Te recostaste en el respaldar de tu asiento, dejando escapar un suspiro pesado que llevaba consigo el cansancio acumulado del día. La vista de la imponente academia frente a ti era un recordatorio constante de tu responsabilidad, pero también de la soledad que parecía envolver ese lugar. Sus ventanales, inmóviles y silenciosos, parecían reflejar un vacío que resonaba en tu interior.
—¿Quién diría que terminaría como directora aquí durante dos años...? —musitaste con un deje de ironía en tu voz, aunque la melancolía se colaba por las grietas de tus palabras.
Tus pensamientos se desviaron hacia Bokuto, como tantas otras veces. ¿Dónde estaría ahora? ¿En la universidad? ¿Qué estudiaría? ¿Qué sueños estaría persiguiendo? Una punzada recorrió tu pecho al imaginarlo con alguien más. ¿Sería feliz? ¿Le amarían como tú nunca pudiste hacerlo?
Sacudiste la cabeza ligeramente, como si eso pudiera ahuyentar las imágenes que se formaban en tu mente. Levantaste una mano para agitarla cerca de tus ojos, tratando de evitar que las lágrimas brotaran.
—Tampoco nos pongamos tan sentimentales —murmuraste con una sonrisa forzada, riendo suavemente al final para disipar la opresión que sentías.
Tus padres habían notado el cambio en ti con el paso de los años. Habías recuperado cierta estabilidad, tanta que ya no sentías la constante vigilancia de sus miradas preocupadas. Sin embargo, tu vida había caído en una monotonía gris que te dejaba una sensación de vacío.
—Me levanto, cocino, desayuno, me ducho, voy a trabajar... regreso y me duermo... —enumerabas en voz baja, casi como un mantra, mientras el eco de tus palabras llenaba el aire a tu alrededor.
Habías encontrado un refugio en un lugar inesperado. La habitación de hotel que una vez compartiste con Bokuto se había convertido en un santuario. Después de un año de buen comportamiento, tu padre te la había comprado, y desde entonces, visitabas ese lugar todos los días.
—Buenos días —saludaste al personal de recepción al entrar, con una sonrisa apenas dibujada en tus labios.
—¡Buenos días! —respondió alegremente una joven que siempre parecía encontrar una excusa para lucir escotes más atrevidos cada vez que te veía.
No te habías detenido a mirarla en detalle. Antes, tal vez, lo hubieras hecho, pero ahora esas cosas parecían insignificantes.
Subiste al elevador, con la mirada fija en el suelo mientras el sonido de las puertas cerrándose te envolvía en tus recuerdos. Cada vez que cruzabas esos pasillos, te sentías transportada a aquel día. Revivías la primera vez que llegaste a esa habitación y el torbellino de emociones que te inundó.
Aún podías sentir, casi como un eco, las manos de Bokuto sobre ti, la intensidad de su mirada, la forma en que tu cuerpo y tu mente se doblegaban ante su presencia. Pero ahora todo aquello no era más que una sombra lejana, un recuerdo que se mezclaba con la dulzura y el dolor del pasado.
Las puertas del elevador se abrieron, interrumpiendo tu ensimismamiento. Caminaste por el pasillo en silencio, tus pasos resonando en la alfombra. Al llegar a la habitación, te detuviste frente a la puerta, con la mano temblando ligeramente sobre el pomo. Un aroma dulce, casi embriagador, te invadió.
—¿Bokuto...? —preguntaste en un susurro lleno de incredulidad antes de abrir la puerta de golpe. Entraste apresuradamente y cerraste tras de ti, casi esperando encontrarlo allí, como si el tiempo hubiera decidido devolvértelo.
Pero la habitación estaba vacía. Las sábanas de la cama estaban desordenadas, y el aire aún llevaba un aroma familiar, uno que reconocías incluso después de tanto tiempo: vainilla, mezclada con algo más, algo único de él.
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UN DULCE OMEGA (OMEGAVERSE BOKUTO)
Fiksi Penggemar_____ Nashimura siempre había evitado sus responsabilidades como heredera desde que tuvo conocimiento de ellas. Mientras que otros podrían anhelar dinero, riquezas y belleza, para Nashimura, estas posesiones carecían de emoción. Aunque sus padres la...