Ecos del Pasado II

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El apartamento  estaba sumido en la penumbra, apenas iluminado por la luz plateada de la luna que se filtraba por la ventana. César permanecía de pie, nervioso, sintiendo cómo cada latido de su corazón resonaba en el silencio, a la espera de alguna señal emitida por ella. Victoria, se acercó a la ventana , pero esta vez con  los brazos cruzados y la mirada fija en el suelo , como si el peso de su dolor la anclara a la tierra.

—Victoria... —dijo César, acercándose lentamente, su voz temblando con cada palabra—. Por favor, escúchame. Sé que cometí un error, pero... no era lo que quería. Nunca quise herirte. Por favor no me condenes eternamente

Ella levantó la mirada, sus ojos llenos de lágrimas que reflejaban la angustia de su alma.

—¿No querías herirme? —respondió con un tono sarcástico y cortante—. ¿Y qué fue lo que hiciste al decirle al mundo que solo éramos compañeros de trabajo? Me dejaste sola, César. ¿Cómo pudiste? Te juro que trato de entenderte de perdonarte, pero no puedo.

César agachó la cabeza, abrumado por la vergüenza.

—Lo sé... lo sé. Pero ya te dije que la presión, las cámaras, todo... —suspiró, buscando las palabras adecuadas—. No supe manejarlo. Te juro que te amo, Victoria. Eres lo único que importa en mi vida.

—¿Amor? —replicó ella, su voz cargada de desconfianza—. ¿Eso es lo que sientes? Porque yo me sentí como un secreto, como un error. No puedo volver a caer en esto. No puedo dejar que me lastimen de nuevo.

César se acercó más, casi suplicante, su corazón latiendo con desesperación.

—No te estoy pidiendo que lo olvides, solo quiero que me des una oportunidad para demostrarte que puedo hacerlo bien —dijo, su voz temblando—. Que puedo ser el hombre que mereces.

Victoria lo miró fijamente, sus ojos desafiantes.

—¿Y cómo se supone que lo hagas? ¿Con palabras vacías? ¿Con promesas que no puedes cumplir?

—No, con acciones —respondió él, tomando su mano con firmeza—. Con pasión... —se inclinó hacia ella, sus labios casi tocando los de ella, pero Victoria se apartó, furiosa.

—¡No! ¡No puedes hacer esto! —gritó, su voz resonando en la habitación—. No puedes venir aquí y esperar que todo esté bien solo porque me besas.

—Pero es que no puedo vivir sin ti —dijo César, desesperado, tomando su cintura y acercándola a él—. ¡Mírame, Victoria! —la besó de nuevo, esta vez con una intensidad que la tomó por sorpresa. Ella se resistió, pero sus labios se encontraron de nuevo, como si fueran imanes.

—¡César, suéltame! —exclamó, la respiración entrecortada.

—No puedo. No quiero —susurró él entre besos, su mano acariciando su rostro, intentando derretir su resistencia.

—Esto no está bien... —murmuró Victoria, sintiéndose atrapada, pero al mismo tiempo deseando más.

—Lo sé, pero el amor que siento por ti es más fuerte que cualquier cosa —dijo César, mirándola a los ojos con una intensidad que la desarmaba—. No puedo dejarte ir.

Victoria, sintiendo cómo su corazón se quebraba, cedió lentamente, sus brazos rodeando su cuello, dejándose llevar por la corriente de sus emociones.

—César... —susurró, la voz temblorosa.

—Sí, Victoria. Estoy aquí. Siempre estaré aquí —respondió él, sonriendo entre besos, mientras la pasión entre ellos comenzaba a reavivarse.

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