No fue fácil decidir con qué humano maullaría Zorbas. Los gatoshicieron una lista de todos los que conocían, y fueron descartándolosuno tras otro.—René, el chef de cocina, es sin duda un humano justo ybondadoso. Siempre nos reserva una porción de sus especialidades,las que Secretario y yo devoramos con placer. Pero el buen René sóloentiende de especias y peroles, y no nos sería de gran ayuda en estecaso —afirmó Colonello.—Harry también es buena persona. Comprensivo y amable contodo el mundo, incluso con Matías, al que disculpa tropelías terribles,¡terribles!, como bañarse en pachulí, ese perfume que huele terrible,¡terrible! Además Harry sabe mucho de mar y navegación, pero devuelo creo que no tiene la menor idea —comentó Sabelotodo.—Carlo, el jefe de mozos del restaurante, asegura que lepertenezco y yo dejo que lo crea porque es un buen tipo.
Lamentablemente, él entiende de fútbol, baloncesto, voleibol,carreras de caballos, boxeo y muchos deportes más, pero jamás le heoído hablar de vuelo —informó Secretario.—¡Por los rizos de la anémona! Mi capitán es un humanodulcísimo, tanto que en su última pelea en un bar de Amberes seenfrentó a doce tipos que lo ofendieron y sólo dejó fuera de combatea la mitad. Además, siente vértigo hasta cuando se sube a una silla.¡Por los tentáculos del pulpo! No creo que nos sirva —decidióBarlovento.—El niño de mi casa me entendería. Pero está de vacaciones, ¿yqué puede saber un niño de volar? —maulló Zorbas.—Porca miseria! se nos acabó la lista —rezongó Colonello.—No. Hay un humano que no está en la lista —indicó Zorbas—. Elque vive donde Bubulina.Bubulina era una bonita gata blanquinegra que pasaba largashoras entre las macetas de flores de una terraza.
Todos los gatos del puerto pasaban lentamente frente a ella, luciendo la elasticidad desus cuerpos, el brillo de sus pieles prolijamente aseadas, la longitudde sus bigotes, el garbo de sus rabos tiesos, con intención deimpresionarla, pero Bubulina se mostraba indiferente y no aceptabamás que el cariño de un humano que se instalaba en la terraza frentea una máquina de escribir.Era un humano extraño, que a veces reía después de leer lo queacababa de escribir, y otras veces arrugaba los folios sin leerlos. Suterraza estaba siempre envuelta por una música suave y melancólicaque adormecía a Bubulina, y provocaba hondos suspiros a los gatosque pasaban por allí.—¿El humano de Bubulina? ¿Por qué él? —consultó Colonello.—No lo sé. Ese humano me inspira confianza —reconoció Zorbas—. Le he oído leer lo que escribe.
Son hermosas palabras que alegrano entristecen, pero siempre producen placer y suscitan deseos deseguir escuchando.—¡Un poeta! Lo que ese humano hace se llama poesía. Tomodiecisiete, letra «P» de la enciclopedia —aseguró Sabelotodo.—¿Y qué té lleva a pensar que ese humano sabe volar? —quisosaber Secretario.—Tal vez no sepa volar con alas de pájaro, pero al escucharlosiempre he pensado que vuela con sus palabras —respondió Zorbas.—Los que estén de acuerdo con que Zorbas maúlle con el humanode Bubulina que levanten la pata derecha —ordenó Colonello.Y así fue como le autorizaron a maullar con el poeta.
ESTÁS LEYENDO
HISTORIA DE UNA GAVIOTA Y DEL GATO QUE LE ENSEÑÓ A VOLAR
De TodoEste es la historia de Zorbas, un gato grande, negro y gordo, que le hace una promesa a Kengah, una gaviota moribunda. La promesa es: que no se comerá a su huevo, que lo cuidará hasta que nazca el pollito y que le enseñará a volar.