Escena no vista 4

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La primera vez fuera del domo

CASSIDO

Emprendemos nuestro camino inmediatamente, luego de recibir las instrucciones de Mariel. Sigo los pasos apresurados de mi hermano hasta que nos detenemos entre los árboles cerca del domo. Cassius se muestra atento, a la expectativa de divisar a Zeva junto a un niño.

—¿Ella te dijo que nos deshiciéramos de su amigo? —suelto en un murmullo.

—Sí —responde al mismo tiempo que Brutus se posa sobre su hombro.

—Es solo un niño... —insisto.

Cassius me dedica una mirada de soslayo, sumergida en amargura—Descuida, no lo asesinaremos. Me ordenó usar el conjuro de separación de alma, y si Zeva lo presencia... simplemente le borraré la memoria —explica—. El chiquillo está interfiriendo con nuestro plan.

Me sobresalto al percibir murmullos agudos e inocentes. Los ojos de mi hermano centellean prematuros al triunfo.

Me apoyo contra un tronco para vislumbrar a la principessa junto a su compañero. Ambos discuten, aunque sus miradas delatan la conexión que existe entre ellos, justo como la que Priscilla y yo solíamos tener.

No quiero sacar a ese niño de su vida, pero tampoco puedo interferir en las órdenes de mi señora.

Ha pasado el tiempo para la pequeña Zeva. Tiene una postura autoritaria a pesar de su corta edad, su largo cabello color vino enmarca su rostro y alcanza su cintura. Ya no cabe entre mis brazos.

Es una híbrida imponente y también es la criatura que prometí proteger.

—Si hay que deshacernos de ese niño... no cuentes conmigo —susurro.

Mi hermano me observa con firmeza—Sabes lo que te puede suceder si no le sirves a Mariel...

—Ya lo sé —suelto—. No estoy interfiriendo en ningún plan ni me estoy aliando con criaturas ajenas a la Dimensión Negativa.

—Como quieras —murmura sin inmutarse, para luego mirar a los niños atentamente, esperando el momento justo para cumplir la petición de su amada.

Fijo mis ojos sobre los amigos una vez más, solo para percibir sus voces alzadas.

—¡Deja de decir eso! ¡Deja de llorar siempre! Si tienes tanto miedo... regresa y yo te alcanzaré —asegura la principessa pero, aun así, soy capaz de notar el temblor en su voz.

—¡Bien! —responde él, observándola lastimado—. No puedo hacer siempre lo que quieres.

Ella lo mira estupefacta al escuchar sus palabras, y a pesar de ello, se mantiene firme con su decisión—¡Bien! —decide responder.

Frunzo el ceño cuando ambos se separan, sus pasos los alejan uno del otro mientras no pueden evitar mirarse con anhelo, como si estuviesen dándose una oportunidad de retractarse en silencio.

No puedo ser parte de esto, me rehúso completamente a dañarlos.

Mi hermano es veloz, tanto que apenas me percato de cuando se acerca al niño para empujarlo contra el suelo. La expresión en el rostro de Zeva se llena de dolor. Mi corazón palpita pesadamente con el deseo inédito de correr, calmarla y decirle: te prometo que él no estará muerto; créeme, porque yo seré tu guardián...

Pero soy un condenado.

Cassius alza su puño, descubriendo el anillo para soltar su poder luego de recitar el conjuro.

— ¡Zeva, Zeva, Zeva! —grita el niño entre sollozos mientras le implora piedad con su mirada.

Mis manos titubean, luchando contra la idea involuntaria de tomar mi varita e impedirle a mi hermano todo lo que está haciendo.

El Arma de Oro © (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora