La multitud se aglomeraba en torno a una escena curiosa. El joven ayuda de campo se abría paso entre estos intrigados soldados para ver de qué trataba esta; a medida que avanzaba, comprobaba en sus rostros horror o una mórbida fascinación. Algunos permanecían en silencio, paralizados; otros elevaban gritos que contribuían al caos. El ayuda de campo alcanzó a distinguir algunas frases como "¡¿qué está haciendo?!" o "¡alguien detengalo!". Naturalmente, intuyó que lo que le esperaba a sus ojos no era nada bueno.
Finalmente, tras mucho empuje e insistencia, el joven general llegó hasta el extremo final en que la multitud cesaba y era contenida por unos guardias que impedían el paso, y desde donde podía verse nítidamente la situación: su veterano comandante en jefe se hallaba parado a una considerable distancia junto a tres personas que estaban atadas y amordazadas en unas sillas, un niño, una niña, y una mujer madura. Tenía un arma.
- ¡¿Qué está pasando aquí?!- preguntó consternado el ayuda de campo.
- No lo sé, Beethoven, no lo sé- respondió uno de los guardias, nervioso.
- El jefe enloqueció, Beethoven, está loco- explicó otro guardia.
- Eso veo.
- Ya había dado indicios de locura, ya había matado a mucha gente inocente antes... y ahora nos sorprende con este nuevo espectáculo...
- ¡Déjenme pasar, ahora!
- Lo siento, Beethoven, no podemos.
- ¡Soy su superior! ¡Ahora déjenme pasar!
- Eso queremos, Beethoven, pero si lo hacemos él nos matará. O mejor dicho, ellos harán el trabajo de matarnos- el guardia señaló entonces a dos cabos bien conocidos en el ejército austriaco: los hermanos gemelos Sebottendorf y Liptay, o como los llamaba Beaulieu, Soldado 1 y Soldado 2; ellos eran la guardia personal del comandante en jefe (qué él llamaba Guardia Imperial aunque eran sólo dos personas), y le obedecían ciegamente.
Estos dos oficiales, al ver que Beethoven los miraba fijamente y con una expresión de odio, le devolvieron una mirada igualmente severa, y no pasó mucho tiempo hasta que decidieron acercarse, caminando arrogantemente como solían hacer pretendiendo parecer intimidantes. Una vez estuvieron justo en frente, Beethoven pudo apreciar con disgusto la apariencia ridículamente igual de estos dos hombres, que ostentaban un cabello rubio y unos ojos azules, aunque sus rostros siempre parecían vacíos y muertos. Beaulieu, para diferenciarlos, les había tatuado con un cuchillo en la frente a Sebottendorf y a Liptay el número 1 y el número 2, respectivamente.
- ¡Déjenme pasar, malditos monstruos!- exigió Beethoven.
- Tome distancia, Beethoven, tome distancia...- le dijo Sebottendorf.
Al parecer, Beethoven no era el único que deseaba intervenir, pues algunos de los soldados presentes también ansiaban irrumpir en la escena y exigían a gritos que se le dejasen pasar. Aunque había muchos otros que por lo visto alentaban a su comandante en jefe, personas cuyos gritos eran de apoyo. Los guardias intentaban controlarlos como podían, bloqueandoles el paso, ordenándoles retroceder. Había ya varios cadáveres sueltos por ahí, que eran de cabos que corrieron contra su comandante en jefe en auxilio de esa gente inocente, pero este los último implacablemente, dejando claro su mensaje de que no lo molestaran; por eso, la mayoría de los presentes se abstenía de hacer algo y se limitaban a observar, ya sea indignados o entusiasmados.
- Cállate, Sebottendorf, tu y tu hermano son unos simples cabos por más que Beulieau diga lo contrario. Yo soy el segundo al mando- replicó Beethoven.
- Somos la Guardia Imperial, no somos simples cabos- dijo Liptay, ofendido.
- Eso es un invento de Beaulieu para manipularlos; les tiene simpatía sólo porque son los únicos igual de asesinos que él, y entonces los utiliza.
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El Ascenso y Caída del Usurpador Universal
Historical FictionTodos conocemos el nombre de Napoleón Bonaparte, pero pocos conocen su verdadera historia. Ridley Scott definitivamente no es uno de ellos, pero yo sí. Por eso, el día de hoy vengo a ofrecerles este libro recién desclasificado de la Biblioteca Munic...