Zorbas bajó rápidamente por el tronco del castaño, cruzó el patio interior a toda prisa para evitar ser visto por unos perros vagabundos, salió a la calle, se aseguró de que no venía ningún auto, la cruzó y corrió en dirección del Cuneo, un restaurante italiano del puerto. Dos gatos que husmeaban en un cubo de basura lo vieron pasar. —¡Ay, compadre! ¿Ve lo mismo que yo? Pero qué gordito tan lindo— maulló uno. —Sí, compadre. Y qué negro es. Más que una bolita de grasa parece una bolita de alquitrán. ¿Adónde vas, bolita de alquitrán?— preguntó el otro. Aunque iba muy preocupado por la gaviota, Zorbas no estaba dispuesto a dejar pasar las provocaciones de esos dos facinerosos. De tal manera que detuvo la carrera, erizó la piel del lomo y saltó sobre el cubo de basura.
Lentamente estiró una pata delantera, sacó una garra larga como una cerilla, y la acercó a la cara de uno de los provocadores. —¿Te gusta? Pues tengo nueve más. ¿Quieres probarlas en el espinazo?— maulló con toda calma. Con la garra frente a los ojos, el gato tragó saliva antes de responder. —No, jefe. ¡Qué día tan bonito! ¿No le parece?— maulló sin dejar de mirar la garra. —¿Y tú? ¿Qué me dices?— increpó Zorbas al otro gato. —Yo también digo que hace buen día, agradable para pasear, aunque un poquito frío. Arreglado el asunto, Zorbas retomó el camino hasta llegar frente a la puerta del restaurante. Dentro, los mozos disponían las mesas para los comensales del mediodía. Zorbas maulló tres veces y esperó sentado en el rellano. A los pocos minutos se le acercó Secretario, un gato romano muy flaco y con apenas dos bigotes, uno a cada lado de la nariz.
—Lo sentimos mucho, pero si no ha hecho reserva no podremos atenderlo. Estamos al completo— maulló a manera de saludo. Iba a agregar algo más, pero Zorbas lo detuvo. —Necesito maullar con Colonello. Es urgente. —¡Urgente! ¡Siempre con urgencias de última hora! Veré qué puedo hacer, pero sólo porque se trata de una urgencia— maulló Secretario y regresó al interior del restaurante. Colonello era un gato de edad indefinible. Algunos decían que tenía tantos años como el restaurante que lo cobijaba; otros sostenían que era más viejo todavía. Pero su edad no importaba, porque Colonello poseía un curioso talento para aconsejar a los que se encontraban en dificultades y, aunque él jamás solucionaba ningún conflicto, sus consejos por lo menos reconfortaban.
Por viejo y talentoso, Colonello era toda una autoridad entre los gatos del puerto. Secretario regresó a la carrera. —Sígueme. Colonello te recibirá, excepcionalmente— maulló. Zorbas lo siguió. Pasando bajo las mesas y las sillas del comedor llegaron hasta la puerta de la bodega. Bajaron a saltos los peldaños de una estrecha escalera y abajo encontraron a Colonello, con el rabo muy erguido, revisando los corchos de unas botellas de champagne. —Porca miseria! Los ratones han roído los corchos del mejor champagne de la casa. ¡Zorbas! Caro amico!— saludó Colonello, que acostumbraba a maullar palabras en italiano. —Disculpa que te moleste en pleno trabajo, pero tengo un grave problema y necesito de tus consejos— maulló Zorbas. —Estoy para servirte, caro amico. ¡Secretario! Sírvale al mio amico un poco de esa lasagna al forno que nos dieron por la mañana— ordenó Colonello. —¡Pero si se la comió toda! ¡No me dejó ni olerla!— se quejó Secretario.
Zorbas se lo agradeció, pero no tenía hambre, y rápidamente refirió la accidentada llegada de la gaviota, su lamentable estado y las promesas que se viera obligado a hacerle. El viejo gato escuchó en silencio, luego meditó mientras acariciaba sus largos bigotes y finalmente maulló enérgico: —Porca miseria! Hay que ayudar a esa pobre gaviota a que pueda emprender el vuelo. —Sí, ¿pero cómo?— maulló Zorbas. —Lo mejor será consultar a Sabelotodo— indicó Secretario. —Es exactamente lo que iba a sugerir. ¿Por qué me sacará éste los maullidos de la boca?— reclamó Colonello. —Sí. Es una buena idea. Iré a ver a Sabelotodo— maulló Zorbas. —Iremos todos. Los problemas de un gato del puerto son problemas de todos los gatos del puerto— declaró solemne Colonello. Los tres gatos salieron de la bodega y, cruzando el laberinto de patios interiores de las casas alineadas frente al puerto, corrieron hacia el templo de Sabelotodo.
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HISTORIA DE UNA GAVIOTA Y DEL GATO QUE LE ENSEÑÓ A VOLAR
De TodoEste es la historia de Zorbas, un gato grande, negro y gordo, que le hace una promesa a Kengah, una gaviota moribunda. La promesa es: que no se comerá a su huevo, que lo cuidará hasta que nazca el pollito y que le enseñará a volar.