Escena no vista 10

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Luego del beso

CASSIDO

No logro conciliar el sueño, así que decido deambular por el palacio. Caminar me ayuda a no sentirme sofocado por mis pensamientos acosadores.

Me detengo contra el barandal para suspirar y cerrar mis ojos... soportando mi mente llena de ruido.

—Cassido —percibo una voz familiar a mis espaldas.

Me giro sobre mi hombro para encontrar a Hadrien.

Aún me resulta curioso apreciarlo como un arconte, y a pesar de ello, alcanzo a percatarme del dolor que refleja su mirada... especialmente al contemplarme, ya que recuerda a Priscilla.

Ambos decidimos no acercarnos e ignorar nuestras presencias con el fin de evitar reavivar el pasado, pero lo cierto es que por más que lo intentemos, jamás podremos huir de lo que fuimos... ya que es precisamente lo que nos ayuda a aceptar lo que somos y a construir lo que seremos.

—Vaya, vaya —musito mientras me cruzo de brazos para mirarlo—. Adriano.

Es curioso apreciar la seriedad que lo envuelve... Cambió drásticamente.

—¿No logras dormir? —suelta.

Me encojo de hombros—No, así que decidí hacer un tour solitario.

—A pesar de que los arcontes no dormimos como tal, solemos descansar para retomar nuestras energías, y yo no logro hacerlo esta noche.

—Viste cuando Zeva y yo nos besamos —decido decir.

Él se limita a observarme cuidadosamente, sin ser dueño de alguna respuesta. Siempre me ha resultado graciosa la manera en la que las personas evitan contestar como si intentaran ocultar sus sentimientos y pensamientos... pero sé que el silencio habla más que las palabras.

—Fue incómodo, sobre todo ahora que ustedes están conectados —añado.

—Conozco tu sagacidad, Cassido —responde autoritariamente—. Sabes que no estoy aquí para hablar de Zeva.

Es cierto... Simplemente, me resulta divertido presumirlo.

—Por supuesto —susurro.

—Ambos sabemos que ocultas un secreto. Sobre todo, por tu apariencia enfermizamente pálida y el color de tus ojos.

Esbozo una sonrisa—Soy un ser mágico, Adriano.

¿Positivo o negativo?

Entrecierro los ojos, atento a cualquier jugada que puedan dar sus palabras.

—Un mago.

—Exacto —suelta—. ¿Cómo puedes verte tan joven? ¿Y por qué no te has acercado a Magnolia?

Sé las respuestas indicadas a esas dos ágiles preguntas: vendí mi alma y no puedo convivir con las criaturas que no son oscuras por voluntad propia... Evito a mi querida madre solo para protegerla.

—Ha pasado tanto tiempo, es mejor no tocar las llagas hechas. ¿No es esa la razón por la que no hablamos? —contesto—. Junto a mi hermano creamos un hechizo para prolongar nuestra juventud.

—Para idear hechizos necesitas la ayuda de algún brujo con conocimientos en conjuros ancestrales.

—Tengo mis contactos... he sacado provecho de mi inmortalidad —respondo—. ¿Es todo? ¿Alguna otra duda?

—Sí. Existe algo extraño en Rosalyn, tiene cualidades que me recuerdan a... Mariel.

Va directo al grano... admirable.

Finjo una sonrisa—¿Por qué?

—Es la manera en cómo me mira.

—Supongo que debes fijarte mejor en los detalles, porque lo que dices no tiene sentido —respondo.

Sus labios titubean, deseando una respuesta real, pero en cambio, suspira y frunce el ceño hasta que sus ojos, curiosamente azules, me miran nuevamente.

—A pesar de que has cambiado físicamente no pierdes tu sentido del humor —suelta—. La verdad... ha sido agradable volver a escucharte.

Asiento—Digo lo mismo.

Hadrien, el nombre que decidió adoptar, despliega sus alas para emprender vuelo súbitamente. 

El Arma de Oro © (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora