La Maldad de Carlos Guaramato

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I

—Casilda, necesito que sepas algo... — comenzó Maruja, el corazón latiendo con fuerza, sin saber que ese momento cambiaría el rumbo de su amistad y la forma en que ambas enfrentarían el desafío que representaba Carlos en sus vidas.

Sin embargo, volvió a ser muda, y no salieron palabras de su garganta, solo varias letras del alfabeto amontonadas que no tenían significado.

—Calma, no te angusties... Debes descansar, más tarde Carlos vendrá a verte.

Maruja hubiera querido no escuchar la última oración de la frase.

II

Carlos salió de la oficina con el corazón palpitante y la mente llena de pensamientos confusos. Después de meses de estrés acumulado y de sentir que su esfuerzo pasaba desapercibido, su jefe le había anunciado su despido de manera fría y distante, como si se tratara de un simple trámite administrativo. Sin previo aviso, el mundo que conocía se desmoronó ante él, y la rabia comenzó a burbujear en su interior.

Mientras caminaba por las calles de la ciudad, cada paso hacía eco de su frustración. La luz de los faroles parpadeaba como su ánimo, y el murmullo de la gente lo irritaba. Pero, en medio de toda esa tempestad emocional, una idea irrumpió con fuerza en su mente: Maruja.

La mujer que siempre había despertado su interés desde la primera vez que la vio, con su risa contagiosa y esa mirada intrigante que parecía atravesar las almas. Carlos había mantenido su distancia, pero ahora, impulsado por el desasosiego del despido y un deseo feral de romper cadenas, decidió que esa noche Maruja sería suya.

Se dirigió al bar donde solían pasar las noches. La música sonaba fuerte y las risas resonaban en el ambiente, pero él solo tenía un objetivo en mente. Con el pecho erguido y la determinación como compañero, atravesó la multitud hasta encontrarla, rodeada de amigos, riendo y disfrutando de la noche.

Al ver a la primera prostituta, una corriente eléctrica recorrió su cuerpo. Se acercó con confianza, sus ojos fijos en los de la intrépida Mujer. Cuando ella lo notó, su sonrisa se amplió, iluminando el lugar como un faro.

—¿Carlos! ¿Qué haces aquí? — preguntó con sorpresa.

—Vengo a buscar algo de diversión, — respondió él, su voz más grave de lo habitual, cargada de una tensión que no podía disimular. — ¿Te gustaría bailar?

Ella miró a su alrededor, como si evaluara la situación. Luego, su risa resplandeció otra vez.

—Claro, ¿por qué no?

Bailaron, perdidos en el ritmo contagioso de la música. Carlos, en su mente, había decidido que no iba a dejar que la noche se escapara sin intentar algo más. Tenía que aprovechar esa chispa que sentía, ese momento que podría cambiar todo.

Cuando la música se suavizó, Carlos se inclinó hacia ella, su voz un susurro.

—¿Alguna vez has pensado en lo que podría pasar si nos olvidamos de todo esto y simplemente… nos dejamos llevar?

La pregunta flotó en el aire, cargada de una intensidad que hizo refugio en el corazón de ambos.

Ella se mordió el labio, sus ojos brillando con una curiosidad creciente.

—No sé… tal vez podría ser interesante. — y sonrío. Su dentadura era muy parecida a la de Maruja.

En medio de la tormenta que Carlos había dejado atrás, se forjó un nuevo camino arado de perdición. La combinación de la rabia y el deseo había encendido una chispa, y mientras la música seguía tocando, ambos se encontraron danzando sobre una línea difusa entre lo que creían posible y lo que realmente deseaban. Lo que había sido un día oscuro para él, se estaba transformando en una noche de posibilidades amargas.

La noche en la que Maruja finalmente sería suya.

Carlos había dejado que la noche lo absorbiera por completo. El bar, con su luz tenue y música estruendosa, se convirtió en su refugio, un lugar donde podía ahogar sus penas y desear una vida diferente. Las horas pasaban y él, sin apenas darse cuenta, deslizó su vaso por la barra una y otra vez, mientras la risa y el humo lo envolvían como una segunda piel.

La mirada de una mujer en particular lo atrapó, de aquellas que saben cómo hacernos sentir especiales en un mundo indiferente. Su sonrisa era como el brillo de una estrella perdida y, embriagado por la mezcla de alcohol y sed de compañía, Carlos decidió que tendría que ser suya por esa noche. En el bullicio del bar, se olvidó de su vida, de Maruja, de las promesas no cumplidas. Se perdió en ella, en sus caricias, en su risa que sonaba a melodía, y por un breve instante, pensó que tal vez todo podía cambiar.

Pero la embriaguez pronto se transformó en vacío. Cuando el amanecer comenzó a asomar, la claridad le devolvió una realidad que no deseaba enfrentar. Despertó en un cuarto ajeno, con la cabeza pesada y el corazón igual de cargado. Mientras la prostituta se vestía, él sintió que la noche había sido un espejismo, un intento fallido de olvidar todo lo que había dejado atrás.

Sin preocuparse por la cuenta ni por las miradas curiosas, salió del bar como alma que lleva el diablo. Los ecos de risas y música se desvanecieron tras él, pero su pecho latía con una mezcla de arrepentimiento y la esperanza de redimirse. Caminó por las calles, sintiendo que cada paso lo acercaba más a su hogar y a Maruja, que seguramente lo estaría esperando.

—¡Señor!, La cuenta.

—¡Al diablo con la cuenta!

Al llegar a su casa, con el rostro pálido y el aliento aún impregnado a alcohol, se encontró con la puerta cerrada. La incertidumbre le paralizó. Lo que había hecho esa noche, con quién había estado, lo perseguiría. Fue entonces cuando la realidad lo golpeó con fuerza: Casilda no merecía una vida junto a él, un hombre que había sido capaz de debilitar su amor por un instante de locura.

Carlos respiró hondo, preparándose para enfrentar las consecuencias de sus actos, sin saber si hallaría el perdón que tanto anhelaba.

O un perdón Casi Fingido.

Solo pensaba en Maruja, Casilda ya no estaba en sus pensamientos.

Quizá Maruja antes de dedicaba a eso: Era una prostituta antes de llegar a su casa.

Sería una prostituta, hermosa y desafiante, que con una sonrisa cómplice que le ofrecía escapar del mundo que lo oprimía.

Los pensamientos de Carlos se agolpaban en su mente. La necesidad de desconectar de una realidad que lo había abrazado con fuerza era tentadora. La mujer le susurraba palabras dulces, promesas de un placer efímero, un refugio temporal. Pero en ese instante, en medio del humo y el ruido, la imagen de la actual Maruja apareció como un destello.

La prostituta, que parecía una oportunidad de olvido, se convirtió en un espejismo.

Se sintió dividido, pero con cada latido, el deseo por Maruja se volvía más intenso. Con un suspiro de resignación y de fuerza, rechazó a la mujer que lo había atraído con promesas de placer. A pesar de las miradas curiosas que lo seguían, se levantó de la mesa y salió a la fría noche.

Ahora se encontraba frente a su casa, pasando la resaca y con la convicción de que, Maruja están sola en casa, mientras Casilda hacía mercado.

La joven EleanorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora