Omegas

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Buenaaaaaaaaaaaas

(っ °Д °;)っ

Después de su conversación, Aegon y Rhaenyra se dirigieron al comedor para la cena. Aunque Aegon ya había comido algo, su hermana insistió en que debía comer más y no limitarse solo a los postres. Al principio, él se mostró reacio, pero la familiar determinación de Rhaenyra fue suficiente para que aceptara, aunque lo hizo con cierta resignación.

Al entrar al salón, todas las miradas se posaron brevemente en ellos. La mesa ya estaba casi llena, todos sentados y charlando en voz baja. Aegon sintió una leve punzada de vergüenza, recordando el incómodo encuentro con Jacaerys, y decidió evitar cualquier tipo de contacto visual. Sin decir una palabra, se dirigió directamente a su lugar en la mesa, tomando asiento entre Helaena y Aemond, como si quisiera perderse entre la rutina de la cena familiar.

Helaena lo miró de reojo, dedicándole una sonrisa dulce, aunque distraída, mientras Aemond, concentrado en su plato, le lanzó una mirada fugaz antes de seguir comiendo. Aegon se acomodó en su silla, intentando aparentar tranquilidad, aunque una parte de él seguía sintiéndose ligeramente incómoda bajo la atenta mirada de los presentes.

—¿Y bien, Aegon? ¿No tienes nada que decir? —preguntó Alicent con el ceño fruncido, su tono cargado de reproche mientras lo miraba fijamente desde el otro extremo de la mesa.

Aegon, que hasta ese momento había estado concentrado en su plato, levantó la vista, visiblemente extrañado.

—¿Sobre qué o qué? —respondió, su tono desenfadado, pero la confusión en su rostro era genuina.

Alicent lo miró con enfado, sus dedos tensos sobre la mesa.

—Tus disculpas, Aegon. Anoche me faltaste al respeto, y a tu padre también —le recriminó, sin ocultar su molestia. La tensión en la sala aumentó de inmediato, y las conversaciones cesaron, dejando un silencio incómodo.

—Déjalo, reina —dijo Daemon, su tono cortante, mirando a Alicent con seriedad. Su voz resonó en el salón, apagando cualquier intento de continuar la discusión.

Alicent apretó los labios, claramente molesta, pero antes de que pudiera replicar, el rey Viserys habló con voz cansada.

—Mujer, déjalo. Ayer estaba alterado, y no hay necesidad de prolongar este asunto. Aegon ya sabe lo que hizo —dijo el rey, apoyándose pesadamente en su asiento, su tono más conciliador pero firme.

Helaena, ajena a la tensión en el ambiente, interrumpió el incómodo silencio con una pregunta inesperada y llena de entusiasmo.

—Y bueno, ¿cuándo se casarán con Jacaerys? —preguntó alegremente, sus ojos brillando mientras sonreía inocentemente.

El comentario cayó como un rayo sobre la mesa. Aegon, que en ese preciso momento estaba tomando un sorbo de su bebida, se atragantó, escupiendo parte del líquido de manera abrupta, lo que provocó que tosiera violentamente. Su rostro enrojeció de inmediato, tanto por la falta de aire como por la sorpresa de las palabras de su hermana.

Aemond soltó una carcajada, incapaz de contenerse, mientras Lucerys lo imitaba, tapándose la boca para no reír tan abiertamente. Ambos se deleitaban con la evidente incomodidad de Aegon, que seguía tosiendo mientras intentaba recomponerse.

—¡Helaena! —murmuró Aegon entre toses, mirándola con los ojos muy abiertos, aún impactado por lo directo y despreocupado de su hermana.

Helaena solo lo miró con una sonrisa dulce, completamente ajena al caos que acababa de desatar con su inocente comentario, mientras los demás en la mesa trataban de ocultar sus reacciones, algunos con sonrisas nerviosas, otros intentando disimular la incomodidad.

Segunda vida.  JACEGONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora