Ohm Thitiwat se miró el reloj que llevaba en la muñeca y frunció el ceño.
Si quería llegar a tiempo a la reunión, iba a tener que saltarse la comida. No podía permitirse ninguna distracción, pues había salido un poco tarde de su casa de Holland Park, su base de operaciones en el Reino Unido, porque lo había entretenido una larga videoconferencia con clientes rusos. Además, para hacer algo de ejercicio y respirar aire fresco en aquella mañana de verano, había decidido no ir en coche y tomar un taxi al otro lado del parque, en Kensington High Street.
Cuando llegó al ancho pavimento bordeado de árboles, estaba muerto de hambre. Definitivamente, necesitaba recargar baterías.
Dejándose llevar por un impulso, cruzó la calle y se dirigió a un establecimiento de comida para llevar. No era remilgado para comer, a pesar de que tenía toda la riqueza de la familia Thitiwat a su disposición. Un bocadillo era un bocadillo, no importaba cuál fuera su procedencia.
Sin embargo, en cuanto entró, estuvo a punto de cambiar de idea. Era un local a la vieja usanza, de los que hacían los bocadillos a mano en el momento del pedido con un montón de ingredientes guardados en tarros de plástico detrás del mostrador.
Maldición, se dijo Ohm, irritado. No tenía tiempo para eso.
Pero estaba allí e iba a tener que conformarse con esperar.
–¿Tienen algo que ya esté preparado? –preguntó él a la persona que había detrás del mostrador. No pretendía ser brusco, pero tenía hambre y tenía prisa.
El camarero, que le estaba dando la espalda, continuó untando un pan con mantequilla. Ohm se sintió cada vez más irritado.
–Ponte a la cola, tío –dijo alguien a su lado–. Debes esperar tu turno.
Ohm se volvió hacia un hombre mayor y desarreglado que estaba sentado en un taburete a la barra.
–Enseguida estoy contigo –dijo el camarero, seguramente refiriéndose a Ohm, mientras apilaba jamón sobre el pan con mantequilla. Lo envolvió después en una servilleta y se lo tendió al hombre que estaba sentado en el taburete, junto con una taza de té.
El viejo se acercó un poco más a Ohm. Sin duda, hacía bastante tiempo que ese tipo no se había dado una ducha. Además, apestaba a alcohol.
–¿No tendrás algo suelto? –preguntó el viejo, esperanzado.
–No –contestó Ohm, y volvió su atención al camarero, que estaba pasando un trapo por la mesa.
El otro hombre se dirigió a la puerta.
–Mantente alejado del vino, Joe. ¡Te está matando!
–Algún día lo dejaré, de verdad –repuso el hombre, y salió con el bocadillo en la mano.
Seguramente, el camarero no le había cobrado, pensó Ohm, que no había presenciado ninguna transacción. Aunque eso no era de su incumbencia. Así que repitió su pregunta sobre si había bocadillos preparados, con visible impaciencia.
–No –repuso el camarero, girándose para recoger algo de la mesa.
Por su tono de voz, parecía molesto, advirtió Ohm.
–Entonces, deme lo que sea más rápido.
Ohm se miró el reloj y frunció el ceño de nuevo. Era ridículo. ¡Menuda forma de perder el tiempo!
–¿Qué te gustaría?
A Ohm le pareció una pregunta tonta y frunció más el ceño.
–He dicho que lo más rápido.
YOU ARE READING
Atrapado por el griego
RomansÉl corrió el peligro de perder su libertad una vez más. Fluke Natouch pretendía viajar por el mundo y, así, dejar atrás los sinsabores de su pasado. Hasta que el carismático millonario griego Ohm Thitiwat le ofreció probar un bocado de su mundo, lle...