El sol comenzaba a elevarse sobre el horizonte, iluminando el castillo con una luz dorada. Jacaerys, junto a su tío Aemond y Daemon, salieron temprano en la mañana para entrenar, motivados por el deseo de mejorar sus habilidades y mantener la disciplina. Daemon, siempre riguroso en su enfoque, guiaba a los jóvenes con una mezcla de exigencia y paciencia, consciente de la importancia de su entrenamiento.
Mientras tanto, Helaena se quedó en la residencia con su madre Rhaenyra y los hermanos menores, Lucerys y Joffrey. La mañana era tranquila en comparación con la agitación de la noche anterior. Rhaenyra preparaba a los más pequeños para la visita al abuelo, el rey Viserys. Había una mezcla de emoción y nerviosismo en el aire, ya que el encuentro con el rey era siempre un evento significativo.
El aire en el campo de entrenamiento, donde el sonido de espadas chocando y el ruido de pisadas rápidas resonaban con intensidad. Jacaerys y Aemond se encontraban en el centro del campo, enfundados en armaduras ligeras, sudorosos y concentrados.
Daemon observaba atentamente desde un lado, con los brazos cruzados y una expresión que denotaba tanto orgullo como evaluación crítica. La batalla matutina entre los jóvenes estaba en pleno apogeo, cada uno demostrando su habilidad y determinación.
Jacaerys, con un estilo de lucha más ágil y estratégico, se movía con gracia y precisión. Sus movimientos eran rápidos, buscando siempre el ángulo perfecto para atacar sin dejarse atrapar. Aemond, por otro lado, empleaba una fuerza bruta combinada con una técnica sólida y directa. Cada golpe de su espada estaba cargado de poder, y su defensa era impenetrable.
-¡Vamos, Jacaerys! -gritó Daemon, incitando a su sobrino mayor mientras observaba-. No dejes que Aemond te sobrepase con la fuerza. Usa tu velocidad para encontrar sus debilidades.
Jacaerys asintió con determinación, esquivando un ataque pesado de Aemond con un ágil salto hacia un lado. Aprovechó la oportunidad para lanzar un rápido corte hacia el costado de su tío, pero Aemond, con su reflejo rápido, bloqueó el golpe con su espada y contraatacó con un movimiento contundente.
-¡Buen bloqueo, Aemond! -alabó Daemon-. Pero no te confíes demasiado. Recuerda, cada movimiento tiene su propósito. Debes anticiparte al movimiento de tu oponente.
Aemond asintió con una sonrisa competitiva, intensificando su ataque mientras Jacaerys se mantenía en movimiento, buscando aperturas. La pelea se volvía cada vez más dinámica, con Jacaerys utilizando fintas y engaños para desorientar a Aemond, quien respondía con fuerza y una firmeza implacable.
Jacaerys logró desarmar momentáneamente a Aemond con una maniobra hábil, pero Aemond, sin perder la compostura, rápidamente recuperó su espada y lanzó un ataque decisivo que Jacaerys tuvo que bloquear con esfuerzo. Ambos hermanos estaban claramente agotados pero determinados a no ceder.
Finalmente, Daemon levantó su mano para detener la pelea, con una mirada satisfecha en su rostro.
-¡Buen trabajo a ambos! -exclamó Daemon, acercándose a ellos-. Has mejorado mucho, Jacaerys. Aemond, tu fuerza es formidable. Recuerden, en el combate, la habilidad y la fuerza deben estar equilibradas. Sigan así y serán invencibles.
Ambos jovenes, jadeantes pero satisfechos, se inclinaron en señal de respeto hacia Daemon. Aunque el entrenamiento había sido exigente, sabían que cada gota de sudor los acercaba más a su objetivo de perfección.
De repente, el sonido de aplausos y vítores interrumpió el entrenamiento. Jacaerys y Aemond alzaron la vista y vieron a Aegon en la entrada del campo. La presencia de su tío hizo que Jacaerys esbozara una sonrisa automática, pero esta se desvaneció al notar que Davos se acercaba a Aegon, demasiado cerca a su parecer.

ESTÁS LEYENDO
Segunda vida. JACEGON
Fiksi PenggemarAgonizando se encontraba el actual rey Aegon II Targaryen, envenenado por su propia gente, lo mas curioso que en su agonía no tenia deseos de vivir, a estas alturas para que pensaba el joven rey, no tenía a nadie, sus hermanos, sus hijos, su madre...