I
Eleanor parpadeó a la débil luz de una lámpara de araña. Se sentó en la cama, sintiendo la suave colcha contra su piel. A su alrededor, el lugar era agradable, decorado con tonos cálidos y una elegancia sutil que la hizo sentir un poco más tranquila. Sin embargo, un escalofrío recorrió su espalda al darse cuenta de que estaba sola, sin recuerdos claros de cómo había llegado allí.
Su mirada se dirigió a la mesita de noche, donde un fajo de efectivo estaba cuidadosamente doblado. La curiosidad le dio pie a la ansiedad. ¿Por qué había dinero allí? ¿Era un regalo, una broma o algo más inquietante? Sin poder contener su inquietud, se levantó de la cama y se dio una rápida mirada en el espejo. Su cabello desordenado y la falta de maquillaje le recordaron que, a pesar de la elegancia del lugar, no se sentía para nada arreglada.
Con pasos inseguros, Eleanor salió del cuarto y bajó por el pasillo, cada paso acentuando la sensación de que algo no estaba bien. Al llegar al mostrador de recepción, la sonrisa del conserje no la consoló en absoluto. Se acercó con una pregunta que había martillado en su mente:
—¿Quién me trajo aquí?
El conserje, sin perder la compostura, le respondió:
—Una señora muy elegante, con un sombrero negro y una bufanda de seda. Dijo que se llamaba Sylvia.
Las palabras resonaron en la cabeza de Eleanor como si fueran un eco. Su tía Sylvia, la mujer enigmática que había estado ausente durante años, había encontrado la manera de reaparecer en su vida de forma inesperada.
La mente de Eleanor se agolpó con recuerdos vagos de su infancia: las visitas a casa de su madre fallecida, las lecciones de costura, las historias fascinantes que siempre contaba y su risa melodiosa. Pero también había sombras: la distancia que se había creado entre ellas, las veces que habían perdido el contacto, los incesantes murmullos sobre la vida extravagante de Sylvia.
—¿Dónde está ella ahora? — preguntó, con un hilo de esperanza cruzando su voz.
El conserje se encogió de hombros.
—No lo sé, Señorita. Se marchó poco después de dejarte aquí.
La respuesta hizo que Eleanor se sintiera desorientada. ¿Por qué la había dejado en ese hotel? ¿Cuál era su intención? La ansiedad se transformó en un torbellino de preguntas.
Eleanor sabía que debía averiguarlo. Tomando una respiración profunda, decidió que no podía permitir que la incertidumbre la consumiera. Con el dinero en la mano y la determinación renovada en su corazón, salió del hotel. La ciudad vibraba a su alrededor, y aunque sus pasos eran inciertos, una nueva misión había despertado en ella: encontrar a su tía y, tal vez, redescubrirse a sí misma en el proceso.
Pero... ¿Y si ella no quería volverla a ver? Además, no conocía el camino de regreso, estar confinada a cuatro paredes forradas de papel aterciopelado no le había hecho ningún bien.
Eleanor se acercó a mirar un cuadro muy hermoso que adornaba la estancia.
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La joven Eleanor
Teen FictionCasi todos la han visto: En la penumbra del bosque, una mujer de belleza etérea recorre los senderos con gracia. Su piel resplandece a la luz de la luna, y su largo cabello oscuro cae en suaves ondas, enmarcando su rostro sereno. Viste un vestido li...