–¿Otra vez le estás hincando el diente al bizcocho al ron? – preguntó Fluke en tono de broma.
–Solo estoy comprobando su calidad –le aseguró Ohm, chupándose los dedos tras haberse comido un pedazo del dulce típico de la isla.
–Sí, bueno, si sigues haciendo comprobaciones, no dejarás bizcocho para nadie más –dijo, tomó la caja del bollo y le puso la tapa–. Creo que voy a tener que guardarlo en mi habitación.
Ohm se rio.
–Podemos volver a puerto Nelson y comprar más.
–Vamos a tener que hacerlo, si sigues comiendo así.
Fluke le dio un beso en la cabeza antes de desaparecer en su habitación. Al salir de nuevo, vio que Ohm se estaba quitando la camiseta. A pesar de su pasión por el bizcocho, sus abdominales y pectorales eran espectaculares.
Fluke sintió el aguijón del deseo. Pero no era hora de irse a la cama.
Acababan de tomar el desayuno y habían planeado ir a la playa.
Se tumbaron en las hamacas justo al borde de la orilla, para que las gotas de agua de las olas los refrescaran. Enseguida, volarían a Nueva York para pasar allí el último tiempo que les quedaba, se dijo Fluke.
Luego, se despedirían.
Sería el adiós final.
A pesar del calor del sol, lo recorrió un escalofrío.
¡Pero todavía no se habían acabado las vacaciones! ¡Aún podía disfrutar de Ohm!
Sin embargo, él sabía que se estaba engañando a sí mismo.
No debería estar tan ansioso de estar con él. No debería aferrarse a su tiempo juntos de esa manera. Debería estar emocionado ante la perspectiva de explorar el resto de América, todos esos sitios que había visto en el cine o la televisión. No debería desear estar con Ohm todo el tiempo.
Pero el problema era que lo deseaba.
Quería estar con él en las Bermudas.
En Nueva York. En cualquier parte.
Durante un momento, Fluke intentó imaginarse explorando Estados Unidos solo, pero se quedó en blanco.
Más allá de Nueva York, el futuro se le dibujaba vacío.
Encogido por la angustia, comprendió que las cosas no iban bien. Antes, su único sueño había sido no tener compromisos, ni ataduras, recorrer el mundo sin tener que darle explicaciones a nadie, libre como un pájaro. Aunque, en el presente, nada de eso lograba motivarlo lo suficiente.
Cuando cada uno se fuera por su camino, todo terminaría.
Lo invadió otro escalofrío.
Fluke no quería pensar en ello. No quería pensar que, dentro de pocos días, todo acabaría.
Pero... ¿qué era lo que acabaría?
¿Cómo podía definirse la relación que compartían?
Esa era la pregunta que prefería no contestarse.
–Fluke... tengo malas noticias.
Él se giró de golpe, dejando su maleta a medio cerrar.
Ohm estaba parado en la puerta de la habitación. Fruncía el ceño con el teléfono en la mano.
–¿Qué ha pasado?
Sus vacaciones en las Bermudas habían terminado y estaban a punto de salir hacia Nueva York.
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Atrapado por el griego
Lãng mạnÉl corrió el peligro de perder su libertad una vez más. Fluke Natouch pretendía viajar por el mundo y, así, dejar atrás los sinsabores de su pasado. Hasta que el carismático millonario griego Ohm Thitiwat le ofreció probar un bocado de su mundo, lle...