14| Acrostico

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Hermione estaba en su hogar, rodeada de libros y documentos que había dejado para su descanso prenatal. Todo parecía en calma hasta que una punzada aguda recorrió su abdomen. Al principio pensó que era otra de las habituales molestias del embarazo, pero cuando el dolor se intensificó, supo que era el momento.

Susan, que estaba sentada junto a ella repasando papeles del trabajo, se percató rápidamente del cambio en la expresión de Hermione. Dejó los documentos a un lado y tomó la mano de su amiga, tratando de calmarla mientras la ayudaba a respirar.

-Tranquila, Hermione. Inhala profundo y exhala despacio -dijo Susan, sus ojos reflejaban una mezcla de nerviosismo y determinación.

En la cocina, Harry se encontraba sirviendo una taza de té cuando escuchó el sonido de la respiración agitada de Hermione y las instrucciones de Susan. Con el corazón en un puño, dejó caer la tetera y corrió a la sala, donde la vio en plena contracción.

-¿Es el momento? ¿Es ya? -preguntó Harry con un temblor en la voz mientras se pasaba las manos por el cabello, ya desordenado por la tensión.

-Sí, Harry. Llama a Draco y avisa a todos que es hora de llevarla a San Mungo -contestó Susan, sin soltar la mano de Hermione, que se esforzaba por mantener la compostura a pesar del dolor.

Harry sacó rápidamente su varita y envió un Patronus a Draco, que en ese momento estaba en el Ministerio atendiendo un asunto urgente. Draco, al ver al ciervo plateado de Harry que le transmitía el mensaje con voz firme, sintió que su mundo se detenía por un instante. No lo pensó dos veces y desapareció del Ministerio rumbo a casa.

Mientras tanto, la noticia se esparció rápidamente. Los señores Malfoy, que esperaban con ansias la llegada de sus nietos, llegaron poco después. Lucius trataba de mantener su habitual compostura, aunque su ceño fruncido y el constante tamborileo de sus dedos en su bastón revelaban su nerviosismo. Narcissa, por su parte, estaba más serena, con una mezcla de emoción y preocupación brillando en sus ojos.

-Hermione, querida, estamos aquí -dijo Narcissa suavemente al entrar y ver a la joven intentando respirar entre contracciones.

Draco llegó poco después, con el rostro pálido y la mirada ansiosa. Se arrodilló junto a Hermione, tomando su otra mano y mirándola a los ojos con preocupación.

-Estoy aquí, amor. Todo saldrá bien -dijo, besando su frente con ternura y sintiéndose impotente al no poder aliviar su dolor.

Los debates sobre cómo llevarla a San Mungo comenzaron casi de inmediato. Richard Granger, que también había llegado con Jean, propuso el uso de un automóvil.

-¡Santo cielo, Richard! No tenemos tiempo para eso -replicó Jean, visiblemente alterada mientras trataba de ayudar a su hija a moverse sin causar más dolor.

-¿Por qué no simplemente la aparecemos? -preguntó Lucius, mirando a Draco que negó rápidamente con la cabeza.

-Es peligroso en este estado, padre. No podemos arriesgarnos -respondió Draco, decidido.

Finalmente, después de algunos minutos de discusión que parecieron eternos, optaron por una combinación de métodos: la silla mágica que Narcissa había traído especialmente de San Mungo, que permitía transportar a la madre de manera cómoda y segura.

La sala se llenó de murmullos nerviosos y un aire de expectación mientras llevaban a Hermione. Harry se quedó al lado de Susan, ambos observando cómo el resto ayudaba a Hermione y Draco, hasta que Susan se volvió hacia Harry con una sonrisa de esperanza.

-Todo va a salir bien -susurró Susan, más para ella misma que para él.

Al llegar a San Mungo, el reloj marcaba las diez de la noche. Hermione insistió en que quería un parto al estilo muggle, lo más natural posible y sin magia.

Divorciada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora