07| Un detestable hombre.

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Pasado un rato, Mihrimah, aún acomodándose en sus aposentos, sintió un leve vacío en el estómago

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Pasado un rato, Mihrimah, aún acomodándose en sus aposentos, sintió un leve vacío en el estómago.

—Yelena —llamó a la criada rusa con una voz amable pero autoritaria—, ¿podrías ir a buscar algunos bocadillos? Estoy un poco hambrienta.

Yelena asintió de inmediato, inclinándose levemente y saliendo de la habitación con rapidez. Apenas la puerta se cerró tras ella, Zarife se acercó a Mihrimah y habló en voz baja, sus ojos llenos de recelo.

—Sultana, esa sirvienta rusa... no me da buena espina. Hay algo en ella que no me convence. Es probable que esté aquí para vigilarte por orden de su ama —dijo, observando con intensidad hacia la puerta por donde Yelena había salido.

Mihrimah se quedó en silencio un instante, luego asintió lentamente y esbozó una leve sonrisa de complicidad.

—Tienes razón, Zarife. Nosotras somos otomanas, y vivimos en un palacio donde la muerte y la traición son un juego diario. Si Anastasia quiere entrar en esos juegos de poder, será cuestión de responderle con nuestras propias reglas —dijo, dejando escapar una pequeña risa que brillaba con astucia—. Aunque primero... me gustaría averiguar su verdadero motivo.

Ambas compartieron una mirada de entendimiento, cada una consciente de que se adentraban en un terreno lleno de intrigas.

Mihrimah le dedicó a Zarife una pequeña sonrisa, y esta, sin necesidad de palabras, se la devolvió con calidez. Después de Emine, Zarife era sin duda su amiga predilecta, su confidente, esa compañera constante que la había acompañado en cada paso de su vida en el palacio.

Zarife había llegado al palacio otomano siendo apenas una niña, de siete años, la misma edad que Mihrimah. Aunque siempre había sido su sirvienta, entre ellas había una conexión especial, una camaradería profunda que las unía más allá de las diferencias de estatus. En privado, cuando nadie observaba, se trataban como iguales, y Mihrimah sentía en Zarife una lealtad y una amistad sinceras que no encontraba en casi nadie más. Juntas, habían compartido secretos, sueños y anhelos que el mundo exterior nunca sospecharía.

Mientras observaba a Zarife doblar con esmero sus ropas de seda, Mihrimah no pudo evitar un deseo egoísta. Quería que Zarife estuviera a su lado para siempre, que siguiera siendo su confidente y su amiga en los años por venir. Pero, al mismo tiempo, en el fondo deseaba que su amiga encontrara algún día el amor y la felicidad, quizás con alguien de buen rango, alguien que supiera valorar su fortaleza y su lealtad.

Una mezcla de afecto y nostalgia llenó su corazón, y en silencio se prometió que, si alguna vez llegaba ese día, haría lo posible por asegurar que Zarife estuviera bien, aunque implicara dejarla partir.







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𝖬𝗒 𝗌𝗍𝗎𝗉𝗂𝖽 𝗁𝖾𝖺𝗋𝗍|| 𝐌𝐢𝐡𝐫𝐢𝐦𝐚𝐡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora