Fluke se agachó y se retorció, pero no le sirvió de mucho.
No podía verse el cuerpo entero en el pequeño espejo que había sacado del armario donde Sarrie guardaba los libros de cuentas.
Bueno, no importaba. Sabía que el traje le quedaba bien, porque se había enamorado de él desde el momento en que lo había visto en la tienda de segunda mano. Era la joya de la corona del vestuario que había ido coleccionando en el último año, preparándose un guardarropa variado y completo para sus viajes.
Era un traje de seda, finamente plisada, ideal para usarlo sin necesidad de plancharlo. Los distintos tonos azules de la tela le quedaban muy bien, pues resaltaban el color de sus ojos.
Además, estaba firmado por un diseñador de moda, por lo que podía asistir a cualquier fiesta de alto postín con él, incluso al hotel Saint James. Cuando había buscado información sobre el hotel en Internet, había soltado un silbido de admiración. Pero no era de extrañar que Ohm Thitiwat fuera a esa clase de sitios. Tal y como había averiguado en la red, se trataba del heredero de una dinastía griega de banqueros que nadaba en millones.
¡Y había ido a parar a un humilde local de bocadillos!, se dijo a sí mismo con una sonrisa. Era comprensible que se hubiera sentido ofendido cuando él no lo había atendido con reverencia.
Pero, al menos, se había disculpado. Y él había aceptado sus disculpas. En el presente, sencillamente, estaba deseando volver a verlo.
Lleno de anticipación y excitación ante la glamurosa velada que se avecinaba, tomó el pequeño bolso que iba a juego con su traje. Era hora de irse. Ohm le había dicho que un coche lo recogería y era casi la hora acordada.
Cuando salió por la puerta, cerró el local y se guardó las llaves en el bolso, vio que un carísimo coche conducido por un chófer aparcaba delante. Se dirigió hacia él, tratando de acostumbrarse a los zapatos y los pantalones ajustados, a llevar el pelo suelto.
El chófer salió, lo saludó inclinando la cabeza y, por la expresión de masculina admiración de sus ojos, él supo que estaba lo bastante guapo para la noche que tenía por delante.
Y para el hombre que lo había invitado.
Un estremecimiento de emoción la recorrió, mientras se metía en el coche. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había salido de noche... y nunca había sido así, rodeado de tanto lujo y elegancia.
Recostándose en el asiento, sonrió, sintiendo la comodidad de los asientos de suave cuero, mientras se dejaba llevar a su radiante destino... y al imponente hombre que lo esperaba allí.
Su nueva vida de libertad estaba empezando y ese atractivo hombre era la persona ideal para situarse en la casilla de salida.
Ohm se acercó a la barra y pidió lo que quería. No se sentó. Se limitó a apoyar los codos sobre el reluciente mostrador de caoba y miró a su alrededor. El resplandeciente bar de aquel exclusivo hotel era punto de encuentro habitual para los más privilegiados. Muchos, como él, llevaban esmoquin y se preparaban para asistir a la gala benéfica.
Una extraña mezcla de emociones lo invadía. Por una parte, estaba contento y excitado. Su chófer lo había telefoneado hacía un rato para informarle de que iba en camino con su acompañante. Pronto, iba a comprobar lo hermoso que él estaba arreglado para la ocasión.
Al mismo tiempo, le asaltaba la duda.
¿Tendría él un atuendo lo bastante elegante para acudir a ese lugar?
Quizá, debería haberle ofrecido ayuda a ese respecto. Luego, rechazó la idea. Pensó que, sin duda, él lo tomaría como un acto de paternalismo. No, si no hubiera tenido nada que ponerse, el chico bello se lo habría dicho.
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Atrapado por el griego
RomanceÉl corrió el peligro de perder su libertad una vez más. Fluke Natouch pretendía viajar por el mundo y, así, dejar atrás los sinsabores de su pasado. Hasta que el carismático millonario griego Ohm Thitiwat le ofreció probar un bocado de su mundo, lle...