Pasaron tres días hasta que pudieron ver a Barlovento, que era un gato de mar, un auténtico gato de mar. Barlovento era la mascota del Hannes II, una poderosa draga encargada de mantener siempre limpio y libre de escollos el fondo del Elba. Los tripulantes del Hannes II apreciaban a Barlovento, un gato color miel con los ojos azules al que tenían por un compañero más en las duras faenas de limpiar el fondo del río. En los días de tormenta lo cubrían con un chubasquero de hule amarillo hecho a su medida, similar a los impermeables que usaban ellos, y Barlovento se paseaba por cubierta con el gesto fruncido de los marinos que desafían al mal tiempo. El Hannes II también había limpiado los puertos de Rotterdam, Amberes y Copenhague, y Barlovento solía maullar entretenidas historias acerca de esos viajes. Sí. Era un auténtico gato de mar. —¡Ahoi!— maulló Barlovento al entrar en el bazar.
El chimpancé pestañeó perplejo al ver avanzar al gato, que a cada paso balanceaba el cuerpo de izquierda a derecha, ignorando la importancia de su dignidad de boletero del establecimiento. —Si no sabes decir buenos días, por lo menos paga la entrada, saco de pulgas— gruñó Matías. —¡Tonto a estribor! ¡Por los colmillos de la barracuda! ¿Me has llamado saco de pulgas? Para que lo sepas, este pellejo ha sido picado por todos los insectos de todos los puertos. Algún día te maullaré de cierta garrapata que se me encaramó en el lomo y era tan pesada que no pude con ella. ¡Por las barbas de la ballena! Y te maullaré de los piojos de la isla Cacatúa, que necesitan chupar la sangre de siete hombres para quedar satisfechos a la hora del aperitivo. ¡Por las aletas del tiburón! Leva anclas, macaco, ¡y no me cortes la brisa!— ordenó Barlovento y siguió caminando sin esperar la respuesta del chimpancé. Al llegar al cuarto de los libros, saludó desde la puerta a los gatos allí reunidos. —Moin! —se presentó Barlovento, que gustaba maullar «Buenos días» en el recio y al mismo tiempo dulce dialecto hamburgueño. —¡Por fin llegas, capitano, no sabes cuánto te necesitamos!— saludó Colonello.
Rápidamente le contaron la historia de la gaviota y de las promesas de Zorbas, promesas que, repitieron, los comprometían a todos. Barlovento escuchó con movimientos apesadumbrados de cabeza. —¡Por la tinta del calamar! Ocurren cosas terribles en el mar. A veces me pregunto si algunos humanos se han vuelto locos, porque intentan hacer del océano un enorme basurero. Vengo de dragar la desembocadura del Elba y no se pueden imaginar qué cantidad de inmundicia arrastran las mareas. ¡Por la concha de la tortuga! Hemos sacado barriles de insecticida, neumáticos y toneladas de las malditas botellas de plástico que los humanos dejan en las playas —indicó enojado Barlovento. —¡Terrible! ¡Terrible! Si las cosas siguen así, dentro de muy poco la palabra contaminación ocupará todo el tomo tres, letra «C» de la enciclopedia —indicó escandalizado Sabelotodo. —¿Y qué puedo hacer yo por ese pobre pájaro? —preguntó Barlovento. —Sólo tú, que conoces los secretos del mar, puedes decirnos si el pollito es macho o hembra —respondió Colonello. Lo llevaron hasta el pollito, que dormía satisfecho después de dar cuenta de un calamar traído por Secretario, quien, siguiendo las consignas de Colonello, se encargaba de su alimentación. Barlovento estiró una pata delantera, le examinó la cabeza y enseguida levantó las plumas que empezaban a crecerle sobre la rabadilla.
El pollito buscó a Zorbas con ojos asustados. —¡Por las patas del cangrejo! —exclamó divertido el gato de mar —. ¡Es una linda pollita que algún día pondrá tantos huevos como pelos tengo en el rabo! Zorbas lamió la cabeza de la pequeña gaviota. Lamentó no haber preguntado a la madre cómo se llamaba ella, pues si la hija estaba destinada a proseguir el vuelo interrumpido por la desidia de los humanos, sería hermoso que tuviera el mismo nombre de la madre. —Considerando que la pollita ha tenido la fortuna de quedar bajo nuestra protección —maulló Colonello—, propongo que la llamemos Afortunada. —¡Por las agallas de la merluza! ¡Es un lindo nombre! —celebró Barlovento—. Recuerdo una hermosa goleta que vi en el mar Báltico. Se llamaba así, Afortunada, y era enteramente blanca. —Estoy seguro de que en el futuro hará algo sobresaliente, extraordinario, y su nombre será incluido en el tomo uno, letra "A", de la enciclopedia —aseguró Secretario. Todos estuvieron de acuerdo con el nombre propuesto por Colonello. Entonces, los cinco gatos formaron un círculo en torno a la pequeña gaviota, se levantaron sobre las patas traseras y estirando las delanteras hasta dejarla bajo un techo de garras maullaron el ritual del bautizo de los gatos del puerto. —¡Te saludamos, Afortunada, amiga de los gatos! —¡Ahoi! ¡Ahoi! ¡Ahoi! —exclamó feliz Barlovento.
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HISTORIA DE UNA GAVIOTA Y DEL GATO QUE LE ENSEÑÓ A VOLAR
AléatoireEste es la historia de Zorbas, un gato grande, negro y gordo, que le hace una promesa a Kengah, una gaviota moribunda. La promesa es: que no se comerá a su huevo, que lo cuidará hasta que nazca el pollito y que le enseñará a volar.