Desde las garras de la muerte

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Cuando cogí el colgante, tal y como conté, caí en un sueño, pero... No estoy seguro si era un sueño, una visión, o si de verdad me encontraba en aquel lugar... Caí y caí, y sentí como si me desgarraran en partes, sin poder ver nada...

Pero, de repente, pude abrir los ojos, y me encontraba en un jardín poco común, con los pétalos de las flores blancos y azules, y las hojas de los árboles verdes y blancas. Todo, con un brillo en el aire plateado. Miré a mi izquierda, y presencié una gran pradera verde. Fui corriendo hacia ella, y la pradera descendía con una pendiente un poco pronunciada. Cuando estaba al borde, pude presenciar frente a mí un gran reino que ocupaba todo el terreno hasta donde la vista no podía llegar a ver. Aquello era inmenso... Y también lo era el río que pasaba frente a las murallas blancas.

Lo más extraño, es que no parecía haber sol. Parecía atardecer, y las nubes brillaban en un dorado muy peculiar. Aquel lugar era mágico e inigualable. Pero... Había alguien a pies del río, una mujer con un vestido blanco, y con cabellos blancos también que le llegaban hasta los pies. Ella entornó la cabeza, y pude ver cómo sonreía, sin poder verle los ojos tapados por el velo que llevaba.

Entonces, algo en el cielo empezó a brillar muy fuerte. Era como una especie de aro en llamas gigante, que ocupaba casi mitad de aquel reino. El interior del aro empezó a volverse en sangre, y de él salían un montón de llamas y seres extraños, con cuernos en sus cabezas y alados. Sus gritos tenebrosos no hacían más que resonar en el interior de mi cabeza, y a medida que iban aumentando los gritos en mi cabeza e iban siendo más fuertes, mi vista se apagaba poco a poco, hasta que, pum, desperté en medio del barro y un montón de cenizas. En el ambiente no habían más que cenizas, y el cielo estaba nublado, como si fuese a empezar a llover...

Me levanté, quitándome de encima los restos de madera, astilla, barro y pólvora que me cubrían. Me levanté y no veía nada más a mi alrededor que cuerpos de arcentios e imperiales muertos, cubiertos por barro, suciedad y sangre, y algunos de ellos eran profanados por los cuervos que acechaban a la carroña.

Pero... ¿Donde estaba el colgante? Esa era la pregunta que me hacía a mí mismo mientras divagaba por allí, confuso y perdido, sin saber qué pasó, y sin saber si el resto de mis aliados seguían vivos. Entonces, en la mitad de aquel lugar pude ver una especie de llama grande, alimentada por dos grandes tablas de madera, y con alguien maniatado a ellas. El cuerpo era muy voluminoso, y a medida que fui acercándome, pude distinguir el símbolo de la Élite en la capa que lo rodeaba. Cuando estaba frente al cuerpo, levanté la capa, y pude ver que era Darig en su lecho de muerte. Tenía una gran herida en el abdomen que cubría de sangre el suelo, sus manos y su torso. Me arrodillé, puse una mano en su hombro, cogí su mano con la otra y me empecé a culpar innecesariamente por su muerte...

De repente, Darig hizo un esfuerzo para respirar hondo, sonando bastante mal su tráquea al hacerlo. Sentí cómo hacía fuerzas con la mano, apretando la mía, y con un gran esfuerzo, dijo, con una voz muy apagada:

Darig: Hermano... Haz que mi muerte haya merecido la pena...

Miré fijamente a sus ojos, y vi cómo se desvanecía la vida de ellos poco a poco, y sentí cómo dejaba de apretarme la mano...

Le cerré los ojos, cogí su capa, y me la puse, poniéndome la capucha y la máscara de ésta. Con la frase de: "Te vengaré, hermano", me levanté, y entre mugre y sangre, empecé a sentir eso en mi interior, eso que despierta siempre en mi... Los cadáveres empezaron a arder a mi alrededor mientras en mi cabeza, resonaban mi voz diciendo: "Los Dioses nos odian..."

Darig descansaba en paz, pero yo no lo haría todavía. Despertado de entre los muertos, me sentía como nuevo, y sentía qué se traía el hijo de Kholdar, Vodri, entre manos. Iba a por él, sin piedad, tal y como ansié durante años...

Yyvanor: La mentira del InframundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora