muñecas (petekey)

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Mikey nunca pensó que estaría ahí, encerrado en esa habitación de hotel barato. La ventana estaba rota, los cristales aún esparcidos por el suelo como si alguien hubiera decidido que el caos combinaba con la decoración. Pete estaba sentado en la cama, su espalda encorvada como si cargara con el peso del mundo. La luz tenue del atardecer se colaba entre las cortinas sucias, reflejándose en la sangre seca de sus nudillos.

-¿Por qué me hacés esto? -preguntó Mikey, su voz un susurro, un hilo a punto de romperse.

Pete giró la cabeza hacia él, su sonrisa torcida desafiaba la gravedad. Había algo peligroso en esa mirada, un brillo casi infantil pero al mismo tiempo lleno de oscuridad.

-Vos me hiciste esto primero, Mikey. ¿Pensás que no me doy cuenta? -dijo Pete, su tono cargado de una falsa dulzura. Se acercó lentamente, como un depredador midiendo a su presa-. ¿Te pensás que no vi los mensajes? ¿Quién mierda es ese tipo?

Mikey apartó la mirada, sintiendo la presión de los dedos de Pete en su muñeca. Su agarre era firme, casi doloroso, pero no se movió. Sabía que resistirse solo empeoraría las cosas.

-No significa nada -murmuró.

Pete soltó una carcajada amarga, soltándolo de golpe. Se alejó hacia la pequeña mesa junto a la cama, donde un vaso lleno de algo oscuro y burbujeante descansaba. Lo levantó y lo vació de un trago, como si fuera una especie de ritual.

-Nada, ¿eh? -repitió, su voz ahora más baja, más peligrosa-. Vos sos mi todo, Mikey. Y yo para vos no soy nada.

La habitación se quedó en silencio. Mikey pensó en las veces que había intentado escapar, en los mensajes sin enviar y las llamadas a medio marcar. Pete siempre encontraba la manera de atraparlo antes de que pudiera irse. Siempre con una sonrisa, siempre con esa maldita mezcla de amor y odio en sus ojos.

-¿Sabés qué me pasa con vos? -continuó Pete, ahora más cerca de nuevo-. Me volvés loco. Me hacés sentir como un pendejo que no sabe qué mierda hacer con su vida. Pero también me das vida.

Mikey cerró los ojos cuando sintió los labios de Pete contra su cuello. Era un beso suave, casi reverente, pero escondía una violencia latente. Pete no podía amar sin destruir.

-Vamos a empezar de nuevo -susurró Pete contra su piel-. De cero. Vos y yo, como tiene que ser.

Mikey no respondió. No podía. Porque sabía que no importaba cuántas veces intentaran empezar de nuevo, siempre terminaban en el mismo lugar: perdidos, rotos y aferrados a algo que ya no existía.

En algún lugar lejano, un teléfono sonó. Pete ni siquiera parpadeó.

-¿Sabés? -dijo, su tono casi casual-. Estaba pensando en llevarte a casa de mis viejos. Que conozcas a mi mamá. Le encantaría vos, seguro.

Mikey quiso gritar, pero no tenía fuerzas. Solo asintió, permitiéndose unos segundos para imaginar un mundo donde Pete no lo tenía atrapado, donde sus muñecas no llevaban marcas de cadenas invisibles.

Pero ese mundo no existía. Y, de alguna manera retorcida, Mikey no estaba seguro de querer dejar el que tenía con Pete.

Después de todo, no hay final feliz en una historia como esta.

One Shots (Emo Trinity)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora