Doce.

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(Sin editar)

Thomas había sido claro. Nada de alcohol, nada de tabaco, nada de nieve, nada de peleas. Pero Thomas no estaba cuando Isaiah los invitó a un pub. Tampoco estaba cuando Gabriel, con su usual sonrisa burlona, había aceptado sin pensarlo demasiado. Y definitivamente, Thomas no estaba cuando cruzaron las puertas del bar, un sitio pequeño, atestado de humo y hombres con demasiadas cuentas que saldar.

Michael iba con las manos en los bolsillos, callado, observando con el ceño fruncido el ambiente mientras caminaban hacia la barra. Gabriel, en cambio, se movía con la facilidad de quien es demasiado familiar a esos lugares, echándose contra la madera del mostrador con aire perezoso.

—Dos pintas de cerveza negra suave—, dijo Michael

Gabriel soltó una risa cortante,

—Eso no. Quiero whisky. Tres vasos— ordenó Gabriel, golpeando la mesa con un leve golpe, haciendo que el sonido resonara en el aire. Isaiah soltó una risa baja, pero cómplice.

—Eso beben los hombres, Michael— añadió Gabriel, mientras observaba a su hermano.

El cantinero, un hombre con un rostro tan usado como su delantal, tomó las monedas sin apurarse. Servía los tragos cuando una voz sonó desde una de las mesas:

—¿Desde cuándo dejamos entrar a negros aquí?

El aire pareció detenerse.

Isaiah no reaccionó de inmediato.

Se giró al hombre, como quién se ha encontrado en esa situación más de una ocasión en el transcurso de su vida.

— aquí vamos, otra vez.

— Paddy déjalos. No seas tonto, muchacho —el cantinero intervino, mirando al hombre.

— No bebo con negros.

— ¿si?— Michael dijo, aún tosiendo el humo de su primer cigarrillo, giró el rostro en su dirección. — Entonces vete.

— No gastes tus palabras, Michael. Puedes razonar con perros y caballos, pero con ellos... — Gabriel dejó caer la frase, esperando su trago, sin apartar la vista del hombre.

Lo habría dejado pasar, pero el tipo avanzó, demasiado confiado.

— ¿Qué dijiste, chico? Dilo más alto, no te oí — desafió, con una sonrisa burlona, mientras sus manos se mantenían en los bolsillos y tres de sus hombres lo seguían, como sombras.

Gabriel observó a Isaiah, cuya mano ya se deslizaba hacia su bolsillo. Un movimiento sutil, pero peligroso.

— Míren, muchachos, uno bonito — dijo el hombre, de una forma casi insolente, observando el rostro de Gabriel. — ¿No creen que esos labios parecen más de mujer? — Los otros hombres soltaron carcajadas.

— Tampoco bebo con maricas — añadió el hombre, acercándose aún más, invadiendo el espacio personal de Gabriel.

Ese idiota no tenía idea de lo cerca que estaba de su final.

Gabriel, aún con la sonrisa en los labios, tomó la botella que el cantinero acababa de usar y la lanzó sin titubeos en dirección a una mesa,

El vidrio explotó en el aire.

El golpe fue certero. No mató a nadie, por supuesto, pero dejó a un hombre sangrando y a otros de pie, volcándose sobre ellos con la brutalidad de una manada de lobos. Ahí comenzó la pelea.

Michael fue el primero en recibir un golpe directo. Cayó contra el suelo, desorientado. Gabriel, sin pensarlo, sacó la navaja. Se lanzó sin dudar sobre el primero que vio moverse hacia Isaiah. El filo cortó carne, el hombre gritó, y el bar entero se transformó en un campo de batalla.

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⏰ Última actualización: Mar 03 ⏰

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capricious eyes | Thomas Shelby.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora