La tarde caía lenta sobre las calles de Harlem, bañando de un dorado cansado los edificios de ladrillo, los grafitis en las paredes y las ventanas rotas de las casas que no esperaban nada nuevo. Gerard estaba sentado en las escaleras de la entrada de su edificio, un cuaderno abierto sobre sus rodillas y un lápiz entre los dedos. Dibujaba, como siempre hacía cuando el peso de su propia cabeza se volvía demasiado. Pero ese día, no podía concentrarse.
Era culpa de Frank.
Frank vivía a tres edificios de distancia. Siempre llegaba tarde a la escuela con los zapatos desgastados y la mochila colgando de un hombro, como si el tiempo no lo tocara. Había algo en su sonrisa torcida, en la manera en que su cabello oscuro caía sobre su frente, que hacía que Gerard no pudiera dejar de mirarlo. Era un problema, porque cada vez que pensaba en Frank, sus dibujos terminaban siendo un desastre.
"¿Qué dibujas, artista?"
Gerard levantó la vista. Frank estaba ahí, parado frente a él, con las manos en los bolsillos de sus jeans rotos. Su voz tenía ese tono burlón que siempre usaba, pero había algo más en sus ojos, algo que hacía que Gerard quisiera bajar la mirada, pero no lo hizo.
-Nada importante -murmuró, cerrando el cuaderno apresuradamente.
Frank se sentó a su lado, demasiado cerca para que Gerard pudiera pensar con claridad. No dijo nada, solo sacó un cigarro del bolsillo de su chaqueta y lo encendió, el humo subiendo perezoso hacia el cielo.
-¿No te cansas de estar aquí, Gerard? -preguntó de repente. Su voz sonaba más seria de lo habitual, y eso hizo que Gerard lo mirara.
-¿Aquí dónde?
-Aquí. -Frank hizo un gesto amplio con la mano, señalando las calles, los edificios, el mundo que ambos conocían demasiado bien. -En este barrio que no cambia nunca.
Gerard pensó en eso por un momento, pero no supo qué decir. Claro que estaba cansado. Todos lo estaban. Pero nunca había pensado en salir, no realmente.
-No sé. ¿Y tú? -respondió al final.
Frank no contestó enseguida. En lugar de eso, apagó el cigarro contra las escaleras y lo lanzó a la calle.
-A veces siento que este lugar me está matando -dijo, su voz más baja que antes.
La confesión quedó flotando entre ellos, pesada y silenciosa. Gerard no sabía qué decir. Nunca sabía qué decir cuando Frank hablaba así, porque esas eran las veces en que Frank parecía más humano, más real.
-Podemos hacer algo para que no lo haga -dijo Gerard finalmente, sin saber exactamente qué quería decir.
Frank lo miró, y por un momento, sus ojos oscuros se encontraron con los de Gerard. Había algo en esa mirada que le hizo sentir que estaba cayendo, pero no quería detenerse.
-¿Como qué? -preguntó Frank, y esa sonrisa torcida volvió a aparecer en su rostro.
-No sé. -Gerard se encogió de hombros, sintiéndose repentinamente torpe. -Dibujar un mural, cantar una canción, cualquier cosa que no sea quedarnos aquí sentados esperando.
Frank se rió, una risa suave y sincera que hizo que el pecho de Gerard se apretara un poco más.
-Eres raro, Gerard. Pero me gusta.
Antes de que Gerard pudiera responder, Frank se puso de pie y le tendió una mano.
-Vamos.
-¿A dónde?
-A cualquier lugar menos aquí.
Gerard no dudó. Tomó la mano de Frank, y juntos comenzaron a caminar por las calles, dejando atrás las escaleras, los edificios, el barrio. No sabían exactamente a dónde iban, pero no importaba. Por un momento, el mundo se sintió más grande, más lleno de posibilidades, y eso era suficiente.
Horas después, encontraron un parque pequeño y vacío, con un banco desvencijado bajo un árbol. Se sentaron ahí, con las piernas tocándose apenas, pero lo suficiente como para que Gerard sintiera el calor de Frank a su lado.
-¿Te acuerdas de la primera vez que hablamos? -preguntó Frank de repente.
Gerard asintió, sonriendo.
-Fue en la clase de arte. Estabas pintando algo que no tenía sentido, y yo dije que parecía un vómito.
-Y yo te dije que eras un idiota.
Ambos rieron, y por un momento, todo lo demás desapareció.
-¿Sabes algo? -dijo Frank, su voz más suave. -Esa fue la primera vez en mucho tiempo que me sentí... bien. Como si nada más importara.
Gerard no respondió. No sabía cómo hacerlo. En lugar de eso, se inclinó hacia él, acercándose lo suficiente como para que sus labios casi se tocaran.
-¿Gerard? -murmuró Frank, su voz apenas un susurro.
-¿Qué?
-No sé cómo decir adiós.
Gerard frunció el ceño, confundido, pero antes de que pudiera preguntar qué quería decir, Frank cerró los ojos y lo besó.
El beso fue suave, lleno de torpeza y dudas, pero también de algo más profundo, algo que ninguno de los dos sabía cómo explicar. Era como si todo lo que no podían decir con palabras estuviera ahí, en ese beso, en la manera en que sus manos se encontraron, entrelazándose como si nunca quisieran soltarse.
Cuando se separaron, Frank apoyó su frente contra la de Gerard, sus ojos todavía cerrados.
-No quiero que esto termine -dijo, su voz temblando ligeramente.
-No tiene por qué hacerlo -respondió Gerard, aunque no estaba seguro de si eso era verdad.
El mundo podía ser cruel, y lo sabían. Pero en ese momento, bajo el árbol del parque, en un barrio que nunca les había dado nada, tenían algo que parecía más grande que todo lo demás. Y eso era suficiente.
ESTÁS LEYENDO
One Shots (Emo Trinity)
RomanceRecopilación de one shots miados cn diferentes canciones