóset

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Autor: Penny-Pages-wise🎈

Las sábanas azules estaban frías cuando Billy se metió entre ellas. Un escalofrío recorrió su columna e hizo temblar su cuerpo entero, pero no se debía al viento helado de aquella noche de octubre que se colaba por la ventana semiabierta se debía a algo más, pero que un niño de once años no podía explicar aunque quisiera.

Miró alrededor de la habitación con sumo cuidado hasta que sus ojos se detuvieron en el antiguo clóset de madera de cedro. Aquella antigüedad que su madre había recibido de parte de su abuela y que, según decían, era una reliquia familiar que se pasaba de generación, en generación y que su madre se negaba a tirar a la basura a pesar del estado desgastado y enmohecido que poseía y que, de alguna manera, causaba en Billy cierta repulsión y también miedo.

La puerta del armario estaba entreabierta y la oscuridad de aquel pequeño espacio dio paso a un suave silbido, como el siseo rápido de una serpiente, pero a Billy las serpientes no lo asustaba. Había ido al serpentario un mes atrás con la clase del colegio y, más que miedo, las serpientes le parecían seres extraordinarios así que, no, las serpientes no le daban miedo. El siseo se desvaneció de pronto y fue sustituido por el suave crujir de unas garras contra la madera muy parecidas a las de un gato o un perro. Billy tampoco tenía miedo de ellos, es más, amaba con fervor a esos animales, pero nunca había tenido ninguno porque era alérgico al pelo o era lo que su mamá siempre decía. El sonido de garras se apagó también y, ahora, un par de voces extrañas salieron del clóset; eran, más bien, una serie de gruñidos y balbuceos que no tenían sentido para Billy y que lo dejaron petrificado cuando chillidos agudos salieron de aquel pequeño lugar. Billy sintió como cada uno de sus vellos se erizaban y una ligera película de sudor se adhería a su piel.

Una voz infantil salió de la oscuridad y llamó su nombre con insistencia, Billy no tenía hermanos menores, solo un hermano mayor, Noah, que se encontraba en la universidad, así que no podía reconocer aquella voz que lo llamaba con gruñidos y chillidos. Pero si pudo reconocer una de las voces que hablaban al fondo, era la de Thomas, el hijo de los vecinos de enfrente. Thomas había sido secuestrado por un hombre desconocido mientras jugaba en la acera de la calle y había desaparecido por completo. Pero la voz era exactamente igual a la suya. El corazón de Billy latía con fuerza contra su pecho, pero de alguna manera encontró valor dentro de sí mismo y se levantó de la cama, temiendo que, en efecto, Thomas estuviera encerrado en aquel lugar mohoso y oscuro.

El piso estaba frío bajo los pies de Billy, pero ni siquiera lo notó, pues su mente estaba concentrada en dar un paso tras otro hasta llegar a la puerta del clóset que, de a poco, se iba abriendo con un chirrido de bisagras oxidadas y viejas.

Billy se detuvo cuando la puerta quedó abierta de par en par. La densa penumbra se fue aclarando poco a poco, cómo si alguien ahí dentro hubiera encendido una vela. Las sombras danzaban sobre la superficie de madera gastada y podrida.

—Billy, estoy aquí, Billy. —La voz salió de entre los abrigos en un suave susurro sibilante.

—¿Thomas? —preguntó Billy a la voz de aquello que parecía ser un niño. Una risa extraña flotó hasta él y volvió a estremecerse con fuerza, entendió que algo no estaba bien con eso y dio un paso más para mirar entre los abrigos cuando la forma apareció. Era un niño, sí, o quizá, algo que parecía un niño. El cabello oscuro cubría su frente y sangre fresca caía por el costado izquierdo de su cara, dándole un aspecto siniestro. Usaba camisa y pantalones que en algún momento habían estado limpios, pero ahora estaban llenos de barro y hojas muertas que desprendían un olor a podredumbre que lo asqueó.

Una de las manos blancas y rígidas de aquel espectro se movió para tocar a Billy que, de un salto, la esquivó con terror. El grito se quedó atorado en su garganta cuando el lado derecho del cuerpo de lo que parecía ser Thomas quedó a la luz. Estaba mutilado, pedazos de carne se desprendían del hueso, la sangre manaba roja y brillante y se filtraba por las tablas del clóset que parecían absorberla hambrientas.

—Billy —croó la cosa con la cara de Thomas. Billy se estremeció y mojó sus pantalones de terror cuando la boca ensangrentada de múltiples dientes como navajas se abrió en una sonrisa gigante y horrorosa.

Rápidamente y sin perder tiempo, la cosa atrapó el brazo de Billy entre sus garras y lo arrastró hacia el clóset que era solo oscuridad, una oscuridad que no parecía tener fin.

La madre de Billy remendaba un par de pantalones de su hijo y esposo en la sala con la televisión encendida emitiendo un programa de concursos que poca atención prestaba hasta que, un grito agudo perforó su tranquilidad. Dejó los pantalones a un lado sobre el sofá presa del miedo casi primitivo que el grito despertó en ella y corrió al pie de las escaleras.

—Billy —llamó la madre, pero no hubo respuesta, solo el sonido de una puerta al cerrarse con fuerza. Sus manos temblaron sobre la barandilla de las escaleras y, sin esperar más, corrió hacia el cuarto de su hijo.

—¿Billy? —preguntó en voz baja la madre. Abrió la puerta, pero ahí no estaba su hijo. Las sábanas de la cama estaban revueltas y la puerta del clóset entreabierta. ¿Estaría Billy ahí adentro?

—¿Billy, estás en el ar armario? —preguntó, pero de nuevo no hubo respuesta—. Billy, estás asustándome —dijo la madre con el corazón latiendo con fuerza dentro del pecho. Una risa suave escapó desde dentro del clóset en la oscuridad. La madre la reconoció: era la risa de Billy. Sonrió. Quizá solo se trataba de una pesada broma para asustarla, no era típico de su hijo, pero... Otra risa, esta vez más profunda y extraña, no se parecía a la de su hijo. La mano que, sin darse cuenta, había estirado para abrir la puerta se detuvo y vaciló un instante.

—Sal de ahí, Billy, esto no es gracioso.

—Mamá. Mami... —llamó algo dentro del clóset. La madre sin pensarlo más, abrió la puerta y una mano blanca como el papel de uñas largas la jaló dentro.

Samuel entró a la casa cuando el grito de su mujer comenzaba a apagarse y perderse en la quietud del hogar. Se congeló en su lugar por un par de segundos mientras miraba hacia las escaleras.

—¡Marion! ¡Billy! —gritó el padre asustado. Pensaba que, probablemente, un ladrón podría haber entrado a la casa mientras él estaba afuera, así que, corrió tan rápido como pudo escaleras arriba hacia el cuarto de su pequeño hijo de dónde estaba seguro había salido aquel grito. Cuando entró, no encontró a nadie ahí, solo la puerta del armario entreabierta y las risas de su mujer y su hijo salieron de él. 

 

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