Un monólogo digno de Broadway

4 3 1
                                    

Eleanor se encontraba en una estación de tren, los ecos del ajetreo de viajeros a su alrededor resonaban en sus oídos. Había llegado a la ciudad un día antes, llena de esperanza y un poco de nerviosismo por su nuevo empleo como asistente de una anciana que necesitaba ayuda en su hogar. Sin embargo, al salir de la estación, se dio cuenta de que el mapa digital en su teléfono había dejado de funcionar, dejándola en medio de una pequeña crisis de orientación.

Con un suspiro, Eleanor tomó una respiración profunda y decidió que lo mejor era pedir ayuda. Miró a su alrededor y notó a un grupo de personas charlando cerca de una cafetería. Se acercó con paso decidido, tratando de mantener la calma.

—Disculpen — comenzó, su voz un tanto titubeante. — ¿Alguien podría indicarme cómo llegar a la casa de la señora Lucía Martínez? Creo que está cerca de aquí, pero no estoy segura.

Una mujer de cabello rizado y sonrisa amable la miró de inmediato y dijo:

—Ah, ¡Conozco a la señora Martínez! Un amor de persona. Solo necesitas seguir esta calle recto, luego girar a la derecha en la panadería, y su casa está al final de la calle, justo enfrente del parque.

Eleanor sintió un alivio enorme. Agradeció a la mujer y, después de tomar nota mental de las direcciones, comenzó a caminar. Mientras avanzaba, se preguntaba cómo sería su nueva vida allí. La señora Martínez había mencionado que le encantaba contar historias de su juventud, y a Eleanor le emocionaba la idea de aprender de sus experiencias.

Al llegar a la panadería, no pudo resistir la tentación de entrar y comprar un croissant. El aroma del pan recién horneado la envolvió, dándole una calidez que complementaba su anticipación. Una vez con su merienda en mano, se dirigió hacia la última calle en busca de la casa de la anciana.

Finalmente, al llegar, se encontró frente a una hermosa casa de colores suaves, con un pequeño jardín lleno de flores brillantes. Deteniéndose un momento para observar la escena, Eleanor palideció, sintiendo que este nuevo capítulo de su vida estaba a punto de comenzar, Pero que en realidad nunca había cerrado. Con un ligero temblor en la mano, tocó el timbre, lista para unirse a la historia que le aguardaba dentro.

La casa donde fue a trabajar Eleanor con la anciana era la casa de su tía Sylvia, ella murió y el estado remató la vivienda.

Sin embargo, Eleanor ignoraba todos estos acontecimientos.

Llamó a la puerta una vez, luego otra, pero el eco de su timbre parecía perderse en el silencio del lugar. La impaciencia comenzó a gestarse en su interior; ¿cómo era posible que nadie le abriera? Había esperado con ansias este momento, deseando ver a su tía Sylvia y compartir las novedades de su vida. Sin poder contenerse más, decidió entrar corriendo, llamando a su tía:

—¡Sylvia! ¡Soy yo, Eleanor!

La casa, generalmente animada por la dulce voz de su tía, se sentía despojada de su calidez. Un escalofrío le recorrió la espalda mientras subía las escaleras, ansiosa por encontrar una respuesta a su inquietud. Fue en ese instante que se topó con Lucía, esa amable anciana que le había ofrecido un trabajo. Lucía, con su habitual sonrisa serena y una mirada comprensiva, se detuvo ante ella.

—Eleanor —dijo Lucía, su voz suave como un susurro—. ¿Qué te trae por aquí? ¿Aceptarás la oferta de trabajar conmigo?

Desconcertada, Eleanor preguntó casi con desesperación:

—¿Dónde está tía Sylvia? La estaba buscando... ¡Esta es la casa de mi tía Sylvia! — le dijo con una sonrisa mientras tomaba de las manos a la endeble viejecita — aquí crecí, soñé y viví 15 años de mi vida... Mi tía Sylvia siempre fue cosmopolita, pero a pesar de todo me crió como una mujer de bien; ¡Oh!, ¡Qué bellos recuerdos! Aunque siempre la defraudaba y nunca aceptaba sus correcciones, ella me amaba... ¡Me ama!

El rostro de Lucía se tornó grave y sus ojos se llenaron de compasión.

—Querida, lamento decirte que Sylvia falleció hace dos meses. Fue... repentino. Lo siento muchísimo.

Las palabras hicieron que el mundo a su alrededor se desvaneciera en un torbellino de confusión y tristeza. Eleanor sintió como si la tierra se deslizara bajo sus pies. La amabilidad de Lucía se convertía en un bálsamo para su dolor, pero la realidad era que el vacío que dejaba su tía la golpeó con fuerza. Las lágrimas comenzaron a empañar su visión, mientras la cálida luz de la tarde se tornaba en una penumbra inhóspita.

—¿Cómo? Eso no es Posible Lucía... — Su rostro refleja una mezcla de melancolía y cariño mientras habla, con la voz entrecortada. — Sylvia… Ah, mi tía Sylvia. A veces me pregunto si el mundo la ve como yo. Su carácter extraño, esa forma de ser que a menudo asustaba a otros, como un mar en tormenta. Siempre había algo en ella que era un poco fuera de lo común. Tal vez eran sus ojos, tan intensos, llenos de un fuego que la mayoría no se atrevería a enfrentar. O quizás era su manera de hablar, tan directa, tan cruda, que a menudo dejaba a todos boquiabiertos. — por alguna extraña razón, Lucía sentía que Eleanor danzaba en un aura desconocida — Recuerdo aquellos días en que me encontraba sentada en la mesa de la cocina, y sus comentarios me caían como una lluvia fría. “Eleanor, eso no es de una dama,” decía, acomodando un mechón de su cabello con esa determinación que la caracterizaba. Yo intentaba entender su lógica, porque había amor en cada corrección, en cada llamado a la realidad. La vida con ella no era fácil, pero al mismo tiempo, era un tejido de lecciones, de enfrentamientos entre su dureza y mi fragilidad. Era como si estuviera forjando una espada, y yo era el metal aún por moldear. A veces, me sentía perdida en su mar de exigencias, pensando que tal vez no podía ser lo que ella deseaba. Pero en el fondo, siempre supe que su amor era inquebrantable; sólo que a su manera, un amor que no conocía la suavidad de las caricias, sino el peso de la verdad. Y pese a las peleas, a esas noches en las que me arrepentía de haberle hablado de cierta manera, había una luz en su mirada cuando me miraba, un destello fugaz que me decía: “Lo estás haciendo bien, Eleanor. Sigue adelante.” ¿Cuántas veces no me senté a llorar en mi almohada, deseando que fuera diferente? Pero en esos momentos de tristeza, también recordaba cómo su risa brotaba espontánea, esa risa que llenaba todo de vida, y entendía que detrás de cada reprimenda había un amor profundo y feroz.

Eleanor hizo una pausa monótona en su monólogo, su cara estaba extrañamente roja, y sus ojos llorosos contagiaban esa tristeza.

—Ahora que no está, me doy cuenta de cuánto la extraño. La extraño en mis propios errores, en los recuerdos de esas charlas interminables que teníamos al caer la tarde, en las que, aunque me gritara, yo podía sentir que su amor era más potente que cualquier crítica. La extraño y, a veces, aún oigo su voz en mi cabeza, corrigiéndome, guiándome.

Suspira, dejando que un leve rayo de luz ilumine su rostro, mientras una sonrisa triste se dibuja en sus labios.

—Es extraño tal vez, querer tanto a alguien que a menudo me quebrantaba. — continuó — Pero eso es lo que hacía a Sylvia única. Amarla no siempre era sencillo, pero era, sin lugar a dudas, lo más verdadero que he sentido. Y mientras viva, llevaré su legado de amor y dureza en cada paso que dé. Porque eso es lo que hacen las tías como Sylvia: nos enseñan a enfrentar la tormenta y, al final, a danzar bajo la lluvia.

Eleanor deseaba desaparecer, morirse junto a su tía y volver a empezar desde cero. Lucía le preparo un té para calmar los nervios, y tras largas horas de charla maternal, la chicuela huérfana de tía, madre y Abuela, aceptó el trabajo.

La joven EleanorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora