Cacofonía, utopía, distopía

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27 de Enero, 2016.

Me encuentro impaciente por terminar con esta parte de la historia, porque recordarlo es muy doloroso para mí, porque pensar en nosotros de un modo distante, frío y opaco se siente ajeno, como si no encajara con lo que somos.

Con lo que éramos.

Luego de esa discusión en el baño tuve que decirles a mis padres que mi novia tenía padres muy estrictos y que difícilmente aceptarían que ella tuviera novio. Mi padre hizo un gesto que nunca había visto antes, mi madre me miró con ojos de cachorro y sentí como el mundo se me venía encima por esos instantes.

— Hijo, ¿realmente es por eso? — me preguntó mi padre, aún con ese gesto extraño.
— Sabes que puedes decirnos lo que sea, amor — no podía, los tres sabíamos la verdad implícita, murmurada por el soplo de viento que apenas entraba por la ventana de la sala esa tarde. Escuché mi corazón golpeando contra mi pecho, sentí como me costaba respirar.

¿Por qué no podía decirlo?

¿Por qué me costaba tanto admitirles la verdad?

A quién temía más...

¿A ellos o a mí mismo?

La respuesta era difícil. Había una razón por la cual nunca les expresé mis deseos de ir a Francia para convertirme en un bailarín, la razón por la cual, jamás lloré delante de nadie por más que sintiera nudos imposibles en la garganta.

No era sólo su rechazo, yo estaba profundamente aterrado de que lo que viera en el espejo luego de admitir lo que ya sabía desde el día en el que tuve consciencia no me gustara. Tenía miedo de querer arrancarme la piel con tal de poder volver a la seguridad de la máscara, del refugio de la ignorancia.

La libertad, la aceptación que tanto anhelaba, la que clamaba haber conseguido conmigo mismo no era más que una farsa. Estar contigo y con los chicos en los vestigios de lo que algún día fue una casa era como permitirme en una dosis medida ser quien era, siempre podía volver a mi casa a ser de nuevo el hijo del que mis padres estaban orgullosos a pesar de que doliera.

Dolería cien veces más tener que convivir con alguien que no me agradaba.

Con alguien que no aceptaba.

Porque a pesar de que siempre critiqué a mis padres por el rechazo que mostraban abiertamente a todo lo que les parecía una anomalía, yo sabía que en mi inconciente esas ideas estaban arraigadas en mí, tanto como las raíces de un laurel que había echado ramas hace rato.

[...]

— ¿Entonces no nos acompañarás a marchar? — tus ojitos gatunos siempre fueron mi debilidad, flaqueaba cada vez que intentaba decirte que no, pero sabía que esta vez no cedería.

Negué con la cabeza nuevamente.

— No Yoonie, ya te dije que no puedo. Si mis padres me ven ellos-- — me interrumpiste antes de que pudiera terminar. Estábamos bajo el mismo cedro que nos había recibido la primera vez que entré a esta casa. Los chicos no estaban, había comenzado a notar que cada que salíamos juntos terminábamos solos.

— ¿Ellos qué? ¿Se darán cuenta de que eres homosexual? ¿¡Hasta cuándo Jimin!? — tu ira repentina me sorprendió, mucho más cuando soltaste nuestras manos entrelazadas. No alcancé a responderte cuando seguiste — Estoy harto, siempre evité ponerle una etiqueta incómoda a lo nuestro, porque sabía que era nuevo para ambos, más para ti... — dejaste de mirarme a los ojos cuando se te pusieron llorosos, yo no hice más que intentar respirar profundo.

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⏰ Última actualización: Nov 14 ⏰

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