-No es una historia de amor, Lissandra.
Pero podría serlo; ¿Por qué no vengarse de la corona o follarse al príncipe? ¡Mejor aún, elige las dos! No, espera, no respondas esa pregunta, carissima, pero ¿Por qué no enamorarse de tu verdugo?
La joya má...
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Necesitaba visitar a Elizabeth, sabía que ella estaba viva, pero estaba en las mazmorras del castillo; mi mente martillaba ante los pensamientos, casi castigándome con el recuerdo de mi padre y Laurent. Ambos pesaban en mi conciencia, casi produciendo mi desvelo consecutivamente.
Llevaba tres días aquí, encerrada. La reina optó por mantener la identidad de la ganadora para los presentes de aquel gélido día, mintiéndole a varios pueblos; para el ojo publico, Laurent había decidido partir a Polaris, un pueblo cruzando la costa de nuestro país. Asimismo, se pretendía que yo estuviera muerta, eso debía pensar mi madre.
Mis ojos ardían un poco debido al sentimiento vacío en mi pecho, debía ser un hecho, no un maldito pensamiento. Me adentré a este infierno, para huir de las fauces de mis padres y en medio de la guerra la había encontrado, Charlotte Bernard. La información permaneció densa en mi cerebro y colapsó en estos últimos atardeceres.
Ella, mis ojos eran el espejo de los suyos. Las cartas tenían pequeños problemas, había un cambio en una de ellas y eso significaba una cosa. No eran de mi padre.
Mi cabeza estaba harta y esto se somatizaba en las madrugadas, cuando gritaba al despertar, cuando mi corazón estallaba en culpa y engaño, mi vida había sido una mentira. ¿Cómo se sobrevivía a la verdad? Mierda, otra pregunta jodía mi mente. ¿Por qué el rey me intentó ayudar?
— Señorita —La vaca llamaba mi atención. Alzó sus manos ofreciendo una máscara.
Sus dedos la apretujaban con tristeza, un cerdo. Fruncí el ceño para luego desviar mi mirada, tomé la máscara con delicadeza y evité verla. Suspiré y, en cuestión de minutos, la coloqué sobre mi rostro. La reina se aseguraría de castigarme por mi elección.
Era el primer piso, para ser más específica, estaba alojada al respaldo de la cara anterior del castillo; la servidumbre tenía cuartos compartidos, el mío era solitario y aislado. A excepción de esa cara curiosa, sus ojos eran dos avellanas y su cabello chocolate le daba un toque opaco, ella brillaba y era hermosa. Aun cubriendo su rostro, podía sentir la tranquilidad de su presencia. Era un capibara, de vez en cuando veía su rostro.
Me dirigí a mi habitación, era casi la última en el pasillo. Al llegar logré ver la puerta entreabierta, tomé la perilla y la abrí más, revelando la imagen del capibara a unos centímetros de mí. Ella le pasaba algo a... Amon, al terminar de abrir la puerta, sentí un frío tras mi espina dorsal. Él acarició suavemente su hombro y le sonrió con amabilidad, esa sonrisa genuina y atractiva, una que alguna vez presencié en el lago.
El cuerpo de la joven respingó en su lugar y sus manos se ocultaron tras su espalda, luego se dio la vuelta y escondió lo que sostenía en la nochera. Mi cabeza se mantuvo fija en él, quien demostraba que no le importaba verme.
— ¡Charlotte! No le digas a nadie. — Su voz suave fue apresurada, nerviosa y asustada.
— ¿Por qué un cerdo? — Pregunté ignorándola y me adentré en la habitación.
— Fue lo que hallaron en el lago.
Amon alzó su mirada en mi dirección, luego acomodó algunas cosas sobre la cama de la joven. Sentí cierto picor al dirigir mi mirada a la pequeña capibara.
—- ¿La reina no tiene compasión? ¿Tu madre no pudo elegir un perro?
— Fuí yo.
Mi mirada era incrédula bajo la máscara, apreté los puños a mis costados, una de mis palmas se sintió cálida. Su voz puntualizó un disparo a mi corazón, no él, no...
— No tú, tú no eres capaz —la ira ardió en mi voz. Claro que lo era— ¡Tú, animal!
— Charlotte, usted entró a este infierno, no le alce la voz a su dueño.
Fue apenas una advertencia, la cual apuñaló mi corazón. Me había humillado tantas veces, ¿Cuál era la diferencia ahora? Ese tono, estaba enojado y me estaba despreciando sin razón alguna.
Los minutos pasaron en silencio, él parecía acomodar algo más en uno de los gabinetes de una nochera y luego, sin mediar más palabras, dejó el lugar.
— No lo culpes. Sí te asignó la máscara. — La capibara se acercó, para luego posar sus manos en mis hombros — Perdió algo muy importante, tú lo sabes.
— ¿Qué perdió? ¿Desde cuándo los Escoffier pierden? —Cuestioné ignorante y me permití verla. La vida era falsa tras una careta.
— La apuesta, perdió la cacería —Su voz se quebró.
¿Ella sabía? Sus manos dejaron mis hombros, luego caminó hasta el borde de su cama y se sentó. Suspiró y sacó el cajón para contar algo, intenté ver desde mi lugar. Rosas, estaba lleno de flores blanquecinas, la capibara remolineó dentro de este en busca de algo. Luego alzó sus manos con varias joyas de oro puro. Abrí mis ojos con sorpresa.
— ¿Lindas no? Son un pequeño regalo, las usamos bajo las prendas... Nadie debe verlas, no le digas a la reina, eres una de nosotras —Susurró admirando el brillo.
Quitó su máscara, y me miró con emoción, para luego señalar el pequeño gancho que sostenía su cabello.
— Este me lo regaló el año pasado, usar máscaras es una ventaja — su voz fue alegre y dulce. Volvió su mirada a las joyas y las acomodo.
— ¿Te lo regalo? –Cuestione intentando suavizar mi voz.
— Si, ¿No es dulce? Cuando está en el castillo, suele pasar tiempo con nosotras, cuando no, nos trae recados o medicina. Le pedimos cosas y las compra sin objeción alguna. Es muy agradecido.
— ¿Hablas de Fedric, no?
Negó con su cabeza y miró sobre mi cama, luego empezó a acomodar las cosas sobre su regazo, enredando cada joya en cada rosa.
— El 27 de noviembre es el cumpleaños de la princesita Laurent. Ella solía venir con pedacitos de torta, junto a Amon. Ambos celebraban su cumpleaños con nosotras y nos daban joyas por igual. Fedric se encarga de distraer a los guardias o reyes.
De su boca parecía sonar como un santo, hasta podría agradar... pero sabía que él era el anticristo en persona. Mi corazón se estrujó y algunas punzadas de dolor martillaron mi frente. Me senté en el borde de mi cama y divisé una carta sobre la almohada, encima de esta había una rosa roja.
— Crecimos juntos, suelo ayudarlo con sus pinturas. Siempre pinta a una pelirroja, sus ojos son grises y sus pecas... Dios, es la viva imagen de la pureza y extrañeza, ¿No?
Preste atención a sus palabras y tomé el pequeño sobre, al abrirlo, me topé con una pequeña gargantilla de oro, tenía un pequeño dije de corazón y un nombre se grababa en este, ''Amon''.
Leí el pequeño manuscrito.
'' Charlotte, su papel empieza ahora, finja o muera.
Estará bajo mis zapatos, todas las mañanas. Se postrará en mi estudio todas las tardes y, sin descanso alguno, permanecerá en mi recámara, cada que yo me canse de su insufrible presencia.
Sea buena mascota y póngaselo. ''
— ¿La pinta? Parece odiarla. — Musité pensativa.
— Es su musa, habla maravillas de ella, solo, eso da miedo. Bueno, eso no importa. Comprende que él está pasando un momento difícil –Pausó– Fedric me dijo que él cree que es culpa de su musa. Pero sé paciente, él es un amor.
Sus palabras se tatuaron en mi cerebro, Laurent, me trataba así por ella. Me levanté de mi lugar y apreté la gargantilla en mi puño; caminé hasta la puerta ignorando los ojos avellana, los cuales me seguían curiosos. No era mi culpa, ella me había salvado, debía siquiera decirle mis condolencias.
Me dirigí a su estudio, en el segundo piso. Era capaz de perderme en este maldito lugar.
Mi corazón agrietado desfallecía tras cada una de mis pisadas, porque, para mi desagrado y terror debía hacer las paces con el diablo.