Parte V: LA GORDA ASESINA

3 1 1
                                    

Napoleone estaba acostumbrado a perderse en París hasta el punto de que ya no sabía si seguía en París realmente. En este caso tampoco estaba seguro de ello, pero por lo menos podía asegurar que el idioma que escuchaba a su alrededor era más o menos francés. Supuso, por tanto, que tampoco debió haber caminado demasiado lejos.

El lugar era pacifico: procuraba la paz del campo pero sin desprenderse al mismo tiempo de los beneficios de la ciudad, que era próxima. Era un tanto desolado pero no tanto como el precario asentamiento de Marat, pues el silencio no se terminaba de lograr debido a unos gritos provenientes del interior de la construcción presente, además de que esta estaba lejos de ser rudimentaria a pesar de su estado actual. Se trataba en este caso de una suerte de castillo mediano que emulaba por momentos una hacienda colonial. Su belleza, sin embargo, era cosa del pasado, pues la suntuosa residencia estaba en realidad bastante destruida, y de suntuosa le sobraba poco ahora. Napoleone notó que había huesos y sangre seca dispersados por todos lados. También había algunas vacas y caballos dando vueltas por ahí: algunas, incluso, comían de los cadáveres de otros animales de su especie, que abundaban.

Napoleone trató de descifrar algún rasgo de la voz que alzaba los gritos demenciales que se escuchaban, amortiguados sólo por las húmedas paredes de piedra que a esta pequeña fortaleza le quedaban; no obstante, no había nada en esta voz que le pareciera humano. Ciertamente, se trataban de sonidos nunca antes vistos por la raza humana, y que sólo podría producir algún extraño fenómeno del cosmos. Eso sí, en idioma francés.

Tomó aire y llamó a la puerta, la cual parecía haber sido rasgada por furiosas garras. De repente, los gritos y el caos cesaron. Esto, lejos de inspirar calma en Napoleone, le hizo preocuparse e incluso asustarse. Hubo un momento de tensión. De repente, se escucharon pasos nerviosos aproximándose a la puerta. Esta fue abierta con cierta torpeza: pudo verse entonces a un joven esclavo negro proveniente de Haiti. Napoleone se percató enseguida de que el rostro de este antillano, y en especial sus ojos, indicaban terror y traumas. Su ropa estaba rota y podrida en buena mediada y también lo estaban varios de sus huesos. El muchacho transpiraba tanto que parecía desprender magma de su cuerpo, como un volcán. Con mucho esfuerzo, y la voz temblorosa, el haitiano preguntó:

- ¿Sí?

Antes de que Napoleone pudiera presentarse y explicar su presencia allí, el esclavo se puso pálido de un momento a otro y cayó súbitamente, manifestando con su mirada un claro gesto de dolor. Pudo verse entonces que una flecha había sido disparada contra su espalda, de tal forma que el joven yacía ahora en el suelo gravemente herido. Detrás, había una mujer gordísima con una ballesta. Napoleone estimó que esa bestia debía de pesar al menos cien kilos. Por supuesto que el general corso se preguntó de inmediato quién debía ser esa gorda asesina, quien a pesar de su nefasta apariencia, vestía elegantemente: eso sí, su vestido, que alguna vez había sido elegante, ya no lo era en realidad pues estaba lleno de sangre.

Esta mujer gorda, mientras miraba con indiferencia a Napoleone, remató al esclavo con un nuevo disparo; esta vez, la flecha fue a parar directo a su cabeza, la cual reventó, matándolo al instante.

Napoleone, quien paralizado por la sorpresa y el impacto no había reaccionado hasta el momento, se incorporó, apartó la vista del destrozado cadáver y sus sesos dispersados, y se propuso interrogar a esta asesina, temiendo lo peor.

- ¿Es usted Lapagerie de Beauharnais?

La gorda asesina simplemente lo miró con indiferencia y eruptó. Tras esto, un pájaro que estaba a unos metros cantando alegremente sobre un árbol se puso tieso y cayó muerto.

- Bueno... Supongo que te llamaré Josefina- dijo Napoleone.

- ¿Trajiste comida?- preguntó repentinamente la mujer.

El Ascenso y Caída del Usurpador UniversalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora