Me encuentro sentada sobre una silla en medio de mi habitación mientras mi madre termina de cortar las puntas de mi cabello, dejándolo recto sobre mis caderas, y luego retoca mi flequillo.
—No estoy segura de ir, mamá —suelto, observando el suelo atentamente—. Dudo que Danielle quiera verme allí.
—No seas tonta, Zeva—contesta mientras guarda las tijeras en un cajón cercano—. Todo pasó hace mucho tiempo. Además... te estoy dejando hermosa.
Le sonrío con tristeza—Si yo no puedo olvidar que fue mi responsabilidad... menos ella y su familia —aseguro—. Y si con dejarme hermosa te refieres a retocar mi corte y a usar uno de mis típicos vestidos, entonces siempre luzco impresionante —suelto un suspiro para luego contemplar la habitación de David a través de mi ventana.
Mamá me dedica una mirada de soslayo—Eres hermosa, Zeva, y eres especial. ¿Puedes decirme cuántas jóvenes del pueblo tienen el cabello de tono vino y los ojos color amatista?
Coloco los ojos en blanco—Eso me hace diferente, no especial ni hermosa.
—Existe un término antiguo que se refiere a algo raro y fascinante: exótica... eso es lo que eres, y es una cualidad preciosa que pocos tienen el privilegio de poseer.
—Soy exótica —repito mientras recuerdo los diccionarios de la antigüedad que he leído una y otra vez en la biblioteca—. Interesante —suspiro—. No entiendo cómo yo nací exótica y Rose no. Es mi gemela, debería ser como yo, pero en cambio tiene el cabello y los ojos negros.
—Zeva, ustedes son personas diferentes, tanto en físico como en personalidad. Tú... —se detiene un momento y en su mirada algo cambia, como si estuviera recordando un suceso de gran importancia, pero inmediatamente vuelve a sonreír—. Tú tienes un resplandor en tu interior, ambas sabemos que Rose es más... oscura.
—Siempre dices lo mismo —suelto y me rio—. Ustedes nunca se han llevado bien.
Mi madre se encoge de hombros—Diferencias.
Me alzo de la silla para apoyar mis antebrazos sobre el marco de la ventana y apreciar la casa de David más de cerca, embriagándome de descontrolados recuerdos... hasta que mis ojos se encuentran con su lápida.
—De verdad, mamá... creo que lo mejor es que yo no vaya —repito firmemente.
Mi madre se acerca a mí y acuna mi rostro entre sus manos, obligándome a encontrar sus ojos verdes. Ella se ve tan impecable, siempre he dicho que difícilmente envejece.
—Zeva, detente. Han pasado once años desde la muerte de David. Hace dos semanas cumpliste veintiún años, en cinco días será seleccionado tu guardián y también el de tu hermana. Es hora de que te enfrentes al mundo. ¿Qué importa si Cordelia no quiere verte allí? En este tipo de celebraciones todo el pueblo debe participar, y tú eres parte de él... lo que es justo es justo. Si Dionne, Rose y yo iremos, tú también lo harás. ¿Entendido?
Afirmo con la cabeza, esbozando una sonrisa—No me importa lo que piense Cordelia. Su incomodidad ante mi presencia solo alimenta mi orgullo.
Ella me sonríe de vuelta—Esa es la actitud, Zeva.
Me dirijo hacia el armario con la intención de elegir un atuendo para el evento. Le dedico un vistazo a cada uno de mis vestidos negros sin poder decidirme por uno.
—¿Cuál piensas que es el indicado, mamá? —pregunto.
—De hecho —suelta—. Dije que te estoy dejando hermosa, y eso significa que no usarás uno de los mismos vestidos.
—¿Qué quieres decir? —entrecierro los ojos mientras las comisuras de mis labios se alzan en una sonrisa.
—¿Sabes cuál es la ventaja de trabajar en la sastrería del pueblo? Que puedo hacerle un vestido nuevo a cada una de mis hijas cada vez que lo deseo.
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El Arma de Oro © (Libro 1)
FantasyEn el futuro, el mundo sufrió una invasión de criaturas mágicas que se pensaban que eran producto de la imaginación de las personas y, por lo tanto, pertenecientes solo a mitologías. Tras una guerra contra ellos, la única solución que tuvieron los h...