Capitulo 28

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Sawamura se acercó lentamente a la casa de su difunto abuelo, el lugar que había sido testigo de tantos momentos en su vida. La familiaridad de la estructura lo envolvió en una mezcla de nostalgia y tristeza, como si los recuerdos estuvieran atrapados en las paredes, esperando ser liberados.

Al cruzar el umbral, una ráfaga de memorias lo golpeó. Se veía a sí mismo, un niño pequeño, corriendo por el pasillo mientras su abuelo lo perseguía, gritando con esa voz que resonaba con una mezcla de alegría y autoridad.

—¡Eijun! ¡No te escapes de mí! —proclamaba su abuelo, levantando su bastón como si fuera una espada, aunque en el fondo sabía que solo jugaba.

Sawamura sonrió entre lágrimas al recordar cómo, en su juventud, su abuelo lo había regañado y después se había agachado para abrazarlo con fuerza, olvidando por completo la reprimenda. Sin embargo, había otros momentos, más oscuros, en los que el mismo bastón se utilizaba para disciplinarlo, y esos recuerdos se entrelazaban con los felices, creando una maraña de emociones.

Afuera, la nieve caía suavemente, cubriendo todo de un manto blanco y brillante. La escena lo transportó a una fría tarde de invierno, donde él y su madre habían jugado en el jardín. Ella lo había animado a hacer un muñeco de nieve, riendo mientras él lanzaba bolas de nieve en su dirección. Las risas resonaban en su mente como una melodía dulce y melancólica.

—¡Mira, mamá! ¡Es el muñeco más grande del mundo! —gritó, mientras su madre se unía a él, riendo, haciendo copos de nieve que se deslizaban por sus mejillas sonrojadas.

Ahora, solo quedaba el eco de esas risas, y los ojos de Sawamura se llenaron de lágrimas, que caían silenciosamente al suelo. Fue en ese momento, sumido en su tristeza, que sintió una mano cálida que le acariciaba la cabeza. Al girarse, se encontró con el padre de Wakana, quien lo miraba con una mezcla de compasión y ternura.

—¿Cómo estás, Eijun? —preguntó con una voz suave, como si intentara romper el hielo que cubría el corazón del joven.

Sawamura, ahogado en sus recuerdos, apenas pudo responder.

—Estoy bien... —dijo, su voz temblando mientras intentaba esconder el dolor que lo invadía.

El padre de Wakana lo observó, su mirada llena de entendimiento. Con un suspiro profundo, se agachó un poco para estar a la altura de Sawamura y le habló con sinceridad.

—Eijun, sé que el dolor que sientes es abrumador. Es normal que te sientas así. Los recuerdos pueden ser un regalo precioso, pero también pueden herir profundamente. —Su voz era un susurro reconfortante, casi como un abrazo cálido.

—Nunca olvides que el amor que compartiste con ellos sigue vivo dentro de ti. Aunque su ausencia duele, su amor te acompaña en cada paso que das.

Sawamura sintió cómo una mezcla de tristeza y consuelo lo envolvía. Las palabras del padre de Wakana eran como un bálsamo para su alma herida, y por un momento, sintió que no estaba tan solo en su sufrimiento.

—Lo importante es que honres esos recuerdos, que permitas que te guíen en lugar de que te atrapen. Ellos siempre querrían que fueras feliz, a pesar de la tristeza que ahora sientes. La vida sigue, Eijun. Tienes a tus amigos a tu lado, y eso es un regalo que nunca debes dejar de valorar.

Sawamura asintió, sintiendo cómo la calidez de esas palabras iluminaba un poco la oscuridad que lo rodeaba. Aunque el dolor seguía presente, un destello de esperanza comenzó a florecer en su corazón.

—Ya mismo está la cena —dijo el padre de Wakana, sonriendo con amabilidad—. ¿Por qué no saludas a Wakana? Ella está arriba.

Con un último vistazo a la habitación llena de recuerdos, Sawamura se dirigió hacia las escaleras, sintiendo que, tal vez, el calor de la compañía de sus amigos podría aliviar un poco el frío que llevaba dentro.

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⏰ Última actualización: Nov 09 ⏰

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Miyusawa - Serendipia de BonhomiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora