–Puedo verlo –dijo él, entusiasmado–. ¡Ya se ve!
Ohm se inclinó hacia delante en su asiento, mirando por la ventanilla.
–Sí. Ahí está.
Fluke observó embelesado cómo el mar de color cobalto cambiaba a un tono más claro. La costa estaba bordeada por un arrecife de coral y el agua cambiaba de nuevo para hacerse más turquesa, con la espuma de las olas que chocaban contra las rocas del arrecife.
¿Era real o era un sueño? ¿De verdad estaba en un avión que descendía sobre aquel paraíso tropical?
Apenas había tenido tiempo de despedirse de Sarrie y allí estaba, con Ohm a su lado, mientras el avión comenzaba su descenso hacia la pequeña isla.
Podía ver casas y jardines y palmeras, cada vez más cerca. En unos instantes, tocaron tierra.
–¡Estamos aquí! –exclamó él.
Ohm sonrió, él se estaba comportando como un niño, pero lo entendía. Diablos, él mismo estaba bastante emocionado. Había cumplido su deseo de viajar con Fluke de vacaciones... y él era tan bello como recordaba. Incluso más hermoso, se dijo contento mientras lo recorría con la mirada.
El aterrizaje fue fácil, igual que el paso por Inmigración. –Parece tan británico... –exclamó él, observando el retrato de la reina de Inglaterra colgado en la sala de Aduanas.
–Es británico –puntualizó él con una sonrisa–. Es territorio inglés, la última colonia del imperio. Pero la mayoría de los visitantes son estadounidenses porque está muy cerca de su país. Puedes llegar de aquí a Nueva York en un par de horas. ¡Perfecto para un fin de semana!
Cuando salieron del pequeño aeropuerto, un coche con chófer los estaba esperando. Fluke se pasó todo el camino con la cara pegada a la ventanilla, admirando el escenario que se abría a su alrededor.
–Tardaremos unos cuarenta minutos en llegar al hotel. Llegaremos a tiempo para ver el atardecer allí. El hotel está justo en la playa –informó él.
Teniendo en cuenta el jet lag y que Fluke no estaba acostumbrado a viajar, lo más probable era que él necesitara acostarse temprano, calculó. Había reservado habitaciones contiguas en el hotel porque no había querido presionarlo. Además, suponía que compartir cama podía no ser adecuado para la primera noche.
–Estamos pasando junto a la capital, Hamilton. Aunque no podemos dejar de visitar la antigua capital, Saint George, uno de los asentamientos europeos más antiguos en el Nuevo Mundo. La mayoría de la isla al sur de Hamilton está repleta de fincas y casas de vacaciones. Pero también hay jardines botánicos y unos cuantos sembradíos. Este lugar es famoso por sus cebollas.
Fluke se rio.
–Es muy bonito –dijo él con admiración, contemplando las casas de piedra, muchas de ellas pintadas en tonos pastel de rosa, verde y amarillo, rodeadas de tropicales jardines con palmeras, hibiscos y buganvillas–. Las casas tienen unos tejados muy raros. Son como de tejas escalonadas.
–Es para aprovechar el agua de la lluvia y recogerla en cisternas que hay bajo el suelo –explicó él–. Aquí no hay ríos. La isla es de origen volcánico. Por eso, el agua de la lluvia es esencial. La vegetación es exuberante, pero la estación de las lluvias solo se extiende a unos meses en invierno. Es una isla afortunada. Aunque, a veces, hay huracanes, el clima es bastante agradable durante todo el año.
Fluke lo miró.
–Se dice que Shakespeare se inspiró en las Bermudas para describir la isla mágica de Próspero, en su obra La tempestad – comentó él.
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Atrapado por el griego
RomanceÉl corrió el peligro de perder su libertad una vez más. Fluke Natouch pretendía viajar por el mundo y, así, dejar atrás los sinsabores de su pasado. Hasta que el carismático millonario griego Ohm Thitiwat le ofreció probar un bocado de su mundo, lle...