Tick Tock.
Tick, tock, tack
Tick, tock, tack, click.
Tick, tock, tack, click, clanck.
Eso era lo que había escuchado por meses. Thomas era un chico relativamente ordinario, nada a destacar más haya de que vivia solo. Su madre había fallecido hace ya un tiempo, y su padre murió por culpa de una enfermedad cuando tan solo era un infante.
No tenía mascotas, mucho menos una pareja. Simplemente se centraba en sus estudios. Él había tenido la suerte de no solo nacer en un país de primer mundo como Alemania, sino de que también tenía una familia trabajadora, que incluso cuando la mayoría ya no estaban con él, le habían heredado sus riquezas.
Tenía problemas, sí. Pero todos los tenían. Él para bien o para mal, era alguien que no se preocupaba por los demás, y eso le brindaba la increíble habilidad de poder exclusivamente centrarse en sus propios problemas cotidianos y así prevenir que se vuelvan algo peor.
Pero también hacía que las personas no sintieran mucha empatía por él en regreso, pero no es nada con lo que no pudiera vivir.
Eso hasta que llegó ese día. Estaba en su habitación, cambiando sus sábanas, no sabía que hora era, solo sabía que era de noche.
Y entonces lo escuchó. Tick.
Él se giró, tenía una ceja levantada, intentó encontrar la fuente del sonido. No vió nada.
Él dió un largo suspiro, probablemente haya sido una rama o su imaginación, quien sabe, pero tenía cosas más importantes en las que centrarse.
Tick Click.
Él intentó ignorar el sonido sin éxito. Tenía que admitir que era bastante irritante, pero no más irritante que tener que lidiar con los profesores de su facultad por no haber llegado a tiempo.
Tick tock tack.
Él ya había tenido suficiente, terminó de arreglar su cama y se dirigió la ventana. La abrió y giro su cabeza en todas las direcciones, buscando la fuente del ruido. Eran altas horas de la noche, todo estaba oscuro, los faros de luz adornando los edificios como si de un cielo de piedra y metal de tratase, los ramas de los árboles bailando al ritmo del viento que se volvía progresivamente más y más fuerte.
Usualmente a él le gustaría oír y ver ésto ya que le parecía relajante, pero no hoy. No con ese sonido.
Tick tock tack click.
Él volvió a oírlo, estaba detras de él. Se dió vuelta, casi cayéndose por la ventana del susto. Seguía sin haber absolutamente nada allí.
No eran las ramas. No era el viento. No era su corazón temblando en su pecho.
Era el tiempo.
Él sacudió su cabeza y cerró la ventana, se dirigió a su cama y se acostó en está, apagando las luces en el proceso.
Él seguía escuchando el indistinguible sonido, era una perturbadora e inusual combinación del sonido de huesos crujiendo y las agujas de un reloj moviéndose. Lo perturbaba hasta los más profundo de su ser.
Esa noche se le hizo difícil dormir.
Y la siguiente.
Y la siguiente.
Y la siguiente.
Hasta que para su horror, ese sonido ya no lo seguía exclusivamente en su casa. Camino a la tienda más cercana para comprar un poco de comida y volvió a escuchar ese ruido, detrás de su oreja, reaccionó dando un salto hacia atrás. Todos los presentes lo miraron de reojo con curiosidad, pero no le hicieron casó.
Nadie parecía escuchar el ruido, solo él. Y eso lo frustraba. ¿Acaso estaba loco? No, no podía ser, él siempre fue alguien tranquilo, tuvo una buena infancia. La muerte de su madre lo había afectado bastante pero siempre se hacía sus exámenes médicos y psicológicos mensuales.
Camino al trabajo, volvió a escuchar el sonido, en el asiento trasero de su auto. Frenó de golpe y observó el retrovisor para ver si encontraba algo. Como siempre, nada.
En la universidad, en medio de una clase. Estaba respondiendo algunas preguntas. No le importaba mucho sus compañeros usualmente, pero hoy se sentía aliviado de tenerlos a su alrededor, le ofrecía calma. Y no había escuchado el ruido hace mucho, eso era una buena señal.
¿Cuántas vértebras tiene un columna? Era una de las preguntas. Él se detuvo a pensar.
Click clack.
Se paró de golpe y se dió media vuelta, encontrándose tan solo con una pared y las miradas confusas de sus compañeros. El profesor le preguntó si algo andaba mal, él inmediatamente lo negó. No le iban a creer y este no era el momento.
Él volvió a sentarse, pero estando más distraído de lo usual, el tiempo estaba siendo demasiado ruidoso.
Y así continuo por vários meses, ese mismo ruido lo atormentaba. Lo seguía a todos lados, al parque. Al cine. En la calle. Incluso en el baño.
Pero nunca encontraba nada.
Decidió de aislarse por unas semanas como última medida desesperada. Él se sentó en el sofá de su sala con los brazos cruzados y los ojos cerrados. Él seguía escuchando el mismo maldito sonido, y no parecía que iba a detenerse pronto.
Ya habían pasado cuatro meses. Cuatro malditos meses y no paraba.
Cada día que pasaba lo sentía más cerca de él, más constante. Prácticamente era lo único que escuchaba, todo lo demás se escuchaba ensordecedor a comparación.
Él apretó sus dientes con frustración, uno de sus párpados empezó a temblar. Sus ojos estaban enrojecidos debido a la falta de sueño, su usual postura firme había sido remplazada por una encorvada y cansada. Se veía patético.
Su madre probablemente le hubiera gritado para que cambiará su postura. Eso claro si ella antes no se desmayaba por el estado en el que él y la casa estaban. No había tenido tiempo para limpiarse a si mismo, mucho menos a la casa...
Él intentó cubrirse los oídos con su manos, pero él ruido seguía presente. Empezó a llorar de la desesperación, ya no sabía que hacer, iba a matarse si con eso todo esto paraba. Lo estaban volviendo loco. Y nadie le creía, nadie excepto él lo escuchaba. ¿Acaso esto era un castigo de dios?
Él nunca fue alguien particularmente católico, era indiferente, pero empezó a rezar, empezó a pedir clemencia. Él estaba desesperado. Más lágrimas se derramaron por su demacrada cara.
Y de repente, se detuvo
Ya no lo escuchaba más.
Una sonrisa se formó lentamente en su cara, empezó a reír eufórico. Había funcionado, tal vez, solo tal vez dios sí era real después de todo. Le pidió las gracias al señor, hasta que escuchó una respiración pesada detrás de él.
Se dió la vuelta y lo vió parado detrás de él, una criatura enorme que lo hacía lucir como un enano.
Tenía un pico y en general una apariencia similar a la de un pájaro en dos patas. Pero sin plumas en lo absoluto, completamente pelado, su piel era oscura y se veía vieja y demacrada, como la de un anciano.
La criatura tenía un cuello desproporcionado en respecto al resto de su cuerpo. Empezó a moverlo, cada que movía su cuello, hacía ese ruido.
Click, clack, tock, tick.
Siguió moviendo su cuello, hasta que se detuvo. Observándolo fijamente a los ojos. Esa cosa no tenía ojos, solo cuencas vacías, pero podía sentir como lo observaba.
El sonido se detuvo, y ahí finalmente lo entendió.
A él se le había acabado el tiempo.
ESTÁS LEYENDO
Se ha acabado el tiempo.
KorkuHistoria basada en el SCP-4975. No sé qué más decir, ¿vas a leer la historia o te vas a quedar leyendo la descripción hasta que se te acabé el tiempo?