Primeras pistas

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Lo único que recordaba era destrucción, muerte, barbaria, condenación, todo en un mismo lugar, y yo, en medio de aquel lugar, con un sentimiento de culpa por el sufrimiento de miles de personas...

Siempre tenía este mismo sueño, y cuando desperté, me encontraba en una habitación concurrida. Estaba tumbado en una cama un poco estrecha, aunque cómoda y muy calentita. Me levanté y me percaté de que estaba descalzo. No podía ir descalzo por ahí. Me percaté de un par de botas de cuero a mi derecha, entre una mesilla y la cama. Las cogí, y vi que encajaban a la perfección en mis pies. Aquellas grebas me llegaban hasta las rodillas, tenían tres correas para ajustarlas y eran de un color marrón oscuro, pero suave.

Quise mirar por la única ventana de aquel lugar, pero, a mi izquierda vi un espejo, y a un joven reflejado en él, fuerte, con ojos rasgados en un azul esmeralda que llamaba la atención, incluso a mucha distancia. Su mandíbula era ancha, tenía unos labios finos y carnosos al mismo tiempo. Su nariz era fina, aunque en la punta acababa un poco más ancha. Tenía el pelo blanco, larguísimo, le llegaba hasta detrás de la cintura. Ese joven, era yo, reflejado en aquel espejo, en un lugar desconocido.

Me percaté de que, en mi ojo izquierdo, tenía una marca que lo rodeaba, como si fuese un tatuaje, y acababa en una punta hacia abajo y otra hacia arriba en ambos rabillos del ojo.

En el brazo tenía un tatuaje que alcanzaba desde la mano hasta el cuello. Eran tribales conjuntos y finos. Creo que significaba algo, pero un nombre empezó a resonar en mi cabeza continuamente, sin parar: Yyvanor... Estaba seguro de que ese era mi nombre, y así era.

Cogí unas tijeras que había por allí, y me corté la melena que llevaba, hasta dejarme el pelo en condiciones. Aunque seguía largo, estaba peinado hacia atrás, y sólo llegaba hasta la nuca. Me quedaba bien el corte, supongo.

Salí por la puerta de la habitación, y me encontré en un pasillo con unas escaleras que bajaban. Bajé por ellas, y estaba en un salón. Las paredes y el suelo eran de madera, no había mucho espacio en aquella casa, pero era humilde, y bonita. En medio del salón había una mesa redonda con tres sillas alrededor. Había una pequeña estantería al fondo repleta de libros y algún que otro grimorio. Frente a la mesa estaba la chimenea, y a la izquierda, la puerta con una ventana a cada lado. En una de las sillas había una camiseta negra, sin mangas, con una capucha. Me la puse, y salí por la puerta de la casa.

El sol sentaba a primera hora según y como hubieses dormido. Yo, que parecía haber nacido en esa habitación, me sentía extraño, y así fue como me sentó el sol en la cara.

Estaba en una pequeña villa, con gente sonriendo y yendo a todos lados. La gran mayoría eran campesinos, aunque había algún que otro aventurero. Se respiraba un buen ambiente, pero yo necesitaba saber dónde estaba.

La voz de un anciano me llamó la atención. Su voz era rasgada y estaba desgastada. Se dirigía a mí:

Anciano: Vaya, ¡pero mira quién se acaba de despertar!

Me di la vuelta, y le vi acercándose. Menuda barba tenía, y canosa. Andaba gracias a un bastón, cogeaba y estaba un poco encorvado. Tenía un sombrero viejo, parecía de mago, pero no le veía la cara, hasta que levantó la cabeza, y puede ver sus ojos y su piel estaba arrugada. Sus ojos eran verdes, como la primavera, pero su ojo derecho era blanco, y tenía una cicatriz en toda la zona cercana a éste. Menudas heridas de guerra. Vestía una chaqueta de tela marrón, con unos pantalones beiges cortos y unas chanclas hechas a mano.

Anciano: Me llamo Vincent, y soy el que te encontró y te acogió en mi casa. Estás en la villa de Semilla Ardiente, ¡de los mejores sitios que puedes encontrar en estos lares!

Yyvanor: La mentira del InframundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora