Bucky Barnes nunca había entendido realmente lo que significaba sentirse libre. Después de pasar gran parte de su vida controlado por Hydra como el Soldado del Invierno, la noción de felicidad y calma le parecía algo lejano, casi como un sueño imposible de alcanzar. Pero todo eso cambió la noche en que conoció a Valentina.
Era una noche cálida en una azotea de Nueva York, el lugar al que Bucky iba cuando necesitaba escapar del caos de la ciudad y de sus propios pensamientos. Estaba de pie en el borde, mirando las luces parpadear en la distancia, el ruido de los autos y las voces parecía lejano. Aquel lugar era su refugio secreto, el único donde se sentía desconectado del mundo, donde podía respirar con algo de paz.
De repente, el sonido suave de una risa rompió el silencio. Bucky giró y vio a una mujer joven sentada en el centro de la azotea, de espaldas a él. No la había visto antes y le extrañaba que alguien más conociera ese lugar. Se quedó en silencio, sin querer interrumpir.
—No eres el único que necesita escapar, ya sabes —dijo ella sin volverse, como si hubiera sentido su presencia todo el tiempo.
Bucky titubeó, sin saber qué decir. Finalmente, ella se levantó con una suavidad en sus movimientos que lo dejó momentáneamente hipnotizado. Cuando Valentina se volvió para mirarlo, una sonrisa pequeña y traviesa asomó en sus labios. Era hermosa, pero no de una manera convencional. Había algo en su energía que era... magnética. Como si brillara desde adentro.
—Soy Valerie, por cierto —dijo con naturalidad, como si no fuera una extraña en su refugio.
Bucky apenas logró responder un "Soy James", que salió más torpe de lo que quería. Pero ella solo sonrió más.
Esa noche, hablaron durante horas bajo el cielo de la ciudad. Valerie era fascinante. No solo porque era diferente a cualquier otra persona que había conocido, sino por cómo veía el mundo. Era soñadora y libre, alguien que perseguía la vida con una intensidad y un optimismo que le eran completamente ajenos. Hablaba de los cielos como si fueran un lugar al que se pudiera llegar, algo tangible que se podía tocar. "tan alto", decía, "demasiado alto que no sentirías el peso de lo que llevas dentro".
Bucky no sabía qué pensar. Pero, por primera vez en mucho tiempo, sentía que alguien lo veía. No como una máquina, no como una arma, sino como alguien que aún podía ser salvado.
Los días pasaron, y lo que comenzó como encuentros casuales en aquella azotea, se convirtió en algo más. Cada noche que Bucky no podía dormir, Valerie estaba allí, siempre dispuesta a escuchar o simplemente a compartir el silencio. Ella no le preguntaba sobre su pasado, y Bucky no ofrecía detalles, pero ambos sabían que había una carga pesada entre ellos. Aun así, Valerie nunca lo trató como si fuera roto. Al contrario, ella lo hacía sentir más humano que nunca, como si mereciera encontrar algo de felicidad, algo de paz.
—¿Alguna vez has sentido que puedes volar? —le preguntó ella una noche mientras observaban las estrellas.
Bucky se rió suavemente, sacudiendo la cabeza.
—No. Supongo que no soy del tipo de los que vuelan.
—Deberías intentarlo —dijo ella, y lo miró a los ojos con tanta intensidad que Bucky sintió que sus pies dejaban de estar firmes en el suelo.
Con el tiempo, lo que comenzó como una conexión inesperada, se transformó en algo más profundo. Valerie se convirtió en el viento bajo sus alas, en ese empujón que lo hacía sentir que podría dejar atrás todo lo oscuro, todo lo roto. Las cosas no eran perfectas. Las sombras de su pasado aún lo perseguían, las pesadillas no se habían ido del todo, pero cuando Valerie estaba a su lado, todo parecía más manejable, más soportable.
Una noche, después de uno de los días más difíciles que Bucky había tenido en mucho tiempo, la encontró en la azotea, pero esta vez no estaba sola. Valerie había encendido luces de colores que brillaban como pequeñas estrellas, y había una música suave que llenaba el aire. La melodía era ligera, etérea, y Valerie bailaba al ritmo, moviéndose con una gracia despreocupada que lo dejó sin aliento.
—Ven —le dijo extendiendo su mano.
Bucky la miró, sintiéndose inseguro, fuera de lugar. Pero Valerie no dejaba que eso la detuviera. Lo tomó de la mano y lo atrajo hacia ella. Al principio, sus movimientos eran torpes, inseguros, pero con el tiempo, la risa suave de Valerie y la música lo envolvieron. Se sentía elevado, como si el peso de su pasado se hubiera disuelto, aunque solo fuera por ese momento.
—¿Lo sientes? —preguntó ella mientras giraban bajo las estrellas.
—¿Sentir qué?
—Que estamos volando.
Bucky se rió, y por primera vez en mucho tiempo, lo hizo con sinceridad. Porque en ese instante, con Valerie, realmente sentía que estaban tan alto que el mundo, con todas sus dificultades y dolores, no podía alcanzarlos.
Los meses pasaron y Bucky se dio cuenta de que Valerie era la pieza que nunca supo que faltaba en su vida. Ella no lo "arreglaba", pero tampoco lo dejaba hundirse en su oscuridad. Con ella, Bucky podía ser simplemente... James. Podía reír, podía sentirse libre, podía volar. Y cada vez que estaba con ella, con su espíritu indomable y su luz infinita, sentía que estaba alcanzando el cielo, "tan alto", como Valerie solía decir, "que las estrellas son solo el comienzo".
Pero también sabía que su vida, con todo lo que implicaba ser el Soldado del Invierno, no siempre le permitiría vivir en esa burbuja de libertad y amor. Valerie, sin embargo, parecía entenderlo mejor que nadie. Ella no lo intentaba cambiar, solo le ofrecía un refugio al que siempre podía volver, un lugar donde podían volar juntos, aunque fuera por un momento.
Al final, lo que Bucky encontró en Valerie no fue solo amor. Fue la libertad de ser quien realmente era, sin temor, sin arrepentimiento. Y mientras la ciudad seguía su curso debajo de ellos, Bucky supo que, con ella, podría seguir volando, tan alto como el cielo les permitiera.