La fiesta del bautizo en la nueva casa familiar de Fluke y Ohm en la costa de Atenas estaba llena de invitados.
Fluke estaba espléndido en el sofá, con el pequeño Ohm Stephanos Albert en el regazo, dormido y ajeno a todos los comentarios de admiración que le dedicaban.
La mayoría de los que habían asistido a su bautizo contemplaba al pequeño Albert, que era como solían llamarlo, con expresión de embeleso. Igual que Ohm, que estaba de pie junto a su esposo. Su hijo era el bebé más precioso que podían haber soñado. Entre los presentes, los padres de Ohm sonreían.
–¡Vaya! –dijo Stephanos Thitiwat con orgullo, mirando a su nieto con cariño.
–Se parece a ti –comentó su nueva mujer.
Ohm asintió con aprobación, levantando la vista hacia Adela Thitiwat. Era una persona serena y divorciada, en la cuarentena, y contaba con toda su aprobación. Había sido, al fin, el catalizador que había dado el último empujón a sus padres para tomar la decisión de divorciarse.
Uno de los catalizadores, se corrigió Ohm.
El otro era el elegante hombre de pelo cano que estaba junto a la madre de Ohm... un príncipe viudo italiano al que había conocido en una fiesta en Milán. El hombre había tratado tan bien a su madre que ella había aceptado con dignidad la noticia de que su exmarido deseaba casarse de nuevo.
Su madre también se había casado y se había convertido en princesa. Su nueva vida le sentaba muy bien. Mientras la miraba, Ohm apreció que su madre parecía más relajada y que había recuperado su brillo y su belleza.
Se alegraba por él... se alegraba por sus dos progenitores. Estaba contento de que hubieran rehecho sus vidas con otras parejas. Además, sus nuevos matrimonios les habían permitido, al fin, comportarse de forma civilizada el uno con el otro... sobre todo, cuando ambos compartían la fascinación por su nieto.
–Tiene mis ojos –comentó la abuela con satisfacción, acercándose con su nuevo marido.
–Sí –afirmó Fluke con una sonrisa. La madre de Ohm lo trataba siempre muy bien y no quería contrariarle diciéndole que todos los recién nacidos tenían los ojos azules.
Ohm se contuvo para no decirle a su madre que su hijo tenía, en realidad, los mismos ojos de Fluke... que resultaban ser los más hermosos del mundo.
De pronto, recordó cómo él lo había atravesado con la mirada en su primer encuentro.
Recordó cómo lo había cautivado entonces, como si le hubiera alcanzado la misma flecha de Cupido.
Era un hombre feliz. Aunque aún no salía de su asombro.
¿Cómo podía haber sido tan tonto como para creer que Fluke, su adorable, fabuloso y maravilloso Fluke, no sería para él nada más que una aventura de vacaciones?
Fluke era la persona más preciada del mundo para él.
Además de Albert, por supuesto.
Instintivamente, Ohm le tomó la mano a su esposo y entrelazó sus dedos.
Fluke levantó hacia él unos ojos llenos de amor.
–Ahora tenéis que ir a por la niña –comentó la madre de Ohm.
–Oh, sí –afirmó Fluke–. Eso sería perfecto.
–Pero debes cuidar tu figura, cariño –le recomendó su suegra.
–Aspiro a ser siempre tan elegante como tú a ese respecto – repuso Fluke, asintiendo con admiración.
La nueva princesa de Milán soltó una risa complacida y sonrió a Fluke con cariño.
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Atrapado por el griego
RomanceÉl corrió el peligro de perder su libertad una vez más. Fluke Natouch pretendía viajar por el mundo y, así, dejar atrás los sinsabores de su pasado. Hasta que el carismático millonario griego Ohm Thitiwat le ofreció probar un bocado de su mundo, lle...