IV. RABDOMIOSARCOMA

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Año 2008

     La preocupación y desesperación aumentaban conforme el bus estaba por llegar a Santiago de Chile. Los latidos del corazón de mi madre comenzaron a acelerarse. Aquella incertidumbre no podía mantener totalmente cuerdos ni a mi mamá ni a mi papá. Por mi parte, estaba tranquilo, no tenía idea de lo que ocurría, yo sólo quería haberme quedado un par de días en Talca con mi familia paterna.

     Llegamos a casa, ordenaron algunas cosas y luego se sentaron en la mesa para saber cómo se debía proceder, nadie quería pensar lo peor, pero yo estaba teniendo dificultades para orinar, y además, el tinte de mi orina hacía sospechar aún más que las cosas no estaban bien encaminadas. La casa se sentía vacía, especialmente por el silencio sepulcral que existía en ese momento. Mi abuela Rosa continuaba trabajando fuera de la ciudad en Concón, por lo que ella aún no estaba enterada de absolutamente nada, lo que en cierto modo, era lo mejor para ese momento.

     Ya no había más tiempo que perder, mi madre comenzó a movilizarse por casi todo Santiago buscando centros asistenciales, consultorios, urgencias, CESFAM, pero en absolutamente ninguno de ellos se recibía una respuesta concreta en cuanto a mi diagnóstico. Mi padre también era parte de estos, y entre ambos decidieron que llevarían consigo un recipiente transparente en el que yo pudiera hacer mis necesidades ureicas, con el objetivo de demostrarles a los profesionales de la salud de que mi orina no era normal.

     El siete oriente quedaba en la comuna de Lo Espejo, pero mis padres ya llevaban una gran distancia de aquel lugar buscando donde encontrar respuestas ante mis extraños, pero dolorosos síntomas. Finalmente, llegamos al Hospital Exequiel González Cortés, curiosamente se encontraba a metros del Hospital Barros Luco en el que nací. Allí, mi mamá y mi papá se entrevistaron con una doctora, a la cual le mostraron la muestra de orina en aquel recipiente transparente. Inmediatamente, la doctora me envió a hacerme unos exámenes a través de scanner, radiografías, etc., dejando a mis padres pendiendo de un hilo al tener que esperar aquellos resultados. Yo tenía cinco años, no tenía la más remota idea de lo que estaba pasando, pero hoy en día no puedo imaginar la angustia que mis padres sentían en aquel momento, las señales no eran buenas, sólo quedaba esperar para recibir el diagnóstico definitivo.

     Recuerdo mínimamente pasar de sala en sala con distintos profesionales de la salud. No tenía idea de lo que debía hacer o lo que se esperaba de mí. Me sentía como un pollito indefenso que sólo quería volver a casa a tomar su leche purita cereal en mamadera junto a mi abuela Rosa. Me metían en máquinas en las cuales yo sólo debía seguir las instrucciones correspondientes. No sé si por miedo u obediencia cumplía con aquellas demandas de los médicos.

     Mis padres no eran capaces de abandonar el Hospital hasta que yo terminara con los procedimientos, y luego, ver los resultados de estos. El cansancio se hacía notar, mi madre me alimentaba como podía y padre proveía esos alimentos. Curiosamente podía apreciar que ambos estaban más unidos que nunca antes, hecho que me aliviaba bastante, ya que no soportaba cuando ambos discutían y pasaban a mayores. Las horas pasaban y pasaban, la noche se hacía presente, hasta que finalmente fui llamado por el altoparlante de aquel Hospital. 

     Mis padres entraron en la consulta de la doctora Álvarez, listos para poder recibir de una vez por todas el diagnóstico que me estaba aquejando. Mi padre estaba muy nervioso, se frotaba las manos de desesperación mientras la doctora comenzaba a revisar las imágenes de los exámenes que me habían tomado. Mi madre, no podía más con la presión, su respiración se agitaba cada vez más, la desesperación la invadía por dentro. La espera se estaba haciendo eterna, la mirada de la doctora Álvarez se modificaba cada vez mientras examinaba minuciosamente cada una de las imágenes que se le presentaron a raíz de los exámenes. Un largo silencio invadió la sala por unos cuantos minutos, hasta que la voz de la doctora se hizo presente con una de las frases que más resonaron en la cabeza de mis padres por el resto de sus vidas.
- Su hijo tiene cáncer, y si no hacemos nada ahora, se va a morir.- Fueron las secas y directas palabras de la doctora. Mi madre se fue para atrás, su mundo se derrumbó. Mi padre al contrario, reaccionó con esa impulsividad que lo caracteriza y se lanzó sobre la doctora al ver lo fría y cruel que fue para comunicar la noticia. Sin embargo, fue detenido inmediatamente por mi mamá y ambos se abrazaron con una tremenda angustia y lágrimas en los ojos.
- ¡¿Qué haremos ahora?!- Preguntó mi madre desesperada.
- Debemos tratar y atacar este tumor lo antes posible para salvarle la vida a su hijo.- Fueron las palabras que de alguna manera, en un pequeño grado, tranquilizaron a mis padres.- Aún falta saber más detalles sobre este tumor, podemos apreciar que se encuentra en etapa III, pero falta conocer su naturaleza para poder determinar los tratamientos adecuados que puedan hacer algún tipo de efecto positivo en su desarrollo.

     En ese momento, entré en esa consulta para reunirme con mis padres. No entendía sus lágrimas, mi inocencia no era capaz de dimensionar el diagnóstico que ellos acababan de recibir. Ambos me abrazaron muy fuerte y decidieron ir a casa luego de un agotador día en el Hospital.

     En casa las cosas eran bastante difíciles de sobrellevar, mis papás sufrían demasiado cuando yo iba al baño y desde allí pegaba un grito desesperado por el ardor que me provocaba orinar. A los pocos días, llega mi abuela Rosa desde Concón. Definitivamente había que contarle la verdad a ella, ya que esa mujer se desvive por su nieto. Mi mamá fue la encargada de entregar la noticia. Y una vez hecho, las lágrimas no se hicieron esperar. Si ya entonces era el regalón de mi abuela Rosa, esta situación logró que fuera su pequeño, el niño más importante de su vida, a quién dejaría todo por verme bien. Pese a ello, el shock en mi abuela Rosa era de dimensiones inimaginables, y su única razón de seguir era que yo debía recuperarme, para ella, ese era el único objetivo de la familia. Permitir que yo, Nicolás Venegas, venciera el cáncer, y jamás dejarme solo en aquella batalla.

     Desde el Hospital Exequiel González Cortés, nos derivaron a la conocida Fundación Nuestros Hijos, encargada de brindar todo tipo de atención a los niños y niñas con cáncer. En aquel lugar, existe un colegio exclusivo para niños con cáncer, que toma desde pre-kinder hasta octavo básico. Además cuenta con espacios de procedimientos clínicos, en algunos de ellos colocan quimioterapia ambulatoria, y en el segundo piso se encuentran los doctores con las fichas de cada uno de los niños. Yo pude conocer todo el lugar. Mis papás me advirtieron que ahí sería mi nuevo colegio, y yo no puse objeción, a pesar de que a mis cortos cinco años no entendía bien todo lo que estaba pasando. De pronto, llaman "Nicolás Venegas" por el altoparlante, y mis papás y yo subimos por las escaleras de la fundación hasta llegar a la consulta del doctor Bernstein. Se cometieron los saludos correspondientes, y luego nos dispusimos a sentarnos frente al doctor para escuchar lo que tenía que decir.
- Bueno, luego de varios estudios, hemos logrado identificar la masa que tiene tu hijo.- Comenzó a decir el doctor ante la atenta mirada de mis padres.-Esta masa se ubica entre la vejiga y la próstata de Nicolás, la verdad de las cosas es que es extremadamente poco común que suceda en personas de su edad. Nicolás tiene un rabdomiosarcoma vesical, el cual vamos a tratar con quimioterapia y radioterapia, para finalmente retirarlo mediante cirugía. Ese es nuestro plan, y esperamos de corazón que sea el más adecuado para él. Debo adelantarles que esto no será sencillo, están a punto de iniciar un camino difícil en el deberán dar todo de sí para que esto funcione y para que el pequeño no sufra más de la cuenta. ¿Estamos de acuerdo?
- Confiamos ciegamente en ustedes, doctor.-Dijo mi madre a penas aguantando las lágrimas.
- Haremos todo lo que esté a nuestro alcance.- Dijo mi padre aún perplejo por la situación.
-Está bien.- Culminó el doctor.- Derrotaremos ese rabdomiosarcoma.

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