Llévanos hacia la victoria

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Y segundo más tarde, les dije a todos los soldados presentes en el campo de batalla gritando:

Yo: ¡Esto no termina aún aquí! Si de verdad queremos llegar a nuestro hogar y sentirnos seguros, debemos acabar con esto de una vez por todas... Quien quiera venir conmigo a por la garganta del Imperio, es bienvenido. ¡Alzaos con más fuerza que nunca, hermanos! El día, ha llegado, y nadie va a oponerse a nosotros...

Entonces, todos con fuerza, gritaron eufóricos con los puños y armas en alto. Ni las diferencias entre aquellos hombres importaban en ese momento. Todos luchaban por conseguir algo en común: libertad y justicia. Presenciar tal paisaje me hizo sacar una sonrisa, aunque... Yo luchaba por otros motivos: venganza, respuestas. Quería saber más acerca de mi, y algo me decía que allí iba a encontrar lo que buscaba. Quería saciar esta sed infinita de venganza de una vez por todas, sin importar el precio...

Nos pusimos en camino hacia territorio Imperial. Eran cientos y cientos de soldados los que marchaban seguidos y conducidos por mí hacia la victoria, o por lo menos, hacia mi victoria, por egoísta que sonase. Teníamos en nuestro poder una gran máquina que, con una especie de barra enorme que, con una tremenda fuerza, impactaba a lo que se le pusiese en medio, destrozando hasta las puertas más blindadas que hubiesen.

Y allí, marchando a través de territorio Imperial, nadie se quería enfrentar a nosotros, y el que lo hacía, acababa destrozado. La moral de los soldados era tan alta que, en sus corazones, se podía sentir al mismo infierno ardiendo.

Pero... El momento llegó, y sólo una pequeña cuesta nos separaba de ver al corazón del Imperio. Los soldados, siguiendo mis órdenes, se pusieron en posición, tal y donde les indiqué. Yo, subí por el camino de la cuesta, y cuando me encontraba en lo más alto, pude ver a aquella gran ciudad consumida por una causa sin sentido, el egoísmo de su líder y la avaricia de sus habitantes, levantada y rodeada por sus negras murallas, y por los campos devastados de los alrededores. Ni una pizca de flora, aparte de los arbustos muertos, se mantenía viva allí. Y en medio, se podía divisar una gran estructura puntiaguda que se elevaba por encima de las nubes. Aquello era el famoso coloso donde Kholdar vivía, y ordenaba, y su trono se encontraba.

Sin más, esperé a ver la reacción de los Imperiales mientras yo estaba allí de pie con las dos manos cruzadas la cintura. Todo era parte del plan. Vi cómo uno de ellos se percató de que estaba allí, y empezó a señalarme, y el resto, se puso en alerta, atentando contra mí. Y fue entonces cuando las dos dagas aparecieron en mis manos mientras las separaba y las mostraba empuñándolas hacia abajo y con fuerza, entornando un poco la cabeza. Esa era la señal para que los míos atacasen, y para que mis enemigos supiesen de que iba a acabar con ellos.

Los arqueros dispararon, y cubrieron el cielo con flechas de fuego, a ambos extremos de donde nos encontrábamos en lo más alto de la colina. Los jinetes se lanzaron al frente con un montón de soldados con escudos y alabardas y espadas detrás. Yo, me encargaba de cubrir junto a Brovyn (si, él también vino. ¿Cómo se va a perder tal fiesta?) la máquina que destruiría las puertas de Zanundur.

Poco a poco, todo salía tal y como planeaba. Los enemigos que se encontraban en tierra eran retrasados hasta las murallas, y los que se encontraban encima de estas, eran alcanzados por los arqueros. Pero... Entonces, se desplegaron unas grandes placas que cubrieron las cimas de las murallas, haciendo que las flechas no hiciesen ni cosquillas, pudiendo atacar tras estas a mis hombres.

Brovyn, me miró, y con su típico tono pesimista, dijo:

Brovyn: Mierda... No son tontos.

Entonces, me giré, y señalé al primer soldado que me encontré, y le ordené, gritándole:

Yo: ¡Desplegad los cañones y disparad con la munición explosiva a esas cosas!

El soldado afirmó con la cabeza, y fue directo hacia el resto, informando de nuevas órdenes. Entonces, me di la vuelta, y Brovyn me miraba con su sonrisa tan característica. Volví la mirada al campo de batalla, y dije:

Yo: Nadie va a estropear este día.

Los cañones se pusieron en posición, y dispararon a mi señal todos a la vez a aquellas placas. En cuanto bajé el brazo, se escucharon los cañonazos graves y ensordecedores. Vimos cómo impactaban en las placas, explotando y haciendo que algunas cediesen aplastando a los que se encontraban encima de la muralla. Las otras, simplemente les caían encima a los que se encontraban en tierra, desmembrándolos y aplastándolos de lo que pesaban aquellas cosas. Todo iba de perlas...

Entonces, Brovyn me dio una llamada de atención, y me preguntó...:

Brovyn: ¡Eh, Yyvanor! ¿Cómo narices conseguiste... Ya sabes... Salir de allí vivo? Vi cómo te consumía aquella explosión, y presencié tu cadáver entre el barro. En aquel instante, pensé que todos estábamos perdidos... Pero, entonces, tú apareciste de la nada... Y te cargaste a todos esos cabrones como si nada, traspasando sus filas y acabando con quien tú y yo sabemos.

Yo, sin más, le miré fijamente y me quedé pensativo. No quería hablar de ello, no ahora, tan cerca de Kholdar... Sin más, le contesté con completa sinceridad:

Yo: Brovyn, ni yo mismo lo sé. En lo único que creo ahora mismo es en nosotros y en mí mismo, y lo único que se ahora mismo, es que no van a pararme...

Diciendo eso, Brovyn se quedó mirándome durante unos cuántos segundos, y volvió la vista al frente, diciendo:

Brovyn: Y tal vez sea por eso por lo que te consideran como un héroe, un héroe de guerra como Dios manda...

Brovyn se acercó a mí, me agarró del brazo y me dijo:

Brovyn: Yyvanor, llévanos hacia la victoria, tal y como nunca antes has hecho.

Y fue entonces cuando me di cuenta de que todos confiaban en mí, y me admiraban, más incluso que al Rey, pero... ¿Acaso soy yo un héroe?

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⏰ Última actualización: Sep 16, 2015 ⏰

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Yyvanor: La mentira del InframundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora