Capítulo 20

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Los arcontes tomaron el cuerpo de Rose, y con ayuda de Magnolia, lo enterraron en el bosque mágico de la dimensión.

En este momento, estoy caminando con el corazón hecho añicos hacia las celdas que se encuentran en el último nivel del palacio, con la intención de hablar con Mariel para aclarar mis dudas lo antes posible.

Atravieso el corredor, divisando a mis guardianes. Ambos se encuentran uno frente al otro en celdas diferentes.

No puedo evitar dedicarle un vistazo a Cassido mientras me detengo frente a los barrotes que nos separan. Él no me mira, en cambio, contempla el suelo. Alejo mis ojos para encontrar a Cassius, quien se encuentra sentado impasiblemente mientras acaricia las plumas de Brutus con un dedo.

Los arcontes confinaron la varita, el anillo y el libro negro de conjuros y alquimia, dejándolos encerrados en la biblioteca donde se encontraban la Urna y la Espina de Oro.

Un suspiro se mantiene atrapado en mi garganta cuando vislumbro una figura en la celda del fondo, completamente alejada de sus esclavos.

Alcanzo la celda de Mariel paso a paso... hasta que me detengo frente a ella.

Su apariencia es escalofriante, pero produce curiosidad... tal vez por la intensidad de sus ojos oscuros sin pupilas.

Ella esboza una amplia sonrisa al mirarme.

—Zeva, esperaba tu visita —suelta con un tono lleno de seguridad.

—Mariel —murmuro; soy incapaz de asimilar que está justo frente a mí con la idea inconcebible de que es mi madre, y que su sangre forma parte de mí al igual que sus genes negativos—. No puedo creer que hayas estado en el cuerpo de Rose, y que durante todo este tiempo supiste que Dionne era la verdadera reina.

Ella extiende una mano entre las barras de la celda para acariciar mi mejilla con ternura, quemando su piel debido al material positivo como si no le importara. Me debilito ante su toque mientras contemplo su semblante escultural, intentando comprender cómo es que alguien tan despiadada como ella puede preocuparse por mí.

—Todo ha sido por tu bien —murmura, su voz parece una melodía que me influye calma—. Zeva, no tienes ni idea de los celos que sentía cuando decías que querías a Nancy. Lo cierto es que nunca te abandoné, siempre estuve ahí, protegiéndote y guiándote. Además de tu madre, soy la hermana y la mejor amiga que conociste.

Mis ojos se humedecen, cayendo ante esos ojos negros—¿Por qué te escondiste de esa manera?

—Cariño —suelta—. El mundo real es peligroso, sabía que estarías a salvo bajo el domo, y yo no podía entrar en ese lugar como una súcubo.

Mi cuerpo se aligera... me siento entumecida mientras me sumerjo en su mirada—Sabías todo, ¿cierto? Me llevaste al Arma de Oro cuando entramos en la cabaña.

Ella esboza una deslumbrante sonrisa—Por supuesto, pequeño monstruo —responde—. Estabas destinada a ella.

—Me siento tan confundida —murmuro con un dolor que se extiende en mi pecho como si fuese un vacío.

Mariel retira las lágrimas de mis ojos—Tranquila —dice—. Lo importante es que ya sabes quién soy, y dónde perteneces. ¿Entiendes por qué tenemos que irnos de aquí? —explica con delicadeza—. Debemos ir a la Dimensión Negativa, nuestro verdadero hogar. Olvida todo. No eres la reina y desean que te vayas de aquí, pero te aseguro que en mi dimensión te querrán, porque respetarán y admirarán el hecho de que tienes ese poderoso objeto anclado a tu cuerpo.

Tartamudeo para responder, pero no lo consigo... Los destellos de sus ojos me envuelven con insistencia.

—Quieres ir, ¿verdad? —susurra con una pequeña sonrisa, acunando mi rostro entre sus manos—. Solo di que sí, querida, y nos iremos de aquí en este instante...

El Arma de Oro © (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora