–¿Has enviado esas flores?
Fue la primera pregunta que Ohm hizo cuando llegó a su despacho de Londres, después de la reunión. No dudaba que su secretaria hubiera hecho lo que le había ordenado, pues ra muy eficiente y estaba acostumbrada a enviar flores a todas las personas que habían desfilado por su vida durante su estancia en el Reino Unido.
Aunque no solían ser personas que trabajaran en un puesto de bocadillos...
Ni chicos antipáticos que le mostraran abiertamente enemistad...
Con un aspecto tan impresionante que no podía dejar de pensar en él...
Meneando la cabeza, intentó olvidar su imagen mientras se sentaba a su mesa. No tenía sentido seguir pensando en ese castaño. Ni especular con cómo le quedaría un atuendo adecuado a su extraordinaria belleza.
¿Podía estar todavía más hermoso?
La pregunta resonó en su mente, acompañada de una poderosa corriente de deseo.
Con el pelo suelto, un vestido envolviendo su esbelta figura, sus ojos de color zafiro, luminosos y con largas pestañas...
Ohm bloqueó esa imagen. Había sido un encuentro fugaz y nada más.
No, se dijo a sí mismo, encendiendo el ordenador. Le había enviado flores para disculparse por su grosería, a pesar de que él lo había provocado. Nada más. Tenía personas de sobra entre las que elegir. No necesitaba más.
Abrió su agenda para comprobar qué tenía que hacer durante el resto de su estancia en Londres. Su padre, presidente del banco de inversiones propiedad de la familia, con base en Atenas, no era amigo de salir de su Grecia natal. Por eso, Ohm era quien se encargaba de todos los negocios que debían gestionarse en el extranjero.
Con el ceño fruncido, caviló que, al menos, allí en su despacho de Londres estaba a salvo de las continuas quejas que su padre le hacía sobre su madre. En cuanto regresara a Atenas, sin embargo, sabía que le esperaba una retahíla de protestas. Así era como su padre se desahogaba. Luego, cuando viera a su madre, lo más probable era que ella también lo usara como paño de lágrimas.
Suspirando con exasperación, trató de no pensar en sus padres, siempre en disputa. Sus peleas no terminaban nunca. Así había sido desde que Ohm tenía uso de razón. Y ya estaba harto.
Tras echar un vistazo a su agenda de nuevo, frunció el ceño todavía más, por una razón muy diferente. Maldición.
¿Cómo se había dejado convencer para eso? El siguiente viernes por la noche, se había comprometido a asistir a una fiesta benéfica en el hotel Saint James.
El problema era que la velada incluía a Fiona Pellingham. En ese momento, no tenía ningunas ganas de encontrarse con dicha mujer.
Fiona era experta en fusiones y adquisiciones de grandes empresas. Por razones obvias, se había fijado en Ohm durante una reunión de negocios en su última visita en Londres y le había dejado claro que quería que él fuera su próxima adquisición. Sin embargo, a pesar de que era una morena espectacular, Ohm había comprendido que se trataba de una mujer posesiva, ansiosa por tener mucho más de él que una simple aventura pasajera. Por eso, lo último que quería era ponerse a tiro.
Frunciendo el ceño, se dijo que, aunque no asistiera a esa fiesta benéfica, Fiona encontraría la manera de verlo. Lo acosaría con más invitaciones y excusas para reunirse con él. Lo que debía hacer era quitársela de encima por completo, caviló. Tenía que convencerla de que no estaba disponible en el mercado.
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Atrapado por el griego
RomanceÉl corrió el peligro de perder su libertad una vez más. Fluke Natouch pretendía viajar por el mundo y, así, dejar atrás los sinsabores de su pasado. Hasta que el carismático millonario griego Ohm Thitiwat le ofreció probar un bocado de su mundo, lle...