I
A medida que los días se deslizaban como hojas secas llevadas por el viento del otoño, Casilda no pudo evitar sentir un ligero cosquilleo en el estómago. La casa, usualmente llena de risas y murmullos, había comenzado a abrazar un silencio inquietante que se concentraba alrededor del cuarto de Maruja. Cada vez que pasaba por el pasillo, sentía que un peso invisible se acumulaba a su alrededor.
Al principio, pensó que Maruja simplemente estaba sumida en sus pensamientos, quizás reflexionando sobre algún asunto que la preocupaba. Pero, conforme pasaban las semanas, esa quietud se tornó en un murmullo, y lo que una vez fue silencio se convirtió en susurros apenas audibles.
Se quedó de pie, una tarde, frente a la puerta entreabierta del cuarto de Maruja. La luz del atardecer se envolvía con el Crepúsculo duraznero, creando un ambiente casi etéreo, pero lo que escuchó la estremeció. Palabras sueltas se escapaban de los labios de la huérfana, como si estuviera conversando con alguien; sin embargo, al mirar con más atención, se dio cuenta de que no había nadie allí. La voz era baja, casi un canto melódico, pero la incomprensibilidad de lo que decía evocaba en Casilda una sensación de temor.
—¿Qué estará tramando? — pensó, mientras un escalofrío recorría su espalda.
Maruja había sido siempre una jovencita enérgica, llena de vida y risas, pero esa nueva faceta la preocupaba. Las noches se volvieron largas para Casilda, quien se retorcía entre cobijas, preguntándose si debía acercarse, si debía confrontarla o simplemente esperar a que se abriera sobre lo que parecía concebir en soledad. Por varias semanas seguía ensimismada en su mutismo cuando estaba acompañada, pero cuando se encerraba a oscuras hablaba con el señor Nadie, a quién le contaba todas sus fechorías.
Recordó con inquietud el brillo en los ojos de Maruja, esa chispa que a menudo denotaba una idea que germinaba en su mente. ¿Sería esta vez algo benigno, una nueva creatividad que pulsaba por salir a la luz, o habría algo más oscuro detrás de esos murmullos?
¿O quizás estaba lista para contar el por qué antes de llegar a la casa, vagaba sin rumbo fijo por el bosque?
Finalmente, una tarde, cuando el sol empezaba a caer en el horizonte y la casa se sumía en la penumbra, además de la ausencia casi extraña de Carlos; Casilda decidió que no podía permitir que la ansiedad la consumiera. Se armó de valor y tocó la puerta del cuarto. El murmullo cesó de inmediato, y el silencio resultó ensordecedor.
—Maruja, ¿estás ahí? — se asomó, ansiosa. Cuando la puerta se abrió lentamente y la chica apareció en el umbral, una sombra de sorpresa cruzó el rostro de Maruja.
—¿Casilda? — murmuró en aullidos apenas audibles.
Por lo menos decía algunas frases y palabras, pero nunca un párrafo u oración completa. Un instante de duda la invadió. Mirando esos ojos tan familiares, pero que parecían distantes en ese momento, Casilda se armó de la determinación necesaria.
—Te he escuchado hablar sola... ¿estás bien?
La sonrisa que surgió en los labios de Maruja fue leve, casi imperceptible.
—Nada.
—¿Nada? — interrogó la preocupada amor.
—Si, nada.
Pero Casilda sintió un escalofrío. Esa respuesta, suave pero evasiva, no disipó su inquietud; más bien la intensificó.
Mientras la conversación continuaba, y las horas se deslizaban, Casilda no pudo evitar recordar que las sombras, aunque efímeras en el atardecer, a veces son más reales de lo que uno desearía. En su corazón, una inquietante certeza comenzó a formarse: Maruja guardaba algo, y, con cada murmullo, la distancia entre ambas parecía crecer un poco más.
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La joven Eleanor
Fiksi RemajaCasi todos la han visto: En la penumbra del bosque, una mujer de belleza etérea recorre los senderos con gracia. Su piel resplandece a la luz de la luna, y su largo cabello oscuro cae en suaves ondas, enmarcando su rostro sereno. Viste un vestido li...