Parte II: EL CABALLO HUMANO

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La paz del campo le hizo olvidarse por un tiempo de su compromiso. Le habían dicho en una de las cuantas oficinas del ejército que allí podía conseguir caballos. Sin dudas los necesitaba para la batalla. Casi a modo de piedad le habían entregado unas instrucciones para llegar hasta el lugar que decían: "seguir derecho por la ruta que va hasta las afueras de la ciudad hasta encontrar una casa". A pesar de ser un tanto imprecisas, Napoleone sintió haber llegado por fin a esa extraña locación. Ahí en el medio de la nada, alejado de los ímpetus urbanos, había un precario establo de abatida madera. Por alguna razón consideró aquella la casa a la que se refería ese pedazo roto de papel que todavía conservaba ingenuamente en su bolsillo. Por supuesto, pensó que podría tratarse de una broma tan pronto recibió tal estropeado papel lleno de insectos, con marcas de mordeduras en los bordes, y que apenas mostraba una única inservible oración. Pero por otro lado necesitaba descansar, así que caminó como un autista por toda París, cruzándose con todo tipo de crímenes de por medio, hasta llegar a ese aislado establo, que naturalmente le costaba ligar con el ejército.

No había ningún tipo de entrada al establo en cuestión: sólo se entraba y ya. Una vez entró vió que el suelo era una peculiar combinación de paja, tierra, nieve, arena y charcos de agua. El lugar era de breve extensión; pudo ver que habían unos cinco caballos guardados a un costado y otros cuatro en el otro. Aunque era de día y el establo estaba abierto de modo que dejaba entrar mucha luz, los espacios en los que estaban los caballos eran profundamente oscuros y no eran alcanzados por ningún rayo solar. Se acercó a uno cualquiera al azar con la idea de retirarlo de su lugar y montarlo. Se trataba de un caballo de apariencia muy común: predominantemente marrón, con el cabello oscuro. Abrió la pequeña puerta que separaba las cerradas habitaciones de los animales con el pasillo, y antes de que pudiera tan siquiera tocar al caballo, este se precipitó hacia adelante para salir por su cuenta, haciendo a Napoleone retroceder. El general corso pudo entonces ver que el caballo ya estaba siendo montado por alguien, cuya persona se hallaba oculta en las sombras hace unos momentos. Tal aparición, de una presencia que ya estaba ahí, lo asustó instintivamente.

- Largo de mi casa- sentenció el misterioso hombre.

Napoleone se le quedó viendo, estudiando sus rasgos. Tenía el cabello castaño y más o menos largo. Sus ojos eran claros y brillantes. Parecía ser más o menos de su edad. Notó que no estaba empleando ningún tipo de montura. Pero lo que más destacaba sin dudas (y lo primero que advirtió Napoleone) era su uniforme, el cual era militar.

- Me llamo Napoleone Buonaparte- empezó a explicar-. Soy general de brigada del ejército revolucionario. Me dijeron que...

- AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH.

Tras este grito de guerra, el desconocido jinete desenfundó su sable. Napoleone alcanzó a agacharse antes de que el arma fuera dirigida tajantemente a su cabeza, la cual estuvo a punto de perder por una diferencia de un segundo. El corso cayó al suelo al esquivar este ataque, y empezó a arrastrarse hacia la salida como un cangrejo, mientras el caballo de su agresor alzaba las dos piernas delanteras en lo que parecía una forma de amenaza.

Una vez fuera del lugar, Napoleone se levantó y vio como el jinete y su criatura salieron disparados a toda velocidad hacia él. Su agresor, que se había golpeado la cabeza al abandonar violentamente el establo, ahora estiraba notoriamente el brazo, listo para volver a usar su sable. Napoleone pegó un salto impresionante hacia un costado que le hizo esquivar la acometida; aun así, la punta del sable alcanzó a dejar una herida en su espalda.

Napoleone, desde el suelo, volteo rápidamente para ubicar a su atacante; este estaba a unos cuantos metros de distancia, y se preparaba para intentar una nueva acometida. Para su sorpresa, el hombre primero le arrojó su sable como si de una lanza se tratara, y por muy poco no atravesó el cuerpo de Napoleone, pues este reaccionó con agilidad una vez más. Pero antes de que pudiera centrar su atención de vuelta en su agresor, este paso por al lado suyo a una velocidad meteórica, estirando su brazo derecho, agarrándolo del cuello con una fuerza y precisión sobrehumanas y llevándoselo así con él.

El Ascenso y Caída del Usurpador UniversalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora